Fue Mathias quien se fijó en las hojas de palmera. Jeff había pasado de largo. Sólo cuando vio que Mathias titubeaba, se volvió, siguió su mirada y las vio. Todavía estaban verdes. Las habían colocado allí hábilmente, con los tallos semienterrados para que parecieran un arbusto y ocultaran la entrada del sendero. Pero una de las hojas se había caído y llamó la atención de Mathias, que se acercó, levantó otra y, al cabo de unos instantes, reveló el secreto. Entonces Jeff llamó a los demás y les hizo señas para que se acercaran.

Cuando terminaron de retirar las hojas de palmera, vieron el camino con claridad. Era estrecho y se internaba sinuosamente en la selva, ascendiendo por una ligera pendiente. Mathias, Jeff y Amy se acuclillaron en la entrada, a la sombra. Mathias volvió a sacar la botella de agua, y todos bebieron. Luego se sentaron a mirar los lentos progresos de Eric, Pablo y Stacy por el campo. Amy fue la primera en decir lo que con toda probabilidad pensaban todos.

—¿Por qué lo habrán tapado?

Mathias guardó la botella en la mochila. Había que hablarle directamente para conseguir una respuesta, porque si uno se dirigía al grupo, él no decía ni pío. Jeff supuso que era razonable. Al fin y al cabo, no era un miembro del grupo.

Jeff se encogió de hombros, fingiendo indiferencia. Intentó pensar en algo para distraer a Amy, pero no se le ocurrió nada, así que permaneció callado. Tenía miedo de que ella se negara a acompañarlos.

Intuyó que Amy no iba a abandonar el tema, y no se equivocó.

—El niño se marchó a toda velocidad —dijo—. ¿Lo habéis visto?

Jeff asintió. No la miraba —estaba pendiente de Eric y los demás—, pero podía sentir su mirada fija en él. No quería que Amy pensara en la huida del niño ni en el sendero camuflado. Eso la asustaría, y cuando se asustaba se volvía terca e irritable, una pésima combinación. Allí pasaba algo raro, pero Jeff tenía la esperanza de que, si no le prestaban atención, la cosa quedaría en nada. Quizá no fuese la actitud más sensata, lo sabía, pero en ese momento no se le ocurría otra mejor.

—Alguien intentó ocultar el camino —dijo Amy.

—Eso parece.

—Cortaron las hojas de palmera y las enterraron en el suelo para que parecieran una planta. —Jeff guardó silencio, deseando que ella lo imitara—. Es mucho trabajo —insistió Amy.

—Supongo.

—¿No te parece raro?

—Un poco.

—Puede que no sea el camino correcto.

—Ya veremos.

—Igual es un asunto de drogas. A lo mejor el sendero conduce a un campo de marihuana. Los del pueblo cultivan maría, y el crío volvió para avisarles y ahora vendrán con armas y…

Finalmente, Jeff se volvió hacia ella.

—Amy —dijo, y ella se detuvo—, es el camino correcto, ¿vale?

Pero no sería tan fácil, naturalmente. Amy lo miró con cara de incredulidad.

—¿Cómo puedes estar tan seguro?

Jeff señaló a Mathias.

—Porque está en el mapa.

—Es un mapa dibujado a mano, Jeff.

—Bueno, es… —Se quedó sin palabras y titubeó—. Ya sabes…

—Explícame por qué escondieron el camino. Dame una razón lógica para que hayan camuflado la entrada si es el camino correcto.

Jeff reflexionó un minuto. Eric y los demás estaban cerca. Al otro lado del campo, el niño maya seguía mirándolos. El perro había dejado de ladrar al fin.

—Vale —dijo—, ¿qué te parece ésta? Los arqueólogos han encontrado objetos de valor. La mina no está agotada. Han encontrado plata. O esmeraldas. Lo que fuese que hubiera allí antes. Y les preocupa que alguien quiera robarles, así que camuflaron la entrada del camino.

Amy dedicó un minuto a considerar esa posibilidad.

—¿Y el niño de la bici?

—Han reclutado a los mayas para que vigilen el camino. Les pagan. —Jeff sonrió, orgulloso de sí mismo. En realidad no creía nada de lo que acababa de decir. De hecho, no sabía qué pensar. Pero de todas maneras estaba satisfecho con su historia.

Amy estaba pensando. Jeff advirtió que tampoco creía en ella, pero no importaba. Los demás ya habían llegado. Todos sudaban, especialmente Eric, que parecía pálido y algo demacrado. El griego los abrazó uno a uno, desde luego, rodeándoles los hombros con sus sudorosos brazos. Y así acabó la discusión. Al fin y al cabo, ¿tenían alternativa?

Descansaron unos minutos y se internaron en la selva.