En cuanto salió el sol, Eric empezó a llamar otra vez desde la tienda. Quería el cuchillo. Mathias salió al claro y se quedó mirando a Jeff y Stacy, que continuaban sentados junto al cadáver de Amy, uno a cada lado. Stacy le había cogido la mano.

—¿Qué pasa? —preguntó Jeff.

Mathias se encogió de hombros y miró hacia arriba. La luz aún no era demasiado intensa y estaba teñida de rosa. Jeff oyó cantos y graznidos de pájaros a lo lejos, en la selva. No conseguía descifrar la expresión de Mathias, aunque le pareció preocupado. O quizá confundido.

—Creo que deberías echarle un vistazo.

Jeff se levantó sintiéndose agarrotado y al límite de sus fuerzas. Siguió a Mathias hacia la tienda, dejando a Stacy con el cuerpo de Amy.

Dentro, la luz era demasiado tenue para ver con claridad. Eric estaba acostado boca arriba, con la pierna izquierda y el abdomen ocultos debajo de algo, y Jeff tardó unos instantes en darse cuenta de que ese algo era la enredadera.

Se arrodilló a su lado.

—¿Por qué no la has arrancado? —preguntó.

—Tiene miedo de romperla —explicó Mathias.

Eric asintió.

—Si los zarcillos se rompen, se meterán por todas partes. Como gusanos.

Jeff separó la masa de hojas, inclinándose un poco más para ver mejor. La planta había penetrado por las heridas de la pierna y el pecho, pero era difícil saber si había llegado muy hondo. Jeff necesitaba más luz.

—¿Puedes andar? —preguntó.

Eric negó con la cabeza.

—Las aplastaría. Me quemarían.

Jeff reflexionó y llegó a la conclusión de que Eric estaba en lo cierto.

—Entonces tendremos que llevarte en brazos.

Esto pareció asustar a Eric, que intentó sentarse, pero sólo consiguió incorporarse a medias, apoyándose sobre los codos.

—¿Adónde?

—Fuera. Aquí está demasiado oscuro.

En total había cinco zarcillos enroscados alrededor del cuerpo de Eric. Tres estaban adheridos a la pierna, cada uno de ellos en una herida diferente. Los otros dos habían penetrado por la incisión del pecho. Jeff se dio cuenta de que tendrían que cortarlos cerca de la raíz si querían sacar a Eric de allí, y lo hizo rápidamente, sin decir nada, por si Eric protestaba. Luego hizo una seña a Mathias para que le ayudase. Éste cogió a Eric por los hombros y Jeff por los pies. Lo levantaron y lo llevaron al claro con los zarcillos colgando, balanceándose y retorciéndose como serpientes.

Lo dejaron en el suelo, a mitad de camino entre Pablo y Amy. Luego Jeff cruzó el claro en busca del cuchillo. Tener una tarea era agradable y reconfortante. El solo hecho de sujetar el cuchillo en la mano pareció aclararle la mente y aguzarle los sentidos. Titubeó por un segundo, observando el pequeño campamento. Eran un grupo de zarrapastrosos, sucios y con la ropa hecha jirones. Mathias y Eric tenían un grueso rastrojo de barba. Eric estaba cubierto de sangre seca, y los zarcillos parecían brotar de sus heridas, más que haber penetrado en ellas. Mientras lo sacaban de la tienda, Jeff le había visto mirar brevemente a Amy, echar una pequeña ojeada exploratoria antes de estremecerse y desviar la mirada. Nadie había hablado; todos parecían esperar que empezara otro. Jeff sabía que necesitaban un plan, un camino que los llevase más allá del presente, algo en que pensar, y también sabía que tendría que ser él quien lo encontrase.

La luz empezaba a aumentar, trayendo consigo el calor del día. Curiosamente, a Pablo casi no se le oía respirar. Por un instante Jeff temió que hubiera muerto. Se acercó al cobertizo y se acuclilló junto a él. El griego seguía con ellos. Pero aquel gorgoteo viscoso había desaparecido, y la respiración ahora era lenta y regular. Jeff le tocó la frente y comprobó que aún ardía de fiebre. Pero algo había cambiado. Cuando Jeff levantó la mano, Pablo abrió los ojos y los fijó en él. Parecían sorprendentemente centrados y alerta.

—Hola —dijo Jeff.

Pablo se humedeció los labios y tragó saliva con dificultad.

¿Poto? —dijo.

—Te está pidiendo agua —dijo Stacy desde el otro lado del claro—. Es agua en griego.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque lo dijo antes.

Eric seguía acostado boca arriba, mirando al cielo.

—El cuchillo, Jeff —dijo.

—Un momento.

Mathias estaba de pie junto a Eric, con los brazos cruzados, como si tuviera frío. Pero Jeff vio que tenía la frente cubierta de sudor, brillante bajo la creciente luz del alba. Jeff señaló la garrafa de agua. Mathias la cogió y se la llevó.

Jeff destapó la garrafa y se la enseñó a Pablo.

¿Poto? —preguntó.

Pablo asintió, abrió la boca y sacó un poco la lengua. Jeff vio que tenía una mancha marrón en los dientes, tal vez sangre. Le puso la garrafa en los labios y echó una pequeña cantidad de agua sobre la lengua. El griego tragó, tosió un poco y volvió a abrir la boca. Jeff repitió la operación tres veces. Sabía que la respiración calmada, la recuperación de la conciencia y la capacidad de retener el agua en el estómago eran buenas señales, pero no terminaba de aceptarlo. En su fuero interno, Pablo ya estaba muerto. Le parecía imposible que alguien pudiera sobrevivir a todo lo que le había ocurrido al griego en las últimas treinta y seis horas sin la ayuda de complicados procedimientos médicos. La fractura de la columna, la amputación de las piernas, la hemorragia, la infección casi segura… Unos sorbos de agua no podían compensarlo por todo eso.

Cuando Pablo cerró los ojos de nuevo, Jeff cruzó el claro y se arrodilló junto a Eric.

«Un plan». Eso era lo que necesitaban.

Limpiar el cuchillo, lavando la sangre de la hoja, y prender otro fuego para esterilizarlo. Tal vez deberían esterilizar también algunas agujas. Luego extirpar la enredadera y coser a Eric.

Y al cabo de un rato, alguien debería bajar al pie de la colina para esperar a los griegos.

Después tendrían que coser los restos de la tienda azul, confeccionar un recipiente donde guardar el agua, por si llovía.

¿Y qué más? Sabía que olvidaba algo. O lo rehuía.

«El cadáver de Amy».

Lo miró y apartó los ojos con rapidez. «Paso a paso —se dijo—. Primero el cuchillo».

—Tardaremos unos minutos en prepararnos —advirtió a Eric.

Éste trató de sentarse, pero se lo pensó mejor.

—¿Qué quieres decir?

—Tengo que esterilizar el cuchillo.

—No importa. No necesito…

—No pienso cortarte con el cuchillo sucio.

Eric extendió el brazo.

—Entonces lo haré yo.

Jeff negó con la cabeza.

—Serán tres minutos, Eric, ¿vale?

Eric titubeó, cavilando. Por fin pareció darse cuenta de que no tenía alternativa. Bajó la mano.

—Date prisa, por favor.

«Limpiar el cuchillo».

Jeff regresó a la tienda y rebuscó en las mochilas de los arqueólogos. En un bolsillo con cremallera, encontró un neceser que contenía espuma de afeitar, dentífrico, un cepillo de dientes, un peine, un desodorante y una pastilla de jabón en una pequeña jabonera roja. Se llevó el neceser al claro junto con una toalla pequeña, una aguja y un diminuto carrete de hilo.

El jabón, la toalla, el cuchillo, la aguja, el hilo, la garrafa de agua… ¿qué más necesitaba?

Se volvió hacia Mathias, que estaba sentado junto al cobertizo.

—¿Puedes encender fuego? —pidió.

—¿Cómo de grande?

—Uno pequeño. Para esterilizar el cuchillo.

Mathias se levantó y comenzó a moverse por el claro, preparándolo todo. El día anterior se habían dejado los cuadernos fuera y ahora estaban demasiado mojados para que prendieran. Mathias desapareció en la tienda, buscando algo que sirviera como combustible. Jeff mojó la toalla y restregó con ella la pastilla de jabón, haciendo espuma. Cuando empezaba a frotar la hoja del cuchillo, manchada de sangre seca, Mathias reapareció con un libro y un calzoncillo. Los dejó en el suelo, junto a Jeff, y los roció con tequila. El libro era una novela de Hemingway que Jeff había leído en el instituto: Ahora brilla el sol. La misma edición, la misma tapa. Al mirarlo, se dio cuenta de que no recordaba absolutamente nada del argumento.

—Dale un poco de eso —dijo, señalando el tequila.

Mathias le pasó la botella a Eric, que la cogió con las dos manos y miró a Jeff con expresión dubitativa.

Jeff asintió, indicándole que bebiera.

—Para el dolor.

Eric echó un largo trago, se detuvo para respirar y bebió un poco más.

Mathias tenía la caja de cerillas en la mano. La había abierto y sacado una.

—Avísame cuando estés listo —le dijo a Jeff.

Jeff echó un chorro de agua sobre la hoja del cuchillo, aclarándola. Cuando terminó, le quitó la botella de tequila a Eric y la dejó en el suelo.

—Después te coseré, ¿de acuerdo?

Eric sacudió la cabeza, aterrorizado.

—No quiero que me cosas.

—Las heridas no se cerrarán solas.

—Pero quedarán restos.

—No dejaré nada dentro, Eric. La…

—No podrás verla toda. Una parte es demasiado pequeña. Y si coses cuando aún queda algo…

—Escúchame, ¿quieres? —Jeff se esforzaba por mantener la voz baja, serena y tranquilizadora—. Si dejamos las heridas abiertas, ocurrirá lo mismo una y otra vez. ¿Lo entiendes? Te dormirás, y la enredadera se te meterá dentro. ¿Quieres que te pase eso?

Eric cerró los ojos y su cara comenzó a temblar. Jeff notó que luchaba por contener las lágrimas.

—Lo que quiero es volver a casa —dijo—. Eso es lo que quiero. —Respiró hondo, algo cercano a un sollozo reprimido a último momento—. Si me coses…

—Eric —dijo Stacy.

Eric abrió los ojos y se giró para mirarla. Todavía estaba sentada junto a Amy, cogiéndole la mano.

—Deja que te cosa, cariño, ¿vale?

Eric la miró fijamente… y también a Amy. Respiró hondo dos veces más y su cara dejó de temblar. Cerró los ojos, los abrió y asintió.

Jeff se volvió hacia Mathias, que había estado esperando con una cerilla preparada entre el dedo índice y el pulgar.

—Adelante —dijo Jeff.

Y todos miraron cómo el alemán encendía un pequeño fuego.