—Tengo que vestirme —dijo.

Eric permaneció inmutable.

Stacy fue hasta el fondo de la tienda y rebuscó en las mochilas hasta que encontró una falda y una blusa amarilla. Se secó rápidamente con una camiseta y se vistió, aunque sin ponerse ropa interior. Le horrorizaba la idea de usar las bragas de una desconocida. La falda le llegaba hasta la mitad del muslo y la blusa le quedaba estrecha. La propietaria de esas prendas debía de haber sido aún más menuda que ella.

Stacy se sintió un poco mejor, no exactamente bien, pero algo menos desgraciada que antes. El zumbido de su cabeza casi había desaparecido. Y el hambre también parecía haber desaparecido; se sentía hueca, como una cáscara vacía, pero serena. Todavía tenía frío, y por un instante pensó en meterse debajo del saco de dormir con Eric y abrazarse a él, sentir el calor que irradiaba. Pero entonces recordó que Mathias estaba solo en el claro, esforzándose por crear un refugio para Pablo, así que se acercó a la puerta y escudriñó la creciente oscuridad. Ya casi no quedaba luz. A sólo tres metros de ella, Mathias era poco más que una sombra. Estaba sentado en el barro junto a Pablo, inclinado debajo de la sombrilla de Stacy. Había conseguido bajar el cobertizo, pero Stacy no alcanzaba a ver si al griego le había servido de algo.

—¿Mathias? —llamó. Éste la miró a través de la lluvia—. ¿Dónde está Jeff?

Mathias miró por encima del hombro, como si esperase encontrar a Jeff en algún lugar del claro. Luego se volvió hacia ella y sacudió la cabeza. Dijo algo, pero era imposible entenderle con el ruido de la lluvia.

Stacy hizo bocina con las manos.

—¿No debería haber vuelto ya?

Mathias se levantó y fue hacia ella. La sombrilla parecía un objeto más simbólico que funcional: no lo protegía de la lluvia.

—¿Qué? —preguntó.

—¿No debería haber vuelto Jeff?

Mathias desplazó el peso del cuerpo de un pie al otro, pensando. Las punteras de sus zapatillas de tenis se hundieron en el barro, reaparecieron y se hundieron otra vez.

—Supongo que debería ir a ver.

—¿A ver qué?

—Por qué no viene.

Stacy volvió a oír aquel zumbido en su cabeza. No quería quedarse sola con Pablo y Eric. Trató de discurrir algo para que Mathias no se fuera, pero no se le ocurrió nada.

—¿Puedes vigilar a Pablo? —preguntó él.

Stacy vaciló. Estaba seca y limpia, y le horrorizaba la idea de renunciar a esas pequeñas comodidades.

—A lo mejor, si esperamos…

—Está oscureciendo. Si espero mucho más, no veré nada. —Le ofreció la sombrilla y cuando ella fue a cogerla, extendiendo el brazo bajo la lluvia, se le puso la piel de gallina—. Trataré de volver rápido, ¿vale?

Stacy asintió. Se armó de valor, se inclinó y salió. Fue como meterse debajo de una catarata. Corrió hasta el cobertizo y se acurrucó debajo, tratando de no mirar a Pablo —la cara demacrada y manchada de barro, el cabello mojado—, demasiado asustada para afrontar la desdicha del griego, consciente de que no podía hacer nada para aliviarla. Sostuvo la sombrilla sobre su cabeza, aunque inútilmente: era sólo un objeto más a merced del viento. Mathias se quedó mirándola un momento bajo la cortina de lluvia. Luego se volvió, cruzó el claro y desapareció en la oscuridad.