XIII

Sylvius Hog, pues, había partido para Bergen. Su naturaleza tenaz, su carácter enérgico, un momento quebrantados, habían vuelto a sobreponerse.

No quería creer en la muerte de Ole Kamp, ni admitir que Hulda estuviese condenada a no volverle a ver jamás. No: mientras no fuese patente la materialidad del hecho, lo tenía por falso. Y, como vulgarmente se dice, aquello era más fuerte que él.

Pero ¿tenía algún indicio sobre el que fuese posible apoyar la obra que iba a emprender en Bergen? Sí; pero un indicio muy vago, preciso es confesarlo.

Sabía, en efecto, la fecha en que Ole Kamp había arrojado al mar el billete, la fecha y el lugar en que se había recogido la botella que lo encerraba.

Esto era lo que acababa de saber por la carta de la Marina, carta que le había decidido a partir inmediatamente para Bergen, a fin de entenderse con la casa Help y con los marinos más competentes del puerto. Tal vez aquello bastaría para imprimir una útil dirección a las investigaciones de que iba a ser objeto el Viken.

El viaje se llevó a cabo de la manera más rápida posible. Llegado a Moel, Sylvius Hog despidió a su compañero con el kariol. Tomó pasaje en una de las embarcaciones de corteza de abedul que hacen el servicio del lago Tinn. Después, en Tinoset, en lugar de dirigirse hacia el sur, es decir, hacia Bamble, alquiló un segundo kariol, y siguió los caminos del Hardanger, con objeto de ganar el golfo de este nombre por el más corto. Allí el Run, pequeño vapor que hace el servicio del golfo, le permitió volver bajar hasta su extremo inferior.

En fin, después de haber atravesado una red de fiordos entre los islotes y las islas de que está sembrado el litoral noruego, el 2 de julio al amanecer desembarcó en el muelle de Bergen.

Aquella antigua ciudad, que bañan los dos fiordos de Sogne y de Hardanger, está situada en un país soberbio, al cual se parecerá a Suiza el día en que un brazo de mar artificial haya llevado las aguas del Mediterráneo al pie de sus montañas.

Una magnífica calle de fresnos da acceso a las primeras viviendas de Bergen. Sus altas casas de puntiagudos techos resplandecen con la blancura de las de las ciudades árabes, y están aglomeradas en aquel triángulo irregular que encierra sus treinta mil habitantes.

Sus iglesias datan del siglo XII. Su alta catedral la divisan de lejos los buques procedentes de alta mar. Es la capital de la Noruega comercial, por más que esté situada fuera de las vías de comunicación y muy alejada de las otras dos ciudades que políticamente ocupan el primer y segundo lugar del reino, Cristianía y Drontheim.

En cualquier otra circunstancia, el profesor hubiera tenido gusto en estudiar aquella cabeza de prefectura, tal vez más holandesa que noruega por su aspecto y sus costumbres. Esto formaba parte de su programa. Pero después de la aventura de la Maristien, después de su llegada a Dal, aquel programa había sufrido importantes modificaciones.

Sylvius Hog no era ya el diputado turista que quería conocer con exactitud el país, tanto desde el punto de vista político, como desde el punto de vista comercial. Era el huésped de la casa Hansen, tenía una deuda de gratitud con Joël y Hulda, cuyos intereses estaban por encima de todo.

Era el deudor que quería, no importa a qué precio, pagar su deuda de reconocimiento. Y aun pensaba que lo que iba a intentar por ellos era bien poca cosa.

Al llegar a Bergen, Sylvius Hog tomó tierra al fondo del puerto, en el muelle de la lonja de pescado.

Inmediatamente se dirigió al barrio de Tyske Bodrone, donde vivía Help júnior, de la casa Help hermanos.

Llovía como de costumbre, pues la lluvia cae en Bergen trescientos sesenta días por año. Con dificultad se hubiera encontrado una casa mejor cercada y dispuesta que la hospitalaria de Help júnior.

En cuanto a la acogida que se dispensó Sylvius Hog, en ninguna parte hubiera podido ser más afectuosa, más cordial, más demostrativa del cariño que le profesaban. Su amigo se apoderó de su persona como de una joya preciosa que tomaba en consignación, que almacenó con cuidado, y que no entregaría sino a cambio de un recibo en buena y debida forma.

Sylvius Hog dio a conocer inmediatamente el objeto de su viaje a Help junior. Le habló del Viken. Le preguntó si, desde su ultima carta, no había tenido ninguna otra noticia. ¿Lo consideraban como irremisiblemente perdido los marinos de la localidad? ¿Aquel naufragio, que cubría de luto a varias familias de Bergen, no había inclinado a las autoridades marítimas a dar principio a investigaciones que pudieran dar alguna luz respecto a aquella catástrofe?

—¿Y cómo podrían hacerlo —respondió Help junior—, si no se sabe el lugar del naufragio?

—Sea —mi querido Help—; pero precisamente porque se ignora ese lugar, es preciso procurar conocerlo.

—¿Conocerlo?

—¡Sí! Si nada se sabe del punto en que ha zozobrado el Viken, se conoce, por lo menos, el lugar en que el documento fue recogido por el buque danés. Hay, pues, un indicio seguro, que seríamos culpables en no aprovechar.

—¿Cuál es ese sitio?

—¡Escúcheme, mi querido Help!

Sylvius Hog le comunicó entonces los nuevos datos que últimamente le había proporcionado la Marina, y los plenos poderes que le daba para utilizarlos.

La botella que encerraba el billete de lotería de Ole Kamp había sido encontrada el 3 de junio por el brick-goleta Christian, capitán Mosselman, de Elseneur, a una distancia de doscientas millas al sudoeste de Islandia, soplando viento del sudeste.

Aquel capitán, como era su deber, había tomado en el acto conocimiento del documento, para el caso en que hubiera podido prestar su socorro inmediato a los supervivientes del Viken.

Pero las líneas escritas al dorso del billete de lotería no indicaban de ningún modo el lugar del naufragio, y el Christian no pudo dirigirse a las aguas donde había ocurrido la catástrofe.

El capitán Mosselman era un hombre honrado. Otro menos escrupuloso, quizá hubiera guardado para sí el billete; pero él no tuvo más que un pensamiento: hacerlo llegara su destino desde el momento en que entrase en el puerto. «Hulda Hansen, de Dal»; esto bastaba. No era necesario saber más.

Sin embargo, una vez llegado a Copenhague, el capitán Mosselman pensó que sería mejor remitir el documento a las autoridades danesas, en lugar de enviarlo directamente a la destinataria. Aquello era lo más seguro y lo más regular. Así lo hizo, y la Marina de Copenhague avisó inmediatamente a la de Cristianía.

En aquella época se habían recibido ya las primeras cartas de Sylvius Hog, que pedía noticias precisas sobre el Viken. El especial interés que tenía por la familia Hansen era conocido. Se sabía que Sylvius Hog debía permanecer algún tiempo en Dal, y allí se remitió el documento recogido por el capitán danés, a fin de que lo pusiese en manos de Hulda Hansen.

Desde entonces, aquella historia no había cesado de apasionar la opinión pública, gracias a los conmovedores detalles con que la había revestido la prensa de ambos mundos.

He aquí lo que Sylvius Hog manifestó sumariamente a su amigo Help júnior, que le escuchó con el más vivo interés, sin interrumpirle una vez siquiera, concluyendo su narración con estas palabras:

—Hay, pues, un punto que no puede ponerse en duda, y es que el 3 de junio último fue encontrado el documento a doscientas millas al sudoeste de Islandia, casi un mes después de la partida del Viken de San Pedro Miquelón para Europa.

—¿Y no sabe nada más?

—No, mi querido Help; pero, consultando a los marinos más experimentados de Bergen, los que frecuentan o han frecuentado aquellas aguas, que conocen la dirección general de los vientos, y, sobre todo, de las corrientes, ¿no podría establecerse el camino seguido por la botella? Después, teniendo aproximadamente en cuenta su velocidad y el tiempo transcurrido hasta el momento en que fue recogida, ¿es imposible determinar el sitio en que fue arrojada por Ole Kamp, es decir, el lugar del naufragio? Help júnior sacudía la cabeza con aire poco aprobador.

Basar toda una tentativa de pesquisas sobre tan vagas indicaciones, a las cuales podrían mezclarse tantos motivos de error, ¿no sería correr al desencanto?

El armador, espíritu frío y práctico, creyó deber hacérselo observar a Sylvius Hog.

—¡Sea, amigo Help! Pero, el que tal vez no se obtengan sino datos muy inciertos, ¿es acaso una razón para abandonar la partida? Tengo empeño en que se intente todo en favor de esas pobres gentes, a las cuales debo mi vida. ¡Sí! Si necesario fuese, no vacilaría en sacrificar todo cuanto poseo por encontrar a Ole Kamp y entregarle a su prometida Hulda Hansen.

Y Sylvius Hog contó detalladamente su aventura del Rjukanfos. Dijo de qué modo el intrépido Joël y su valerosa hermana habían arriesgado su vida para venir en su ayuda, y cómo, sin su inesperada intervención, no tendría en aquel momento el placer de ser el huésped de su amigo Help.

El amigo Help, según hemos dicho, era un espíritu poco propenso a pagarse de ilusiones; pero tampoco se oponía a que se intentase hasta lo inútil, hasta lo imposible, cuando se trataba de una cuestión de humanidad. Aprobó, pues, en definitiva lo que quería intentar Sylvius Hog.

—Sylvius —respondió—; le secundaré con todo mi poder. ¡Tiene razón! Aun cuando sólo existiese una débil probabilidad de encontrar algún superviviente del Viken, y, entre otros, el bravo Ole, cuya prometida le ha salvado la vida, no hay que despreciarla.

—¡No, Help, no! —respondió el profesor—. Aun cuando sólo hubiese una probabilidad contra cien mil.

—Hoy mismo, Sylvius, reuniré en mi despacho a los mejores marinos de Bergen. Llamaré a todos los que han navegado o navegan habitualmente por las aguas de Islandia y de Terranova. Veremos lo que nos aconsejan hacer…

—¡Y haremos lo que nos aconsejen! —respondió Sylvius Hog, con su ardor tan comunicativo—. Tengo el apoyo del gobierno. ¡Estoy autorizado para disponer de uno de sus avisos, y espero que nadie vacilará en contribuir a semejante obra!

—Voy a las oficinas de la Marina —dijo Help Júnior.

—¿Quiere que le acompañe?

—Es inútil; debe de estar fatigado…

—¡Fatigado!… ¡Yo!… ¡A mi edad!…

—No importa, descanse, mi querido y siempre joven Sylvius, aguardándome aquí.

En aquel mismo día hubo, en la casa de Help hermanos, una reunión de capitanes mercantes, de marinos de la gran pesca y de pilotos. Allí se encontraba un gran número de gentes de mar, que navegaban todavía, y algunos de más edad que se habían retirado.

Inmediatamente Sylvius Hog les puso al corriente de la situación. Les manifestó en qué fecha, 3 de mayo, había sido arrojado al mar el documento escrito por Ole Kamp; en cuál otra, 3 de junio, lo había recogido el capitán danés, y qué sitio, a doscientas millas al sudoeste de Islandia.

La discusión, pues, fue bastante larga y muy seria.

No había uno entre aquellos bravos marinos que no conociese cuál era, en las aguas de Islandia y de Terranova, la dirección general de las corrientes; dato que era preciso tener muy en cuenta para resolver el problema.

Se sabía que en la época del naufragio, durante el intervalo de tiempo comprendido entre la partida del Viken de San Pedro Miquelón y la pesca de la botella, hecha por el buque danés, interminables rachas del sudeste habían trastornado aquella porción del Atlántico. A aquellas tempestades había que atribuir sin duda la catástrofe. Probablemente el Viken, no pudiendo mantenerse a la capa, habría tenido que huir viento en popa.

Ahora bien: precisamente durante aquel período del equinoccio, los hielos polares empiezan a derivar hacia el Atlántico. Era, pues, posible que se hubiera producido una colisión, y que el Viken hubiese sido destrozado por uno de aquellos terribles escollos flotantes que tan difícil es evitar.

Admitiendo esa hipótesis, ¿por qué la tripulación, en todo o en parte, no había de haberse refugiado sobre uno de aquellos icefields[2] después de haber depositado cierta cantidad de víveres?

Si era así, habiendo debido ser rechazado el banco de hielo hacia el noroeste, no era imposible que los supervivientes hubiesen podido arribar, por último, a un punto cualquiera de la costa groenlandesa. Luego en aquella dirección y en aquellos lugares debían intentarse las investigaciones.

Tal fue la respuesta dada por unanimidad, en aquella reunión de marinos, a las diversas cuestiones propuestas por Sylvius Hog. No cabía duda de que era preciso proceder de la manera indicada.

Pero ¿qué se podría encontrar sino despojos en el caso en que el Viken hubiese abordado aquel enorme iceberg? ¿Debería contarse con la repatriación de los que habían sobrevivido al naufragio? Era más que dudoso. El profesor, a aquella pregunta directa, vio que los más competentes no podían o no querían contestar nada. Pero esto no era una razón para dejar de obrar, y en esto todos estaban conformes, con el menor retraso posible.

Bergen cuenta habitualmente con algunos barcos pertenecientes a la flotilla noruega del Estado. A aquel puerto está destinado uno de los tres avisos que hacen el servicio de la costa occidental, haciendo escala en Drontheim, Finmark, Elammerfest y Cabo Norte. En aquel momento estaba anclado en la bahía.

Después de haber levantado un acta, que resumía la opinión de los marinos reunidos en casa de Help júnior, Sylvius Hog se dirigió inmediatamente a bordo del aviso Telégrafo, y dio a conocer al comandante la misión especial de que había sido encargado por el gobierno.

El comandante recibió al profesor con solicitud, y se declaró dispuesto a prestarle todo su concurso. Había hecho ya la navegación de aquellos parajes durante las largas y peligrosas campañas que arrastran a los pescadores de Bergen, de las islas Loffoten y del Finmark hasta las pesquerías de Islandia y de Terranova. Podría, pues, contribuir con sus conocimientos personales a la obra de humanidad que iba a emprenderse, a la cual prometió dedicarse por completo.

En cuanto a la nota que le remitió Sylvius Hog, nota que indicaba el presunto lugar del naufragio, aprobó en absoluto las conclusiones. En la parte de mar comprendida entre Islandia y Groenlandia era donde había que buscar a los sobrevivientes, o, por lo menos, algún resto del Viken. Si el comandante no obtenía resultado alguno, iría a explorar las aguas vecinas, y tal vez el mar de Baffin en la costa oriental.

—Estoy pronto a partir, señor Hog —añadió—. Mi provisión de víveres y carbón está hecha; mi tripulación a bordo, y puedo zarpar hoy mismo, si le parece.

—Le doy gracias, comandante —respondió el profesor—, y le estoy reconocido por la acogida que me ha dispensado. Pero una pregunta todavía: ¿podrá decirme cuánto tiempo le será necesario para llegar a las aguas de Groenlandia?

—Mi aviso puede hacer once nudos por hora, y como la distancia desde Bergen a aquel punto es aproximadamente de veinte grados, cuento con llegar en menos de ocho días.

—Dese toda la prisa posible, comandante —respondió Sylvius Hog—. Si algunos náufragos han podido escapar a la catástrofe, hace ya dos meses que se encuentran en el mayor abandono, muriendo de hambre en alguna costa tal vez desierta…

—No hay tiempo que perder, señor Hog. Hoy mismo me haré a la mar con la marea alta; caminaré con mi máximo de velocidad, e inmediatamente que recoja un indicio cualquiera, informaré a la Marina de Cristianía por el cable de Terranova.

—Parta, pues, comandante —respondió Sylvius Hog—; ¡y quiera Dios que salga bien de su empresa!

Aquel mismo día, el aviso Telégrafo zarpaba saludado por los simpáticos hurras de toda la población de Bergen. Y no sin viva emoción se le vio sortear los pasos y desaparecer después detrás de los islotes del fiordo.

Sylvius Hog no limitó sus esfuerzos a la expedición que acababa de encargar al aviso Telégrafo. Según pensaba, podía hacerse más todavía, multiplicando los medios de encontrar alguna huella del Viken. ¿No era posible excitar la emulación de los barcos mercantes y de pesca para que prestaran su concurso en las investigaciones mientras navegaban en los mares de las Feroe e Islandia? ¡Sí, sin duda! Prometió, pues, en nombre del Estado, un premio de dos mil marcos a todo buque que proporcionase un indicio relativo al barco perdido, y de cinco mil al que repatriara a alguno de los supervivientes al naufragio.

De esta manera Sylvius Hog, durante los días que pasó en Bergen, hizo todo cuanto era posible hacer para asegurar el éxito de aquella campaña. En ello fue perfectamente secundado por su amigo Help júnior, y por las autoridades marítimas.

Help hubiera deseado conservarle a su lado durante algún tiempo todavía, pero Sylvius Hog se negó a prolongar su estancia.

Estaba impaciente por hallarse al lado de Hulda y de Joël, a quienes temía dejar entregados a sí mismos por largo tiempo.

Pero Help junior convino con él en que, si llegaba alguna noticia, le sería transmitida inmediatamente a Dal. A él solo pertenecía el cuidado de informar a la familia Hansen.

El 4, por la mañana, Sylvius Hog, después de haberse despedido de su amigo Help junior, se embarcó en el Run para atravesar el fiordo del Hardanger, y, a menos de experimentar retrasos improbables, contaba estar de vuelta en el Telemark en la noche del 5.