Se encontraron en el vestíbulo para esperar a la camioneta que los llevaría a la estación de autobuses. Mathias fue pasando la carta de Henrich y se turnaron para estudiar la nota en alemán, escrita en una curiosa letra mayúscula, y el mapa dibujado abajo. Stacy y Eric aparecieron sin equipaje, y Jeff los mandó a su habitación a preparar una mochila con agua, repelente de mosquitos, protector solar y comida. A veces tenía la impresión de que era el único que sabía moverse por el mundo. Se percató de que Eric seguía medio bebido. En la facultad, a Stacy solían llamarla Despistes, y con razón, porque siempre estaba en las nubes. Soñaba despierta, y a menudo se quedaba sentada contemplando las musarañas y tarareando una canción. Luego estaba Amy, con su tendencia a enfurruñarse cuando se disgustaba. Jeff sabía que no quería ir a buscar al hermano de Mathias. Se demoraba algo más de lo necesario para hacer cualquier cosa. Después del desayuno había desaparecido en el cuarto de baño, dejando que él preparase solo la mochila. Luego empezó a cambiarse y acabó tendida boca abajo en la cama, hasta que él le metió prisa. No le hablaba, y respondía a sus preguntas con gestos o monosílabos. Jeff le dijo que no era necesario que los acompañase, que si quería podía pasar el día sola en la playa, pero ella se limitó a mirarlo fijamente. Ambos sabían cómo era, y que prefería estar con el grupo haciendo algo que no le gustaba, a estar sola haciendo algo que le apetecía.
Mientras esperaban que Eric y Stacy volvieran con la mochila, uno de los griegos entró en el vestíbulo. Era el que últimamente se hacía llamar Pablo. Los abrazó a todos, uno por uno. A los griegos les encantaba abrazar, y lo hacían siempre que tenían ocasión. Después, él y Jeff mantuvieron una breve conversación en sus respectivas lenguas, llenando las lagunas con gestos.
—¿Juan? —preguntó Jeff—. ¿Don Quijote? —Alzó las manos y enarcó las cejas.
Pablo dijo algo en griego e hizo un ademán como si lanzara el sedal al agua. Luego fingió sacar un pez grande, luchando contra el peso. Señaló el reloj, primero al número seis y luego al doce.
Jeff asintió y sonrió, demostrando que le entendía: los otros dos se habían ido de pesca. Se marcharon a las seis de la mañana y regresarían al mediodía. Cogió la nota de Henrich y se la mostró al griego. Señaló a Amy y Mathias, luego hacia arriba, en dirección a la habitación de Stacy y Eric, y luego a Cancún, en el mapa. Movió lentamente el mapa hacia Cobá, y luego hasta la cruz que indicaba la excavación. No sabía cómo explicar con señas el propósito del viaje, cómo representar «hermano» o «desaparecido», así que siguió moviendo el dedo por el mapa.
Pablo se puso eufórico. Sonrió y señaló primero su pecho y luego el mapa, hablando rápidamente en griego. Era evidente que quería acompañarlos. Jeff asintió, y los demás también. Los griegos se alojaban en el hotel contiguo. Jeff señaló hacia allí, luego a las piernas desnudas de Pablo y finalmente a sus pantalones. Pablo lo miró sin entender. Entonces Jeff señaló los pantalones de los demás y el griego empezó a asentir otra vez con la cabeza. Cuando se disponía a marcharse, se volvió de repente y cogió el mapa de Henrich. Fue al mostrador, pidió un bolígrafo y escribió algo. Le llevó un buen rato. En ese momento llegaron Eric y Stacy con la mochila, y Pablo dejó el bolígrafo y corrió a abrazarlos. Eric y él gesticularon, simulando agitar unos dados imaginarios y beber. Luego rieron y sacudieron la cabeza, y Pablo contó una larga historia que nadie entendió. Parecía tener algo que ver con un avión, o con un pájaro, algo con alas, y tardó varios minutos en contarla. Por lo visto era graciosa, o él la encontraba graciosa, porque se detuvo varias veces para reír. Su risa era contagiosa, y los demás también rieron, aunque no sabían de qué. Por fin continuó lo que estaba haciendo con la nota de Henrich.
Cuando terminó y volvió con ellos, vieron que había hecho una copia del mapa y encima había escrito algo en griego. Jeff comprendió que era una nota para Juan y Don Quijote, diciéndoles que se encontrasen con ellos en la excavación. Trató de explicarle a Pablo que sólo pasarían el día allí y que regresarían por la noche, pero no encontró la manera de dejarlo claro. Señaló su reloj una y otra vez, y el griego lo imitó, convencido de que estaba preguntándole cuándo volverían de pescar los otros dos. Ambos señalaban las doce, pero Jeff se refería a la medianoche y Pablo, al mediodía. Finalmente Jeff se dio por vencido. Si seguían así, perderían el autobús. Una vez más, señaló el hotel del griego y sus propios pantalones. Pablo asintió, sonrió, los abrazó a todos otra vez y cruzó el vestíbulo corriendo, llevando la copia del mapa de Henrich.
Jeff salió a esperar a la camioneta en la puerta del hotel. Mathias se paseaba detrás de él, doblando y abriendo la nota de Henrich, o guardándosela en el bolsillo, sólo para volver a sacarla un minuto después. Stacy, Eric y Amy se habían sentado en un sofá del vestíbulo y, al verlos, Jeff titubeó por un instante. No deberían ir; era una pésima idea. Eric no dejaba de dar cabezadas; era evidente que estaba borracho y agotado y que tenía dificultades para mantenerse despierto. Amy estaba enfurruñada, con los brazos cruzados y la mirada fija en el suelo. Stacy llevaba sandalias sin calcetines; en pocas horas, sus pies estarían cubiertos de picaduras de insectos. Jeff no quería ni imaginar lo que sería hacer una caminata de tres kilómetros, en medio del bochorno de Yucatán, con esos tres. Sabía que debería explicárselo a Mathias y pedirle perdón. Sólo necesitaba encontrar la manera de hacérselo entender, y luego pasarían otro día holgazaneando en la playa. No sería difícil encontrar las palabras adecuadas, y Jeff empezaba a pronunciarlas mentalmente cuando apareció Pablo, vestido con tejanos y cargando una mochila. Otra ronda de abrazos y todo el mundo empezó a hablar a la vez. Entonces llegó la camioneta, subieron y de repente fue demasiado tarde para hablar con Mathias; demasiado tarde para negarse a ir. Estaban sorteando el tráfico, alejándose del hotel y la playa, de las cosas con las que se habían familiarizado tanto durante las dos últimas semanas. Sí: estaban en marcha, se irían, se iban, se habían ido.