¡Sí! Era Ole Kamp. Ole Kamp, que había sobrevivido, como por milagro, al naufragio del Viken.
Y si el Telégrafo no le había vuelto a Europa, era porque ya no se encontraba en los parajes visitados por el aviso.
Y si ya no se encontraba, era porque en aquella época estaba ya en camino para Cristianía en el buque que le repatriaba.
Esto es lo que contaba Sylvius Hog. Esto es lo que repetía a todo el que quería oírle. ¡Y bien puede creerse que todos le escuchaban con avidez! Esto es lo que narraba con verdadero acento de triunfador. Y sus vecinos lo repetían a los que no tenían la dicha de hallarse junto a él. Y esto se transmitía de grupo en grupo hasta el público de la parte exterior, agrupado en los patios y calles circunvecinas.
En algunos instantes, toda Cristianía sabía, a la vez, que el joven náufrago del Viken estaba de vuelta, y que había ganado el premio mayor de la lotería de las Escuelas.
Preciso era que Sylvius Hog fuese quien contase toda aquella historia. Ole no hubiera podido, porque Joël le estrechaba entre sus brazos hasta ahogarle, mientras Hulda volvía en sí.
—¡Hulda!… ¡Querida Hulda!… —decía Ole—. ¡Soy yo!… ¡Tu prometido, y muy bien pronto tu marido!…
—¡Mañana mismo, hijos míos; mañana mismo! —gritaba Sylvius Hog—. Esta misma noche partimos para Dal. Y si nunca se ha visto, ahora se verá a un profesor de legislación, a un diputado del Storthing, bailar en una boda como el más apuesto mancebo del Telemark.
¿Pero cómo conocía Sylvius Hog la historia de Ole Kamp?
Sencillamente, por la última carta que la Marina le había dirigido a Dal. En efecto: aquella carta, la última que había recibido, y de la que no había hablado a nadie, encerraba una segunda, fechada en Cristianía. Esta segunda carta le comunicaba lo siguiente: el brick danés Genius, capitán Kroman, acababa de arribar a Christiansand, conduciendo a su bordo a los supervivientes del Viken, entre otros, el joven maestre Ole Kamp, y tres días después debía llegar a Cristianía.
La carta de la marina añadía que aquellos náufragos habían sufrido de tal modo, que aún se encontraban en un estado de extrema debilidad. Por esto Sylvius Hog no quiso decir nada a Hulda del regreso de su prometido. Mientras no hubiese visto a Ole Kamp había determinado callar. Pin su respuesta, había suplicado el más absoluto silencio sobre aquella vuelta, secreto que había sido cuidadosamente guardado para el público, como él deseaba.
Fácil es, pues, explicarse que el aviso Telégrafo no hubiese encontrado ningún resto ni superviviente del Viken.
Durante una violenta tempestad, este buque, medio desmantelado, se había visto obligado a huir hacia el noroeste, cuando se hallaba a doscientas millas al sur de Islandia. En la noche del 3 al 4 de mayo, noche de ráfagas, fue a estrellarse contra uno de esos enormes icebergs que salen de los mares de Groenlandia. La colisión fue terrible, tan terrible, que cinco minutos después el Viken se iba a pique.
Entonces fue cuando Ole escribió el documento sobre el billete de lotería, como último adiós dirigido a su prometida, arrojándolo al mar después de haberle encerrado en una botella.
Pero la mayor parte de los hombres de la tripulación del Viken, incluso el capitán, habían perecido en el momento de la colisión. Únicamente Ole Kamp y cuatro de sus compañeros pudieron saltar sobre uno de los fragmentos del iceberg en el momento en que se sumergía el Viken.
Sin embargo, su muerte sólo se hubiera aplazado, si aquella espantosa borrasca no hubiese empujado el banco de hielo hacia el noroeste. Dos días después, desfallecidos, muriendo de hambre, los cinco sobrevivientes al naufragio eran arrojados sobre la costa de Groenlandia, costa desierta, donde vivieron a la gracia de Dios.
Allí, si no eran socorridos en algunos días, su muerte era segura.
¿Cómo habían, pues, de tener la tuerza necesaria para ganar las pesquerías o los establecimientos daneses de la bahía de Baffin en A otro litoral?…
Entonces acertó a pasar el brick Genius, arrojado fuera de su ruta por la tempestad. Los náufragos le hicieron señales. Fueron recogidos. Estaban salvados.
Sin embargo, el Genius, detenido por vientos contrarios, experimentó grandes retrasos en la travesía relativamente corta de Groenlandia a Noruega.
Esto explica cómo no llego a Christiansand hasta el 12 de julio, y a Cristianía hasta la mañana del 15.
Aquella misma mañana Sylvius Hog se dirigió a bordo.
Allí encontró a Ole Kamp. muy débil todavía. Le contó cuanto había ocurrido desde su última carta, fechada en San Pedro Miquelón. Después le condujo a su morada, rogando a la tripulación del Genius que guardase el secreto por algunas horas… Ya sabemos el resto.
Convínose entonces en que Ole Kamp asistiría al sorteo de la lotería. ¿Tendría tuerzas para ello?
¡Sí! Fuerzas no le faltarían, puesto que Hulda estaría allí.
¿Pero qué interés tenía para él aquel sorteo?
¡Sí, cien veces sí! ¡Lo tenía para él y para su prometida!
En efecto: Sylvius Hog había logrado retirar el billete de manos de Sandgoïst. Lo había rescatado por el precio que el usurero de Drammen había pagado a la señora Hansen.
Y Sandgoïst se había considerado muy feliz en deshacerse de él, ahora que habían cesado de producirse las pujas.
—Mi bravo Ole —había dicho Sylvius Hog, entregandole el billete— no es una probabilidad de ganancia, muy problemática por cierto, la que he querido devolver a Hulda; es el último adiós que la ha dirigido en el momento en que creía perecer.
Pues bien: preciso es confesar que. Sylvius Hog había tenido una buena inspiración, mejor que la de Sandgoïst, quien faltó poco para que se rompiera la cabeza contra la pared cuando supo el resultado del sorteo.
¡Ahora había cien mil marcos en la casa de Dal! ¡Sí! Cien mil marcos completos, porque Sylvius Hog no consintió en ser reembolsado por lo que había pagado para rescatar el billete de Ole Kamp.
¡Era la dote, que se consideraba muy dichoso en ofrecer el día de su casamiento a su querida Hulda!
Tal vez se encuentre algo maravilloso que el número 9672, sobre el cual se había fijado la atención pública tan vivamente, hubiese salido precisamente en la extracción del premio mayor.
Pero hay que convenir que, si bien algo extraño, el hecho no era imposible, y, sobre todo, que así fue.
Sylvius Hog. Ole, Joël y Hulda abandonaron Cristianía aquella misma noche. El regreso se hizo por Bamble, pues había que entregar a Siegfrid el importe del premio que había ganado. Al volver a pasar ante la iglesia de Hitterdal, Hulda recordó los tristes pensamientos que la atormentaban dos días antes; pero la presencia de Ole la devolvió bien pronto a la dichosa realidad.
¡Por San Olaf! ¡Qué hermosa aparecía Hulda bajo su radiante corona, cuando cuatro días después salía de la capillita de Dal del brazo de su marido Ole Kamp! ¡Inmensa fue la resonancia que tuvo aquella ceremonia hasta en los últimos goards del Telemark! ¡Qué alegría en todos los ánimos, en Siegfrid, su padre el granjero Helmboë, su futuro Joël y la señora Hansen, libre ya del espectro de Sandgoïst! Tal vez se preguntará si todos aquellos amigos, todos aquellos invitados, los señores Help, hijos del Mayor, y tantos otros, habían venido para asistir a la felicidad de los jóvenes esposos, o para ver bailar a Sylvius Hog, profesor de legislación y diputado del storthing. De todos modos éste bailó con la mayor dignidad, y, después de haber abierto el baile con su querida Hulda, lo cerró con la encantadora Siegfrid.
A la mañana siguiente, saludado por los hurras de todos los habitantes del valle de Vestfjorddal, partía, no sin haber formalmente prometido volver para el casamiento de Joël, que fue celebrado algunas semanas después, con gran alegría de los contrayentes.
Esta vez, el profesor abrió el baile con la encantadora Siegfrid y le cerró con su querida Hulda.
Después de esto, Sylvius Hog no volvió a bailar.
¡Cuanta felicidad acumulada ahora en la casa de Dal, que tan duramente había sido probada por espacio de algunos meses! Sin duda que en gran parte era la obra de Sylvius Hog; pero éste no quería convenir, y respondía siempre:
—¡Bueno! ¡Aun soy yo quien estoy en deuda con los hijos de la señora Hansen!
En cuanto famoso billete había sido devuelto a Ole Kamp después del sorteo de la lotería. Ahora figura en el sitio de honor, con un marco de madera, en el salón de la posada de Dal. Pero lo que de él se ve no es el anverso del billete en la que está inscrito el famoso número 9672; es el último adiós escrito en el reverso, que el náufrago Ole Kamp dirigía a su desposada Hulda Hansen.