El pitido comenzó otra vez. Al principio parecía provenir de encima de la cabeza de Eric, pero después lo sintió delante, casi a sus pies. Alargó la mano y tanteó el suelo, pero sólo tocó otra rama de la enredadera, las hojas aceitosas, incluso viscosas, como la piel de algún habitante anfibio de las tinieblas.

El chirrido del cabrestante se detuvo, y Amy quedó suspendida en algún punto por encima de él.

—¿Lo ves? —gritó Jeff.

Eric no respondió. El pitido se había trasladado hacia el pozo que tenía enfrente y se internaba en él, alejándose lentamente.

—¿Eric? —llamó Amy.

A su izquierda había un globo amarillo. No era real, por supuesto; Eric sabía que se trataba de una ilusión óptica. Entonces, ¿por qué iba a ser real el pitido? No tenía intención de perseguir el sonido por el pozo; no, no pensaba moverse, estaba decidido a quedarse acuclillado donde estaba, con una mano en la lámpara sin queroseno y otra en la caja de cerillas, esperando a que le arrojasen la cuerda.

—¡No veo nada! —gritó.

El cabrestante volvió a chirriar.

La herida de la rodilla latía incesantemente. Le dolía la cabeza y tenía hambre y sed. Estaba cansado. Trató de distraerse para no pensar en las cosas que había discutido con Amy, porque ahora que se encontraba solo era mucho más difícil creer en las fantasías que habían creado juntos. Los mayas no se marcharían, ¿a cuál de los dos se le había ocurrido esa estupidez? ¿Y cómo diablos pensaron que podrían hacer señas a un avión que volaría tan por encima de ellos que sería apenas un punto diminuto en el cielo? «Credenciales —pensó para silenciar aquellas preguntas—. Colisión. Celestial. Cadáver. Circunstancial. Curvilíneo. Circunvolución. Cúmulo. Caballerosidad. Culminación».

Cesó el pitido, y al cabo de unos segundos, también el chirrido del cabrestante. Eric oyó a sus amigos ayudando a Amy a quitarse la cuerda.

¿Y si los griegos no aparecían? ¿O si aparecían, pero acababan atrapados en la colina, igual que ellos? «Desdén —pensó—. Dilapidado. Decadente». ¿Y si no llovía? ¿Cómo se las arreglarían sin agua? «Delicioso. Divinidad. Druida». Jeff le había dicho que se lavase bien el corte del codo, porque aunque fuera pequeño podía infectarse rápidamente en aquel clima, y ahora tenía una herida mucho más profunda en la rodilla, y ninguna posibilidad de lavarla. Se gangrenaría. Perdería la pierna. «Doblón —pensó—. Desastroso. Demente».

¿Y Pablo? ¿Qué pasaría con Pablo, con su columna rota?

El chirrido se reanudó y Eric se puso en pie. «Efervescente —pensaba ahora—. Eunuco». Con las cerillas en una mano y la lámpara en otra, alzó los brazos y los extendió a ciegas hacia delante, esperando la cuerda.