—¡Este chicle —prosiguió el señor Wonka— es mi último, mi más importante, mi más fascinante invento! ¡Es una comida de chicle! ¡Es… es… es… esa pequeña tableta de chicle es una comida entera de tres platos en sí misma!
—¿Qué tontería es ésa? —dijo uno de los padres.
—¡Mi querido señor! —gritó el señor Wonka—. ¡Cuándo yo empiece a vender este chicle en las tiendas todo cambiará! ¡Será el fin de las cocinas! ¡Se acabará el tener que guisar! ¡Ya no habrá que ir al mercado! ¡Ya no habrá que comprar carne, ni verduras, ni todas las demás provisiones! ¡Ya no se necesitarán cuchillos y tenedores para comer! ¡No habrá más platos que lavar! ¡Ni desperdicios! ¡Sólo una pequeña tableta del chicle mágico de Wonka, y eso es todo lo que necesitará para el desayuno, el almuerzo y la cena! ¡Esta tableta de chicle que acabo de hacer contiene sopa de tomate, carne asada y pastel de arándanos, pero puede usted escoger casi todo lo que quiera!
—¿Qué quiere decir con eso de que contiene sopa de tomate, carne asada y pastel de arándanos? —dijo Violet Beauregarde.
—Si empezaras a masticarla —dijo el señor Wonka—, eso es exactamente lo que se incluiría en el menú. ¡Es absolutamente asombroso! ¡Hasta se puede sentir la comida pasando por la garganta hasta el estómago! ¡Y se la puede saborear perfectamente! ¡Y lo llena a uno! ¡Le satisface! ¡Es magnífico!
—¡Es totalmente imposible! —dijo Veruca Salt.
—¡Siempre que sea chicle —gritó Violet Beauregarde—, siempre que sea un trozo de chicle que yo pueda masticar, esto es para mí! —y rápidamente se quitó de la boca el chicle con el que había batido el récord mundial y se lo pegó detrás de la oreja izquierda—. Vamos, señor Wonka —dijo—, déme ese chicle mágico que ha inventado, y veamos si funciona.
—Por favor, Violet —dijo la señora Beauregarde, su madre—, no hagamos tonterías, Violet.
—¡Yo quiero el chicle! —dijo obstinadamente Violet—. ¿Qué tiene eso de tontería?
—Yo preferiría que no lo probases —dijo suavemente el señor Wonka—. Verás, aún no lo he perfeccionado del todo. Hay todavía una o dos cosas…
—¡Oh, qué importa eso! —dijo Violet, y de pronto, antes de que el señor Wonka pudiese detenerla, alargó una mano regordeta, cogió la tableta de chicle que estaba en el cajón y se la metió en la boca. Instantáneamente, sus enormes y bien entrenadas mandíbulas empezaron a masticarlo como un par de tenazas.
—¡No! —dijo el señor Wonka.
—¡Fabuloso! —gritó Violet—. ¡Es sopa de tomate! ¡Caliente, espesa y deliciosa! ¡Puedo sentir cómo pasa por mi garganta!
—¡Detente! —dijo el señor Wonka—. ¡El chicle aún no está listo! ¡No está bien!
—¡Claro que está bien! —dijo Violet—. ¡Funciona estupendamente! ¡Vaya, esta sopa está riquísima!
—¡Escúpelo! —dijo el señor Wonka.
—¡Está cambiando! —gritó Violet, masticando y sonriendo al mismo tiempo—. ¡Ya viene el segundo plato! ¡Es carne asada! ¡Tierna y jugosa! ¡Y qué buen sabor tiene! ¡La patata asada también está exquisita! ¡Tiene una piel crujiente y está llena de mantequilla derretida!
—¡Qué interesante, Violet! —dijo la señora Beauregarde—. Eres una niña muy lista.
—¡Sigue masticando, chica! —dijo el señor Beauregarde—. ¡No dejes de masticar! ¡Este es un gran día para los Beauregarde! ¡Nuestra hijita es la primera persona del mundo que prueba una comida de chicle!
Todos miraban a Violet Beauregarde mientras la niña masticaba este extraordinario chicle. El pequeño Charlie la contemplaba totalmente hipnotizado, viendo cómo sus gruesos labios gomosos se abrían y se cerraban al masticar, y el abuelo Joe se hallaba a su lado, mirando a la niña boquiabierto. El señor Wonka se retorcía las manos y decía:
—¡No, no, no, no, no! ¡No está listo para comer! ¡No está bien! ¡No debes hacerlo!
—¡Pastel de arándanos con nata! —gritó Violet—. ¡Aquí viene! ¡Oh, es perfecto! ¡Es delicioso! ¡Es… es exactamente cómo si lo estuviese tragando! ¡Es igual que si estuviese masticando y tragando grandes cucharadas del pastel de arándanos más exquisito del mundo!
—¡Santo cielo, hija! —chilló de pronto la señor Beauregarde, mirando fijamente a Violet—. ¿Qué le ocurre a tu nariz?
—¡Oh, cállate, mamá, y déjame terminar!
—¡Se está volviendo azul! —gritó la señora Beauregarde—. ¡Tu nariz se está volviendo azul como un arándano!
—¡Tu madre tiene razón! —gritó el señor Beauregarde—. ¡Tu nariz se ha vuelto de color púrpura!
—¿Qué quieres decir? —dijo Violet, que seguía masticando.
—¡Tus mejillas! —gritó la señora Beauregarde—. ¡También se están volviendo azules! ¡Y tu barbilla! ¡Tu cara entera se está volviendo azul!
—¡Escupe ahora mismo el chicle! —ordenó el señor Beauregarde.
—¡Socorro! ¡Piedad! —chilló la señora Beauregarde—. ¡La niña se está volviendo de color púrpura! ¿Qué te ocurre?
—Les dije que aún no lo había perfeccionado —suspiró el señor Wonka, moviendo tristemente la cabeza.
—¡Ya lo creo que no lo ha perfeccionado! —gritó la señora Beauregarde—. ¡Mire cómo está ahora la niña!
Todo el mundo miraba a Violet. ¡Y qué espectáculo terrible y peculiar! Su cara y sus manos y sus piernas y su cuello; su cuerpo entero, en realidad, así como su melena de cabellos rizados, se habían vuelto de un brillante color púrpura azulado, el color del zumo de arándanos.
—Siempre falla cuando llegamos al postre —suspiró el señor Wonka—. Es el pastel de arándanos. Pero algún día lo corregiré, esperen y verán.
—¡Violet —gritó la señora Beauregarde—, te estás hinchando!
—Me siento mal —dijo Violet.
—¡Te estás hinchando! —gritó una vez más la señora Beauregarde.
—¡Me siento muy rara! —jadeó Violet.
—¡No me sorprende! —dijo el señor Beauregarde.
—¡Santo cielo, hija! —chilló la señora Beauregarde—. ¡Te estás hinchando como un globo!
—Como un arándano —dijo el señor Wonka.
—¡Llamad a un médico! —gritó el señor Beauregarde.
—¡Pinchadla con un alfiler! —dijo uno de los padres.
—¡Salvadla! —gritó la señora Beauregarde, retorciéndose las manos.
Pero ya no había modo de salvarla. Su cuerpo se estaba hinchando y cambiando de forma a tal velocidad que al cabo de un minuto se había convertido en nada menos que una enorme pelota de color azul —un arándano gigantesco, en realidad— y todo lo que quedaba de la propia Violet Beauregarde era un par de piernas diminutas y par de brazos diminutos que salían de la inmensa fruta redonda, y una pequeñísima cabeza.
—Siempre ocurre lo mismo —suspiró el señor Wonka—. Lo he probado veinte veces en la Sala de Pruebas con veinte Oompa-Loompas y cada uno de ellos terminó como un arándano. Es muy enojoso. No puedo comprenderlo.
—¡Pero yo no quiero una hija que sea un arándano! —gritó la señora Beauregarde—. ¡Vuélvala enseguida a lo que era antes!
El señor Wonka chasqueó con los dedos, y diez Oompa-Loompas aparecieron inmediatamente a su lado.
—Rodad a la señorita Beauregarde dentro del bote —les dijo— y llevadla enseguida a la Sección de Exprimidos.
—¡La Sección de Exprimidos! —gritó la señora Beauregarde—. ¿Qué le harán allí?
—Exprimirla —dijo el señor Wonka—. Tenemos que exprimirla inmediatamente. Después de eso tendremos que ver lo que sucede. Pero no se preocupe, mi querida señora Beauregarde. La repararemos, aunque sea lo último que hagamos. Lo siento mucho, de verdad que lo siento…
Los diez Oompa-Loompas ya estaban rodando el gigantesco arándano por el suelo de la Sala de las Invenciones hacia la puerta que conducía al río de chocolate donde esperaba el barco. El señor y la señora Beauregarde corrieron tras ellos. El resto del grupo, incluyendo al pequeño Charlie Bucket y al abuelo Joe, se quedaron absolutamente inmóviles viéndoles partir.
—¡Escucha! —susurró Charlie—. ¡Escucha, abuelo! ¡Los Oompa-Loompas que están en el barco han empezado a cantar!
Las voces, cien voces cantando al unísono, podían oírse claramente en la habitación:
No me cabe duda, queridos amigos,
De que estáis en esto de acuerdo conmigo:
No hay nada que más repulsión pueda dar
Que un niño que masca chicle sin cesar.
(Es un vicio tan malo, vulgar e infeliz
Como el de meterse el dedo en la nariz).
De modo que es cierto, tenemos razón,
El chicle no es nunca una compensación.
Esta horrible costumbre os hará acabar mal
Enviándoos a un pegajoso final.
¿Alguno de vosotros conoce o ha oído?
¿Hablar de una tal señorita Bellido?
Esta horrible mujer nada malo veía
En mascar y mascar a lo largo del día.
Mascaba bañándose en su bañera,
Mascaba, bailando, la noche entera.
Mascaba en la iglesia y hasta en el tranvía
¡Mascar es lo único que la pobre hacía!
Y cuando perdía su chicle, mascaba
Trozos de linóleo que del suelo arrancaba.
O cualquier otra cosa, la que hallase primero,
Un par de botas viejas, la oreja del cartero,
Los guantes de su tía, el ala de un sombrero.
¡Hasta llegó a mascarle la nariz al frutero!
Y así siguió mascando, hasta que llegó un día
En que sus maxilares (yo ya me lo temía).
Alcanzaron tal envergadura, por fin,
Que su enorme mandíbula parecía un violín.
Durante años y años masticó sin cesar
Y cien chicles, o mil consumió,
Hasta que una noche, al irse a acostar
He aquí lo que le sucedió:
En la cama leyó durante media hora
Sin dejar su vicio satánico.
En verdad, nuestra pobre señora
Parecía un cocodrilo mecánico.
Por fin decidió colocar
El chicle sobre una bandeja
Y para dormirse se puso a contar
Como otros insomnes, ovejas.
Pero, ¡qué extraño!, aunque dormía
Y el chicle acababa de dejar
Sus maxilares se movían
Aun sin nada que mascar.
¡Estaban ya tan habituados!
¡Que no podían estar cerrados!
Y era siniestro oír el crujido
Que en medio de la oscuridad
Hacían sus dientes. Era un ruido
Que daba miedo de verdad.
Así siguió la noche entera,
Pero al llegar la madrugada
Se dio la cruelísima ocasión
De que sus fauces decidieron
Abrirse en toda su extensión
Dando un tremendo tarascón
Que le arrancó la lengua entera.
Y desde entonces, la señora
A fuerza de tanto masticar,
Se quedó muda, y hasta ahora
Nunca más ha vuelto a hablar.
Su caso resultó notorio
Y fue aparar a un sanatorio
Que ya no ha vuelto a abandonar.
Así, queremos intentar
Salvar a Violet Beauregarde
De un destino similar.
Aún es joven, no es muy tarde,
Y aunque la prueba sea dura
Esperemos, sin alardes,
Que sobreviva a la cura.
Quizá lo haga, pronto o tarde.
La cosa no es muy segura.