Stacy estaba a pocos metros y pudo verlo todo.
Jeff empezó por el abdomen, agrandando la herida original y tirando con suavidad de un zarcillo mientras cortaba. No tuvo que cortar demasiado para que saliera; sólo unos cinco centímetros. Luego comenzó a practicar una incisión en la dirección contraria, tirando del segundo zarcillo. Una vez más, bastó con cortar cinco o seis centímetros para que la rama saliera con facilidad. Debía de dolerle, por supuesto, pero Eric se limitó a hacer muecas y apretar los puños. Ni siquiera rechistó.
Jeff le pasó el cuchillo a Mathias y cogió la aguja. Mathias la había calentado en el pequeño fuego antes de enhebrarla. Aquellos dos no necesitaban hablar; sabían lo que quería el otro y lo hacían. «Como Amy y yo», pensó Stacy, y casi se echó a llorar. Para contenerse, cerró los ojos y los apretó con la misma fuerza con que apretaba la mano de Amy. El calor de su propio cuerpo había calentado la piel de su amiga, y si no hubiera sabido la verdad, habría podido imaginar que dormía. No; no era cierto. Una extraña rigidez había empezado a tomar posesión del cuerpo, y los dedos estaban ligeramente curvados.
Stacy abrió los ojos. Jeff limpiaba la sangre con la toalla y sujetaba la aguja con la otra mano, listo para empezar a coser.
Eric levantó la cabeza y lo miró fijamente.
—¿Qué haces?
Jeff titubeó, con la aguja suspendida sobre el abdomen de Eric.
—Te lo he dicho. Voy a coserte.
—Pero todavía no la has extirpado del todo.
—Claro que sí. Ha salido entera.
Eric sacudió la mano.
—¿No la ves, coño? Sube por mi pecho.
Jeff examinó la zona que señalaba Eric: la parte izquierda de la caja torácica y el esternón.
—Sólo es hinchazón, Eric.
—Y una mierda.
—Es la reacción del cuerpo ante un traumatismo.
—Córtame ahí. —Señaló el esternón.
—No pienso…
—Hazlo y verás.
Jeff miró primero a Mathias y luego a Stacy, esperando que lo ayudasen.
Stacy lo intentó, aunque sin demasiado empeño.
—Deja que te cosa, cariño.
Eric no le hizo caso. Tendió la mano hacia Mathias.
—Dame el cuchillo. —Mathias miró a Jeff, que negó con la cabeza—. O me cortas, o me das el cuchillo y lo hago yo.
—Eric… —empezó Jeff.
—Joder, la tengo dentro. La siento.
Jeff siguió dudando durante unos instantes, pero luego le devolvió la aguja a Mathias y cogió el cuchillo.
—Indícame dónde —dijo.
Eric se pasó la mano por el lado izquierdo del esternón.
—Aquí. Este bulto.
Jeff se inclinó sobre él, hundió la hoja en la piel y descendió, practicando una incisión de unos siete centímetros. La sangre que brotó de la herida comenzó a deslizarse por las costillas de Eric.
—¿Lo ves? —preguntó Jeff—. No hay ni rastro de la planta.
Eric sudaba, y tenía el pelo pegado a la frente. Stacy supuso que era por el dolor.
—Más adentro —dijo.
—Ni lo sueñes. —Jeff sacudió la cabeza—. Ahí no hay nada.
—Se esconde. Tienes que…
—Si hago un corte más profundo, tocaré el hueso. ¿Sabes lo que sentirías?
—Pero está ahí. La siento.
Jeff estaba restañando la herida con la toalla.
—Sólo es hinchazón, Eric.
—A lo mejor está debajo del hueso. ¿Podrías…?
—No se hable más. Te coseré. —Jeff le devolvió el cuchillo a Mathias y cogió la aguja.
—Me comerá por dentro. Igual que a Pablo.
Jeff no le hizo caso. Siguió absorbiendo la sangre con la toalla. Luego empezó a coser.
Eric dio un respingo y cerró los ojos.
—Duele.
Jeff estaba encorvado sobre el cuerpo de Eric, cosiendo y restañando, cosiendo y restañando, tirando del hilo y juntando los bordes de la herida. En voz muy baja, tan baja que Stacy tuvo que inclinarse para oírlo, dijo:
—Tienes que controlarte.
Eric permaneció callado, con los ojos cerrados. Respiró hondo, contuvo el aire y luego exhaló despacio.
—Es que… no quiero morir aquí.
—Desde luego. Nadie quiere morir.
—Pero podría suceder, ¿no crees? Podríamos morir todos.
Jeff no respondió. Terminó de coser la herida del esternón y volvió a la de las costillas.
Eric abrió los ojos.
—¿Jeff?
—¿Qué?
—¿Crees que moriremos aquí?
Jeff había comenzando a coser, y estaba concentrado en la tarea, con los ojos entornados.
—Creo que éste es un sitio peligroso y tenemos que ir con muchísimo cuidado —dijo—. Y ser muy listos. Y precavidos.
—No me has respondido.
Jeff sopesó la cuestión y asintió con la cabeza.
—Lo sé. —Pareció que iba a añadir algo, pero no lo hizo. Cosió y restañó, cosió y restañó, y cuando terminó con el abdomen, empezó con las heridas de la pierna.