14

Jack y Gloria escucharon solo a medias los planes de los demás. Tim Lambert quería regresar a su casa lo antes posible, y Elaine trataba de convencer a Lilian y Ben para que pasaran con ellos un par de días. Para la joven pareja la excursión a Greymouth era objeto de discrepancia: Lilian quería volver a ver a sus hermanos y su caballo, pero Ben temía el reencuentro con su madre. Como cabía esperar, ganó Lily. Elaine susurró al oído de su esposo que Ben, pese a todo, era «realmente muy buen chico».

—Me gustaría saber qué habrá visto Lily en él —añadió, mientras Ben y Caleb se enzarzaban de nuevo en la cuestión de la previsibilidad general de las acciones de los dioses y figuras legendarias de la mitología maorí. Tim soltó un gruñido y Elaine interpretó que estaba de acuerdo con ella.

Maaka y su joven esposa se retiraron pronto; seguramente encontraban las discusiones de Ben y Caleb todavía más irritantes que el resto de los reunidos. Jack aprovechó la oportunidad para despedirse él también y Gloria, asimismo, deseó a todos unas buenas noches. Besó a su abuela en las mejillas, algo que no había vuelto a hacer desde que era niña. A Gwyneira se le escaparon las lágrimas.

Gloria abrió despacio la puerta de la habitación de Jack. No llamó, como tampoco lo hacía siendo niña, y con la misma naturalidad de muchos años antes, se deslizó bajo las sábanas. Sin embargo, en el pasado la niña siempre llevaba un camisón y enseguida, sin decir palabra, se apretaba contra su protector para seguir durmiendo sin sufrir pesadillas. En cambio, en ese momento la mujer se desprendió de la bata antes de acostarse junto a él. Estaba desnuda. Temblaba y Jack creía oír el agitado latido de su corazón.

—¿Qué tengo que hacer? —preguntó ella en un susurro.

—Nada —contestó Jack, pero Gloria agitó la cabeza.

Ella se apartó hacia atrás el cabello recién lavado y al mismo tiempo Jack levantó la mano. Sus dedos se tocaron y se separaron como víctimas de una descarga eléctrica.

—Eso ya lo he intentado —murmuró Gloria.

Jack le acarició el cabello y la besó. Primero en la frente y las mejillas, luego en la boca. Ella no la abrió, permaneció quieta.

—Gloria, no tienes que hacerlo —dijo Jack con suavidad—. Te quiero, tanto si compartes la cama conmigo como si no. Si tú no lo deseas…

—Pero tú sí quieres —murmuró Gloria.

—No se trata de eso. Si hay amor, los dos quieren. Si solo hay uno que disfrute, es… —No encontraba un calificativo—. En cualquier caso no está bien.

—¿A Charlotte le gustó la primera vez? —Gloria se relajó un poco.

Jack sonrió.

—Claro que sí. Aunque también era virgen cuando nos casamos.

—¿También? —preguntó la muchacha.

—Para mí eres virgen, Gloria. Todavía no has amado a ningún hombre, de lo contrario no preguntarías qué tienes que hacer. —Jack volvió a besarla, deslizando los labios por el cuello y los hombros de la joven. Con cautela le acarició los pechos.

—Entonces, enséñame —dijo ella bajito. Seguía temblando, pero poco a poco se fue calmando cuando él le besó los brazos, las muñecas, las manos ásperas y los dedos fuertes y cortos. Condujo la mano de la muchacha para que le acariciara el rostro mientras él la tocaba con cariño y precaución, como a un caballo asustadizo.

Después de Charlotte, Jack no había estado con ninguna otra mujer y se sentía algo inquieto. Pero Gloria era totalmente distinta de Charlotte. De acuerdo, su esposa había sido virgen y al principio algo tímida, pero tenía costumbres mundanas y era una sufragista en ciernes. Como tal, había salido a la calle con sus compañeras para reivindicar los derechos de la mujer, y las estudiantes se habían ocupado de suministrar medicinas a las chicas de la calle. La joven no había sido una completa ignorante: entre las chicas habían hablado e intercambiado experiencias. Charlotte, por consiguiente, tenía ilusión por la noche de bodas. Sentía curiosidad y ganas de aprender el arte del amor.

Gloria, por el contrario, tenía miedo, pero no manifestaba su temor retrayéndose, sino soportándolo todo. No oponía resistencia alguna; en algún momento de su traumática experiencia en el Niobe se había dado cuenta de que soportaba mejor el dolor cuando conseguía relajarse. Consciente de ello, Jack procuró que ella no se dejara llevar por ese abandono hasta convertirse entre sus brazos en una muñeca sin voluntad. Por este motivo habló con ella, le susurró palabras dulces mientras la acariciaba e intentó tocarla como nunca antes lo hubieran hecho. Se alegró cuando ella apretó el rostro contra su hombro y le enterneció que lo besara cuando él la penetró. La amó despacio, acariciándola y besándola en todo momento, y antes de alcanzar el clímax, se dio media vuelta y la puso encima de él. No quería desplomarse sobre ella como uno de sus lascivos clientes. Finalmente, ella resbaló a su lado y se apretó contra su hombro mientras él recuperaba la respiración. En ese momento se atrevió a hacerle una pregunta.

—Jack… —dijo, sin poder ocultar su temor—. El que vayas tan despacio… ¿es porque has estado enfermo? ¿O estás enfermo?

Jack se quedó atónito. Luego se le escapó la risa.

—¡Claro que no, Glory! No soy lento. Me tomo mi tiempo porque… porque luego es más bonito. Sobre todo para ti. ¿No te ha gustado, Glory?

Ella se mordió los labios.

—Yo… No sé. Pero si lo haces otra vez, intentaré fijarme.

Jack la abrazó.

—Glory, no se trata de un experimento científico. Intenta no preocuparte por nada. Solo por ti y por mí. Mira… —Buscó una imagen para explicarle el acto sexual y de repente le vino a la mente la última y tierna advertencia de Charlotte.

»Piensa en Papa y Rangi —dijo con suavidad—. Es como si el cielo y la tierra se hicieran uno y nunca más quisieran separarse.

Gloria tragó saliva.

—¿Puedo… puedo ser el cielo ahora?

Por primera vez no se limitó a tenderse bajo un hombre, sino que se colocó encima de Jack para besarlo y acariciarlo como él había hecho con ella. Y luego no se preocupó de nada más. El cielo y la tierra estallaron en puro éxtasis.

Gloria y Jack despertaron estrechamente enlazados. Jack fue el primero en abrir los ojos y ver dos vivarachas caras de collie. Nimue y Tuesday, que se habían acurrucado a los pies de la cama, se alegraban de que los seres humanos se dispusieran por fin a empezar el día.

—¡No vamos a convertir esto en costumbre! —observó Jack frunciendo el ceño, al tiempo que con un movimiento de cabeza ordenaba a los perros que salieran de la cama.

—¿Por qué no? —murmuró Gloria somnolienta—. La segunda vez me ha gustado de verdad.

Jack la despertó a besos y volvió a amarla.

—¿Cada vez es mejor? —preguntó ella a continuación.

Jack sonrió.

—Eso intento. Pero en lo referente a costumbres… Gloria, ¿te casarás conmigo?

Gloria se apretó todavía más contra él. Mientras Jack esperaba atento, ella escuchaba todos los ruidos de la casa al despertar.

Lilian cantaba fuerte y desafinando en el baño; Tim descendía con las muletas la escalera —siempre intentaba llegar el primero para que nadie lo viera bajar torpemente—; Elaine llamaba a su perro y en algún lugar Ben y Caleb discutían, seguro que de nuevo sobre los hábitos maoríes.

—¿Es imprescindible? —preguntó Gloria—. ¿No acabo de acostarme contigo en la casa dormitorio?

Jack y Gloria deseaban una boda sencilla, pero Gywneira pareció decepcionada y también Elaine protestó con vehemencia cuando se enteró. Era evidente que sentía que Lilian la había traicionado por no haber celebrado una gran fiesta y ahora quería participar al menos en la organización del enlace de Jack y Gloria.

—¡Una fiesta en el jardín! —exclamó Gwyn—. Las bodas más bonitas son siempre en el jardín, y ahora el verano está a punto de llegar. Podéis invitar a toda la región. ¡Tenéis que hacerlo! A fin de cuentas, se casa la heredera de Kiward Station y la gente espera que dé un nuevo impulso.

Si bien Gwyneira todavía recordaba algunas fiestas en los jardines de Kiward Station que no habían acabado nada felices, siempre le habían fascinado los farolillos en el parque, la pista de baile bajo el cielo estrellado y esa atmósfera mágica.

—¡Pero ni hablar de pianos! —decretó Gloria.

—Ni de valses… —intervino Jack, recordando su primer baile con Charlotte.

—¡No! Nada de orquestas —manifestó Gwyneira, que también evocaba su boda con James—. Solo un par de personas que sepan tocar el violín y la flauta e interpreten alguna melodía. Seguro que a alguien encontramos entre los trabajadores. Tal vez alguien vuelva a bailar una giga conmigo…

Desde que sabía que Gloria y Jack se habían prometido, Gwyneira había rejuvenecido unos cuantos años y los planes de la boda la estimulaban.

—Y no esperaremos una eternidad —señaló Jack—. Nada de noviazgo de medio año o algo similar. Lo haremos…

—Primero las ovejas han de estar en la montaña —anunció Gloria—. Así que no antes de diciembre. Y piensa en los próximos cobertizos de esquileo. No tengo ningunas ganas de andar probándome vestidos mientras vosotros tenéis que supervisar la rehabilitación.

Gwyneira rio y habló de las interminables pruebas de su vestido de novia en Inglaterra. Hoy le parecía increíble que años atrás se hubiera equipado a una novia perfecta destinada a un marido en el otro extremo del mundo.

A Gloria no le gustaba hablar del vestido de novia. De hecho, el mero hecho de pensar en él ya la enervaba. Lo cierto es que nunca le habían sentado bien los vestidos. Además, seguro que todos los invitados la comparaban con Kura-maro-tini, cuyo maravilloso vestido sin duda recordarían. De niña le habían hablado con frecuencia del sencillo vestido de seda de Kura, de las flores naturales en su hermoso cabello… Gloria habría preferido ir al altar en pantalones de montar.

Al final, Lilian solucionó el problema. Ben obtuvo en Dunedin una cátedra. —Lilian sospechaba que el padre del muchacho había recurrido a sus contactos, pero, naturalmente, no se lo dijo a Tim— y su joven esposa viajó cuatro semanas antes del enlace con niño, niñera y máquina de escribir a la isla Sur para intentar encontrar casa allí. En cualquier caso, este era el motivo oficial. De hecho fue primero a Kiward Station y se ocupó de todos los asuntos concernientes a la boda que su madre no había monopolizado. Constatar que todavía no había traje de novia la estimuló sobremanera.

—¡Tenemos que comprar un vestido! —anunció enérgicamente a la reticente Gloria—. Y no quiero oír ni una réplica: mañana nos vamos a Christchurch. ¡Sé exactamente lo que necesitas!

Diligentemente sacó del bolso una revista femenina de Inglaterra y la abrió delante de Gloria. Esta lanzó una mirada sorprendida a los amplios y flotantes vestidos de telas livianas, en parte adornados con lentejuelas y flecos, que recordaban un poco a las piupiu, las faldas de danzas maoríes. Los nuevos vestidos también eran más cortos, llegaban solo hasta la rodilla y no exigían una cintura de avispa, sino que alargaban el talle hacia abajo.

—¡Es el último grito! Así vestidas bailan el charlestón. Ah, sí, y también tienes que cortarte un poco el pelo. Mira, como esta chica…

La mujer de la revista llevaba el pelo corto y escalado.

—¡Eso será lo primero que hagamos, ya verás!

Lilian siempre le había cortado el pelo a Ben, ya que al principio de su matrimonio nunca les quedaba dinero para el barbero. En ese momento, pues, manejaba las tijeras tan deprisa y con tanta destreza por los encrespados mechones de Gloria, que esta se acordó de la forma de hacer de las cuadrillas de esquiladores. La joven no se atrevía a protestar ni tampoco podía hablarle a Lilian de su última «esquilada». Así que se mantuvo quieta, un poco asustada, y luego apenas si dio crédito a la imagen que vio en el espejo. El grueso cabello ya no se erizaba, sino que enmarcaba el rostro amablemente. El nuevo peinado acentuaba los pómulos altos y los rasgos ahora más marcados, resaltando el exotismo de la herencia maorí y estilizando la cara algo ancha y plana.

—¡Divina! —constató Lilian, satisfecha—. Y luego, claro está, tendrás que maquillarte. ¿Recuerdas cuando te enseñé en la escuela? En cualquier caso, no te preocupes de nada, porque para la boda ya me encargo yo. Y mañana compramos sin falta el vestido.

Fracasaron en la empresa porque en todo Christchurch no había ni un solo vestido charlestón. Los vendedores se mostraron incluso sorprendidos al ver las ilustraciones.

—¡Qué indecencia! —exclamó una matrona, ofendida—. No creo que aquí tenga buena acogida esta moda.

Gloria se probó un par de vestidos y al final hasta le entraron ganas de renunciar a la boda.

—¡Tengo un aspecto horroroso!

—Es que estos vestidos son horrorosos —dijo Lilian—. Dios mío, como si hubieran apostado a ver qué sastre cosía más volantes en un traje de novia. ¡Pareces un pastel de nata! No, hay que pensar algo. ¿Hay alguien en Kiward Station que tenga máquina de coser?

—¿No pensarás confeccionarlo tú misma? —preguntó Gloria, asustada. Los trabajos manuales formaban parte de las asignaturas de Oaks Garden y todavía recordaba bien las desastrosas obras de su prima.

Lilian soltó una risita.

—Yo no…

La única máquina de coser entre Christchurch y Haldon se encontraba en posesión de Marama. Era uno de los últimos regalos de su yerno William y en los últimos años se había utilizado para coser los sencillos pantalones de montar y camisas de los hijos de Marama.

—¡Estupendo! —se alegró Lilian—. El modelo despertará antiguos recuerdos. ¡Con uno así hizo juegos de manos con el vestido de novia de mi madre! ¿Puedo llamar por teléfono a Greymouth ahora mismo?

La boda de Gloria brindó la oportunidad a la señora O’Brien, la habilidosa madre de Roly, de viajar en tren por primera vez en su vida. Emocionada y con ganas de actividad, llegó dos días después de la llamada de socorro de Lilian a Christchurch y pareció casi tan escandalizada como los vendedores ante las imágenes de la revista. Sin embargo, luego se tomó el asunto como un desafío y se apresuró a elegir la tela adecuada.

—Puede ser tranquilamente seda, niñas, en cualquier caso una tela con caída, nada de tul. Y esos flecos… ¿eso viene de América, señorita Lily? ¿De los indios? Bueno, no soy yo la que ha de ponérselo.

Cuando al final Gloria se probó el vestido, hasta la señora O’Brien dio su beneplácito. Y Lilian exigió vehementemente un modelo parecido: a fin de cuentas era la dama de honor.

El vestido convirtió a Gloria en una mujer totalmente distinta. Parecía más alta, más adulta, pero también más dulce y juguetona. En realidad nunca había sido gorda, pero hasta el momento los vestidos le sentaban mal. Ahora se miraba por vez primera en el espejo y se encontraba delgada. Dio unas vueltas por la habitación, todas las que le permitieron los zapatos de tacón alto que Lilian había insistido que llevara.

—Y en lugar de velo necesitas un sombrerito así con plumas —concluyó Lily, señalando de nuevo la revista. Hasta el momento no se había atrevido a hacer tal sugerencia, pero Gloria estaba ahora lo bastante entusiasmada—. ¿Lo conseguirá, señora O’Brien?

Cuanto más se acercaba la ceremonia, más callaba Jack. Los dinámicos preparativos de Elaine y Lilian le recordaban demasiado a la agitación de Elizabeth y Gwyneira cuando se casó con Charlotte. No obstante, Gloria se refugiaba en los establos huyendo de todo ese alboroto, mientras que Charlotte había disfrutado del bullicio.

—Tendríamos que habernos ido de viaje —observó él la noche antes de la boda—. Lilian y Ben lo hicieron bien: lejos de todo y con una firma del registro civil de Auckland.

Gloria sacudió la cabeza.

—No, tenemos que celebrarla aquí —dijo con una voz extraordinariamente dulce.

El día anterior había llegado una carta de Kura y William Martyn. La respuesta al anuncio de compromiso de Gloria y Jack y a la invitación a la boda. No podrían asistir a esta última y se mostraban ofendidos porque no hubieran tenido en cuenta su gira al planearla. En esos momentos su compañía permanecía en Londres de nuevo, así que teóricamente habrían podido asistir, ya que en unos ocho meses aproximadamente estarían libres de compromisos. Al principio, Gloria se había enfadado por la carta, pero Jack la cogió, le echó un vistazo y la dejó a un lado. Abrazó a Gloria, que se había vuelto a poner tensa solo de tocar la carta de Kura.

—Nunca me hubiera atrevido a amarte de esta manera… —dijo con el rostro hundido en los cabellos de la joven.

Gloria se separó de él y levantó la vista, perpleja.

—¿Qué quieres decir?

—Si no te hubieran enviado a Inglaterra —explicó Jack—, te habrías quedado aquí y para mí nunca habrías sido una mujer adulta. Te habría querido, pero como a una hermana pequeña o una pariente próxima. Tú…

Gloria comprendió.

—Habría sido tapu para ti… —observó—. Es posible. Pero ¿tengo ahora que darles las gracias a mis padres por ello?

Jack sonrió.

—En cualquier caso, ya no tendrías que estar tan enfadada con ellos. Y deberías leer la posdata… —Recogió la carta, la alisó y se la tendió.

Gloria miró sin comprender un par de frases que completaban el escrito: Kura Martyn le pedía a Gwyneira que preparase un certificado. Tenían la intención de transferir a su hija Kiward Station como regalo de bodas. Gloria pareció ir a decir algo, pero no pronunció palabra.

—¿Tienes miedo de que ahora me case contigo por todas tus ovejas? —preguntó Jack, sonriente.

Gloria se encogió de hombros y tomó una profunda bocanada de aire.

—No sería tan malo —comentó—. Piensa en la abuela Gwyn. Ha tenido una vida larga y feliz con las ovejas de su esposo. —Gloria sonrió y cogió la mano de Jack—. Y ahora ven, se lo explicaremos. Por primera vez en decenios dormirá realmente tranquila.

El día del enlace fue un domingo soleado. Jack suspiró aliviado cuando la mañana se presentó sin nubes: el día que se casó con Charlotte había llovido. Elaine renunció de muy mala gana a tocar la marcha nupcial en la boda, pero Gloria no quería ni ver un piano. Marama cumplió con la tradición pakeha, pese a todo, tocando la marcha nupcial de Lohengrin en la flauta putorino. También fue ella quien se ocupó de la música durante el enlace y cantó con su voz etérea canciones de amor de los maoríes.

—Ha sido precioso —dijo con dulzura la señorita Bleachum, que acompañaba a Gloria como madrina. Se la notaba feliz y estaba guapa y rejuvenecida con un vestido moderno de color azul claro. La razón evidente de ello estaba a su lado. El doctor Pinter la acompañaba a la boda. También él estaba irreconocible: había engordado y la expresión abrumada del período de guerra había sido sustituida por un semblante sereno y alegre. Contó a Jack que había vuelto a operar.

—A un joven con las caderas deformadas. Era uno de los inválidos de guerra. La familia, claro está, no tenía dinero y el chico se habría quedado inválido. Y Sarah consideró que tenía que intentarlo. —Contempló a la señorita Bleachum con una mirada de adoración, como si solo a ella debiera su restablecimiento.

—¡Y ahora abrimos un hospital infantil! —anunció ella—. Robert ha heredado un poco de dinero y yo dispongo de unos ahorros. Hemos comprado una casa preciosa. ¡Y se ajusta a nuestro propósito de maravilla! Tras las operaciones, los niños tienen que permanecer largo tiempo en cama y no pueden ir a la escuela. Yo les daré clase. Me habría resultado difícil renunciar a mi profesión…

Se ruborizó al pronunciar las últimas palabras.

—¿Significa esto que se casa, señorita Bleachum? —inquirió Jack. Por supuesto, ya lo sabía, pero le fascinaba ver enrojecer a la antigua institutriz de Gloria—. Y eso que habíamos esperado volver a verla pronto entre nosotros…

La señorita Bleachum miró fugazmente a Gloria, cuya silueta no manifestaba ningún cambio, y volvió a ruborizarse. Su antigua alumna la ayudó a salir del compromiso presentando a Wiremu al doctor Pinter. Contrariamente a Tonga y otros dignatarios de la tribu, que habían asistido con la vestimenta tradicional, el joven llevaba un traje que no acababa de sentarle bien. Al parecer, todavía lo conservaba del tiempo en que había vivido en Dunedin y en los meses de guerrero y cazador había aumentado su masa muscular. Se diría que los hombros y los brazos iban a desgarrar la chaqueta.

—Wiremu estudia medicina. ¿No necesitaría usted un asistente en su hospital?

El doctor Pinter miró los tatuajes de Wiremu con desaprobación.

—No sé —rechazó—. Dará miedo a los niños…

—¡Qué va! —replicó Sarah con entusiasmo—. ¡Al contrario! Les dará valor. Un guerrero maorí alto y fuerte a su lado… ¡Es lo que necesitan esos niños! ¡Si lo desea, será usted sinceramente bien recibido!

Sarah tendió la mano a Wiremu y el doctor Pinter la imitó.

Tonga contemplaba a su hijo con evidente desaprobación. Al final se reunió con Gwyneira.

—No puedo más que volver a felicitarla —observó—. Primero Kura; ahora, Gloria.

Gwyneira se encogió de hombros.

—A ninguna le he escogido yo el marido —señaló—. Nunca me ha gustado ese juego. Kura siempre fue distinta. Tú no habrías podido detenerla, ni aunque se hubiese casado con un maorí. Con ella, te habrías encontrado como yo. Pero Gloria… Ella ha regresado. A mí y a vosotros. Pertenece a esta tierra. Kiward Station es… ¿Cómo lo llamáis? Su maunga, ¿no crees? No necesitas unirla a la tribu. Tiene aquí sus raíces. Y también Jack. —Siguió la mirada de Tonga a su hijo—. Y Wiremu… Tal vez regrese. Pero no puedes obligarlo.

Tonga sonrió.

—Los años la están volviendo sabia, señorita Gwyn. Haga el favor de decirles que vengan los dos al marae en la próxima luna llena. Celebraremos un powhiri para saludar al nuevo miembro de la tribu.

—El nuevo… —Gwyneira no entendía.

—No del todo nuevo —intervino Rongo—. Jack lleva tiempo con nosotros. Pero hay que dar la bienvenida al esposo de Gloria.

—¿Cómo ha ido con Florence?

Tim Lambert llegó la mañana del día de la boda a Kiward Station y, entre los preparativos y la ceremonia, Elaine y él no habían podido hablar con cierta calma. En esos momentos estaban sentados con Gwyneira y los padres de Elaine en una mesa tranquila, lejos de la pista de baile, donde Roly giraba con su esposa Mary.

Tim miró a su mujer con una expresión casi de pena.

—Bueno, todavía no somos amigos, pero creo que ha entendido de qué se trata y, ante todo, es una mujer de negocios. Aceptará nuestras sugerencias.

La visita de Ben y Lilian a Greymouth no había estado exenta de tensiones. Lilian había esperado, claro está, que Florence Biller-Weber sucumbiera al encanto de su bebé como lo habían hecho sus padres, pero la madre de Ben era de otra pasta. Miró al pequeño Galahad con una expresión más de recelo que de adoración, casi como si ya estuviera sopesando si se convertiría a sus ojos en un fracasado de la misma talla que su padre y su abuelo. Por otra parte, también tuvo que aceptar el hecho consumado de que Gal era uno de los herederos de su mina, al igual que de la de Tim, incluso aunque nunca asumiera las tareas de mando. En cuanto a este punto, el extraordinario éxito de su segundo hijo mitigaba la cólera que le causaba Ben. Samuel Biller parecía hecho para dirigir el negocio. Su madre se reconocía en el cálculo claro y el poder de resolución de su vástago. Y entre los Lambert, al parecer, también había hijos que se interesaban por el negocio de la mina. Con algo de suerte algún día compensarían a Ben y Lilian. Se diría que Ben encontraba la idea estupenda, pero, sorprendentemente, Caleb se negó a apoyarla.

—Mi hijo se merece algo más que una limosna —dijo sin perder la calma, pero con tal determinación que Florence tuvo la impresión de que más le valía no enfrentarse a él. Ahora no importaba. Si la mina volvía a tener ganancias, la familia podría permitirse otro erudito.

Respecto a esto último, los Biller no podían pasar por alto las propuestas de Tim. Florence tenía que poner punto final a la ruinosa rivalidad con Lambert. Tal vez cerrara realmente la fábrica de coque. Tim, a cambio, le sugería que construyeran la planeada fábrica de briquetas en sus tierras.

—El enlace ferroviario es mucho mejor y el terreno ya está habilitado. No necesitamos desmontarlo de nuevo, lo que abarata todos los costes. Y Greenwood Enterprises puede invertir tanto en tu negocio como en el mío. Claro que precisaremos de ciertas garantías, pero seguro que de ningún conflicto familiar…

Al final habían sellado el pacto con una botella de whisky que Florence tal vez había tomado demasiado precipitadamente. Pero, tal como Tim mencionó, aguantó como el que más.

—Suena todo muy bien —apuntó Elaine, mirando a Lilian y Ben desde lejos. Ben conversaba con un joven maorí tatuado mientras Lilian charlaba con la anterior institutriz de Gloria—. Y no podemos quejarnos del muchacho, creo que está muy enamorado de Lilian. ¡Si al menos tuviera alguna idea de qué encuentra ella en él!

Tim hizo un gesto de ignorancia.

—¡Ya me lo contarás cuando lo descubras! —señaló—, pero me temo que antes resolverás el misterio de las pirámides…

—¡Así que también la señorita Bleachum ha encontrado marido! —dijo Lilian riendo. Mientras Ben seguía hablando con Wiremu y Jack se veía obligado a beber whisky con un par de invitados, Lilian y Gloria se habían acercado a la mesa de la familia. La primera bebía vino espumoso y estaba de un humor excelente. Volvía a estar eufórica, sobre todo después de que los invitados se deshicieran en cumplidos a la vista del vestido de novia de Gloria. El novio, por el contrario, se había mantenido en silencio. Solo en sus ojos se plasmaba la admiración, pero Gloria la había visto y se había paseado de su brazo entre la muchedumbre de invitados. Nada que ver con la chica solitaria, enfurruñada y regordeta del internado, ni con la joven que antes de la boda habría escapado corriendo. Estas cosas hacían feliz a Lilian. Casi más que los finales felices de sus historias. Que ahora la vida de la señorita Bleachum tomara la dirección correcta la entusiasmaba.

—¡A ver si todavía tiene hijos! No es que sea muy joven… Y el doctor Pinter…, bueno, para mí es un misterio qué habrá visto en él.

—¿Y tú en Ben? —preguntó Gloria como de pasada. Le interesaba proteger a su querida señorita Bleachum de cualquier chismorreo. No se percató de que unas cuantas mujeres de la mesa contenían el aliento de emoción.

Lilian frunció el ceño como si reflexionara.

—En cualquier caso, yo siempre había pensado que te casarías con una especie de héroe —prosiguió Gloria siempre en un tono liviano. No daba la impresión de estar realmente interesada—. Por todas esas historias, canciones y así.

Lilian suspiró de forma teatral.

—Ay, ¿sabes? —respondió—. Todas esas aventuras…, leerlas es maravillosamente romántico, pero en la realidad no es tan divertido ser más pobre que una rata, no tener una casa como Dios manda y no saber dónde caerse muerto.

—¿No me digas? —preguntó Elaine, divertida—. ¡Eso sí que es una sorpresa!

Su madre, Fleurette, y Gwyneira contuvieron la risa, e incluso Gloria hizo una mueca. Pero Lilian no se percató de la ironía.

—Pues ya ves —respondió, compartiendo con las demás sus pensamientos—. Y si alguien le pegara un tiro o esas cosas que siempre les pasan a los héroes… Bueno, si Ben, no sé, se hiciera a la mar…, ¡estaría todo el día preocupada por él!

—¿Y eso qué tiene que ver con lo que hayas visto en él? —preguntó Gloria con expresión de extrañeza. No siempre lograba seguir los razonamientos de su prima.

—Bueno, pues que con Ben no tengo que preocuparme —precisó Lily, indolente—. Por las mañanas se va a la biblioteca y estudia los dialectos de los mares del Sur y lo más emocionante que logra planear es una excursión a las islas Cook.

—¿Y qué dices de las hermosas habitantes de las islas del Sur? —la pinchó Elaine—. Entiende la frase «te quiero» al menos en diez dialectos.

Lilian soltó una risita.

—Pero antes tendría que discutir a fondo sobre el principio de la formación de parejas por motivos emocionales en esos ámbitos culturales. Además de investigar sus posibles raíces prácticas o mitológicas e intercambiar con otros científicos conocimientos sobre la representación figurativa de las relaciones sexuales en los ámbitos geográficos concernientes. A fin de cuentas no desearía hacer nada erróneo. A esas alturas la chica ya estaría aburrida, así que en cuanto a esto no tengo motivo de preocupación.

Los demás se echaron a reír abiertamente, pero Lilian no se lo tomó a mal.

—¿Y tú nunca te aburres? —preguntó Gwyneira, sorprendida. Pese a su avanzada edad, sus ojos resplandecían con la misma viveza que cuando habían celebrado su boda en Kiward Station, tanto tiempo atrás.

Lilian se encogió de hombros.

—Si me aburro, tengo a Galahad. Y a Florian y Jeffery… El nuevo se llama Juvert…

Sonriente, enumeró a los protagonistas de sus libros.

—Y cuando por la tarde tengo que seguir escribiendo porque el protagonista está cautivo en alguna parte o tiene que rescatar a su chica de una situación horrible, a Ben tampoco le importa cocinar.

—Los héroes de verdad cazan ellos mismos los conejos que han de comer —se burló Gwyneira. Pensaba en James y en aquellos tiempos felices en los que había pescado y cazado para ellos y habían asado luego la carne en una hoguera.

Su hija Fleurette asintió.

—¡Y luego dejan los despojos por todas partes! —observó concisa—. Entiendo lo que dices, Lily. Tu Ben es el mejor.

A medianoche los hijos de Elaine encendieron fuegos artificiales. La mayoría de los invitados, ya achispados, los recibieron con gritos de alborozo.

Gwyneira McKenzie, por el contrario, se retiró a los establos. Sabía que los caballos estaban encerrados. No se encontraría con ningún James, metiendo a toda prisa las yeguas de cría para que no se asustaran con los estallidos. En el pajar nadie tocaba el violín, puesto que Jack y Gloria no habían querido separar a personal y señores durante la fiesta, como se hacía en otros tiempos. En la boda de Gwyneira, un cuarteto de cuerda había tocado en el jardín festivamente iluminado, mientras que esa noche los pastores sacaban a bailar a las doncellas de las señoras al ritmo de la música del acordeón, el violín y una flauta tin whistle. Gwyneira miró el fuego y creyó distinguir el rostro resplandeciente de James cuando ella acudía a reunirse con los hombres y salía a bailar con él. Entonces ella casi lo había besado.

Pero también en esos momentos, donde antes se había situado la improvisada pista de baile, había una pareja y se besaba. Jack y Gloria habían huido del alboroto y se mantenían estrechamente enlazados mientras miles de estrellas fugaces iluminaban el firmamento.

Gwyneira no les dijo nada. Simplemente se internó en la oscuridad y los dejó solos. Eran el futuro.

—Esta es mi última boda en Kiward Station… —dijo Gwyneira melancólica. Había renunciado al vino espumoso y bebía un vaso de whisky a la salud de James—. Ya no conoceré a la próxima generación.

Lilian, a quien el champán había puesto sentimental, estrechó a la anciana entre sus brazos.

—¡Pero qué dices abuela! ¡Mira, si ya tienes un tataranieto! —Se diría que Galahad iba a casarse al día siguiente—. Y además… La verdad es que podríamos casarnos otra vez, Ben. En el registro civil de Auckland fue bastante tristón, aquí es mil veces mejor. Sobre todo los fuegos artificiales. O no, lo haremos según el rito maorí. Como en La heredera de Wakanui, ¡era tan romántico!… —Miró a Ben resplandeciente.

—Cariño, las tribus maoríes no celebran bodas románticas. —Ben tenía aspecto cansado, era posible que hubiera soltado varias veces el mismo discurso a su esposa—. Las ceremonias de matrimonio formales desempeñan una función; en cualquier caso, en las relaciones dinásticas, en las que también se supone un enlace religioso… —Quería seguir con la perorata, pero advirtió que su público no estaba muy atento—. ¡El rito de La heredera de Wakanui es una invención de las tuyas!

Lilian hizo un gesto despreocupado.

—¿Y qué? —replicó con una sonrisa indulgente—. ¿A quién le importa? En el fondo siempre se trata de contar una historia que sea buena de verdad.