13

Gloria no respondió al beso de Jack. Antes de bajar los ojos, la muchacha lo miró brevemente con sorpresa y turbación.

Delante de la tienda se extendía una fina capa de nieve. El viento la había empujado hacia el fondo del cobijo de piedra donde habían montado las lonas y hacía tanto frío que no se fundía. También en el valle, delante de las rocas, había nieve, pero el lago no se había congelado. La superficie, de un azul pálido, reflejaba el tono grisáceo del cielo. Algunas ovejas, de un color gris sucio en la nieve manchada de excrementos, abrevaban ahí. En cualquier caso, la mayoría de los animales parecían haber sobrevivido y los corderos balaban en el exterior, junto a la tienda. Se sentían desdichados pero, con toda certeza, llenos de vida. Fuera resonaban maldiciones. Wiremu y Paora habían cogido una de las madres oveja y en esos momentos intentaban ordeñar al díscolo animal para dar la leche a los huérfanos recién nacidos. Otros hombres se encargaban de atizar de nuevo el fuego mientras Rihari sacaba agua del lago.

—¡Enseguida tendremos té caliente, jefa! ¿Cómo se encuentra, señor Jack?

El hombre había esperado ser capaz de volver a montar ese día, pero tras la dura cabalgada del día anterior le resultaba imposible. Tenía fiebre y se mareó cuando Wiremu lo ayudó a llegar hasta la hoguera. Allí se acuclilló, agotado, y procuró explicar el plan del día de forma coherente.

—Entonces, ¿qué pensáis? ¿Bajamos y nos ponemos todos a resguardo? ¿O intentamos encontrar al resto de los animales?

—Usted no puede montar, señor Jack —objetó Willings con sensatez—. Ayer iba tirado en el caballo como un saco. Y en esto le va la vida. Pase lo que pase, tiene usted que quedarse hasta que se encuentre mejor.

—El problema no soy yo… —protestó Jack.

—Buscaremos al resto de las ovejas, claro —decidió Gloria—. Si es que han sobrevivido muchas. Pero los animales tampoco son tontos y se quedan aquí todos los veranos. Es probable que conozcan otros refugios como este. Seguro que algunas habrán conseguido superar la situación.

—Bien, pero deberíamos enviar a alguien a Kiward Station —señaló Paora—. La señorita Gwyn estará muy preocupada.

Gloria hizo un gesto de indiferencia.

—No puedo hacer nada para evitárselo —replicó impaciente—. Aquí no podemos prescindir de ningún hombre. Hay que encontrar deprisa a las ovejas y bajarlas. A los rebaños les alcanzará la hierba de que disponemos en este valle y en los alrededores hasta mañana temprano. Pueden raspar la nieve y enseguida se fundirá. Les daremos un descanso para que se repongan tras la tormenta. Mañana un grupo bajará con ellas mientras nosotros reunimos los animales que quedan y pasado mañana los seguimos. Siempre que el tiempo nos lo permita. ¿Cómo lo ves, Rihari?

El rastreador evaluó el estado del cielo cubierto.

—Creo que la cólera de Tawhirimatea ha desaparecido. Se diría que lloverá, a lo mejor nieva todavía un poco, pero creo que la tormenta ya ha pasado.

En efecto, apenas si soplaba el viento y el aire ya no parecía tan cargado de tensión. Hacía una de esas mañanas lluviosas típicas de la montaña. Inhóspita, pero no peligrosa.

Gloria y sus hombres no condujeron las últimas ovejas descarriadas al refugio, sino al antiguo lugar donde solían reunirlas.

—Volveremos a trasladar el campamento —decidió Gloria—. Mañana temprano mismo. Hasta entonces las ovejas todavía no habrán acabado con todos los pastos que rodean el lago. Cuando en verano lleguen las tohunga a hablar con los espíritus nada habrá cambiado.

Gloria dejó en el aire la cuestión de si realmente respetaba el tapu o si se limitaba a no enfadar a Rongo. Se sorprendió un poco de que nadie la contradijera, pero la magia del refugio escondido en las montañas también había sosegado el alma de los últimos pakeha.

Por la noche se introdujo con toda naturalidad en la tienda de Jack y en su saco de dormir, para quedarse tendida junto a él sin mirarlo. Él sentía que el cuerpo de la joven estaba rígido, pero prefirió no mencionar el tema, al igual que tampoco ella había dedicado ninguna palabra al beso de la mañana. Intercambiaron un par de frases triviales y forzadas sobre la excursión a caballo y la búsqueda de los animales: Gloria y sus hombres habían recogido mil ovejas más. Jack la besó con dulzura en la frente.

—Qué orgulloso estoy de ti —dijo con cariño—. Duerme bien, mi querida Gloria. —Lo que más deseaba en el mundo era estrecharla entre sus brazos y romper esa rigidez, pero habría sido un error. Jack no quería cometer ningún error más con la mujer a quien amaba.

Al final se obligó a dar la espalda a Gloria. Se durmió mientras esperaba en vano que ella se relajara. Sin embargo, al despertar, notó la calidez de la joven. Ella se había apretado contra él, el pecho pegado a su espalda, la cabeza inclinada contra su hombro. El brazo de Gloria descansaba sobre él como si quisiera aferrarse a su cuerpo. Jack esperó a que ella también despertase. Entonces volvió a besarla.

Esa mañana, Gloria envió al valle a la mitad de los hombres con la mayor parte de los rebaños. Jack todavía no se había recuperado lo suficiente para colaborar. No obstante, mantenía juntas las ovejas que habían quedado con Tuesday, mientras Gloria, Wiremu y los dos pastores maoríes con experiencia buscaban por la montaña a los animales descarriados. Precisamente Wiremu obtuvo un éxito inesperado en esa tarea al descubrir en un valle escondido las últimas seiscientas ovejas madre. Muchas de ellas habían perdido a sus retoños, pero casi todos los preciados animales de cría habían sobrevivido.

Gloria no cabía en sí de alegría y por la noche, sentados junto a la hoguera, se apretó ligeramente contra Jack. En la tienda permitió que él volviera a besarla, pero luego se quedó rígida, tendida boca arriba y esperó. Esta vez, Jack no se dio media vuelta, pero tampoco la tocó. No sabía cómo actuar. El cuerpo rígido y tenso de la joven no expresaba temor, solo resignación ante lo inevitable. Para Jack era algo casi insoportable. Habría sabido manejar el miedo, pero para Gloria la entrega era una forma de sumisión.

—No quiero nada que tú no desees, Gloria… —dijo.

—Lo deseo —susurró ella. Para espanto de él, el tono era casi de indiferencia.

Jack sacudió la cabeza y la besó luego en la sien.

—Buenas noches, querida Gloria.

Esta vez no tardó tanto en relajarse. Jack notaba el calor de ella en la espalda cuando se durmió.

Por la mañana regresarían a Kiward Station. Probablemente no pasara nada. Pero Jack no tenía prisa.

Al día siguiente el primero en llegar a Kiward Station fue Maaka. El joven capataz había decidido que los festejos de boda que quedaban podían esperar. En lugar de dar ceremoniosamente la bienvenida a su joven y hermosísima esposa en el marae de su tribu, la alojó primero en uno de los muchos cuartos de Kiward Station. Por primera vez en años, apenas si había habitaciones suficientes.

Tim Lambert se sintió enormemente aliviado con la llegada de Maaka, pues a esas alturas temía realmente que su aventurera esposa y su aún más intrépida hija planearan por su cuenta una operación de rescate de los desaparecidos.

En cuanto se le brindó la oportunidad, hizo un aparte con Maaka.

—Y ahora sin sentimentalismos —dijo—. ¿Existe la posibilidad de que todavía quede alguien con vida?

Maaka se encogió de hombros.

—Naturalmente, señor. Hay un montón de cuevas, valles, incluso bosques aislados que ofrecen refugio. Lo que cuenta es no dejarse sorprender por la tormenta y saber orientarse…

—¿Y? —preguntó Tim—. ¿Se desenvuelve bien en eso Jack McKenzie?

—No tan bien como los jóvenes maoríes, señor —respondió Maaka—. La tribu a menudo pasa todo el verano ahí arriba. Los hijos de Marama seguramente conozcan cada piedra.

—Y Jack… —Tim se mordió los labios. Se trataba de una pregunta difícil de plantear a un empleado—. ¿Se deja aconsejar?

Maaka pareció vacilar de nuevo.

—Jack era un tipo estupendo. Pero desde la guerra…, es difícil calificarlo. Se deja llevar, ¿sabe? Es posible que lo ponga todo en manos de Gloria…

Maaka no lo verbalizó, pero por la expresión del joven maorí Tim supuso que Gloria era bastante terca, algo que no le sorprendía. Conocía a Kura-maro-tini, una mujer que siempre conseguía lo que se proponía.

—¿Qué le parece la idea de formar un grupo de rescate? —quiso saber—. Vieron que disparaban bengalas. Mi esposa opina que quizás estén esperando ayuda.

—Por más que disparen ahí arriba, es imposible que se vea desde aquí —objetó Maaka sorprendido—. Debieron de ser relámpagos.

Tim le informó acerca de lo que Hori y Carter habían observado, pero Maaka hizo un gesto de rechazo.

—Nos llevamos las bengalas por si alguien se pierde o está herido. Así avisamos al campamento principal. Pero desde Kiward Station no se ven, y de todos modos resultaría imposible determinar la posición.

—¿Así que nada de grupo de rescate? —La relajación del joven maorí estaba poniendo nervioso a Tim—. No había imaginado que fuera tan poco sentimental.

—¿Para qué?

—¡Pues hombre, para ir a salvar a esa gente! —explotó—. Algo debe de haber ocurrido, si no ya haría tiempo que habrían regresado. ¿O qué cree usted que están haciendo ahí arriba?

—Reunir las ovejas —respondió Maaka, lacónico.

Tim se quedó atónito.

—¿Opina usted que una persona que a duras penas ha sobrevivido a una tormenta como esa no regresa directamente a casa, sino que sigue recogiendo ovejas como si no hubiera pasado nada?

Maaka contrajo los labios.

—Una persona cualquiera quizá no, señor. Pero sí un McKenzie. —Se detuvo un instante—. Y una Warden. Voy a ocuparme de la preparación de los antiguos establos de bueyes, señor. Así las ovejas tendrán donde ponerse al abrigo.

Los establos estaban limpios y cubiertos de heno y las vallas supervisadas y reparadas cuando llegó el primer grupo de hombres con las ovejas madre. Marama estrechó sonriente a su segundo hijo entre sus brazos y Elaine respiró aliviada cuando le aseguraron que el resto del grupo llegaría al día siguiente.

—¿No podríais haber enviado a alguien para informar? —preguntó Gwyneira entre risas y lágrimas. Había recibido en casa a los cansados y empapados hombres, a quienes sirvió whisky en abundancia mientras escuchaba las hazañas que le contaban.

—Se lo sugerimos, pero la jefa dijo que no podíamos prescindir de ningún hombre.

Cuando Elaine y Lilian bajaron, un poco demasiado pronto, para comer todos juntos, Gwyneira estaba sentada junto a la chimenea con un vaso de whisky en la mano.

—A mí nunca me han llamado «jefa» —dijo ausente.

Lilian soltó una risita.

—Pues sí, los tiempos han cambiado. Podías saber diez veces más de ovejas que los empleados, pero siempre has sido la dulce «señorita Gwyn». Gloria tuvo la mala suerte, o tal vez la fortuna, de no ser nunca mona. De todos modos, antes era tímida. —Sonrió—. Parece haber cambiado.

Jack, Gloria y los hombres pasaron la última noche en los refugios. Wiremu insistió en que ambos se alojaran esta vez en la sala interior. Jack todavía estaba débil y tenía que dormir en un lugar caliente después de la cabalgada. Pero Gloria les deparaba una sorpresa.

—Nos acostaremos todos dentro —decidió—. Los corderos dormirán en el establo, con los balidos nadie pegará ojo.

Dicho esto, lanzó una breve mirada a cada uno de los hombres. Salvo Wiremu y Jack, ninguno parecía percatarse de lo difícil que le había resultado proponer algo así. Los últimos hombres eran todos maoríes, estaban acostumbrados a pernoctar en el dormitorio común y nunca se les habría ocurrido molestar a una muchacha. Máxime teniendo en cuenta que ella pertenecía a otro.

Jack esperaba que Gloria volviera a reunirse con él, pero la joven se quedó en su rincón y se ocultó tras el enorme saco de dormir. Nadie se opuso a que el enfermo ocupara la segunda cama de la cabaña, ya que la cabalgada bajo la lluvia y el frío había vuelto a debilitarlo. El hombre se tomó pacientemente la infusión que Wiremu le llevó.

—No acabo de entenderlo —confesó el joven maorí—. Comparte el tiempo contigo, pero no…

Jack se encogió de hombros.

—Wiremu, ¿no te parece que os excedisteis un poco en la casa de asambleas?

—Entonces, ¿no vais a casaros? —preguntó Wiremu—. Pensaba que…

Jack sonrió.

—No depende de mí. Pero antes de que me hagan un desaire como el que te hicieron a ti…

Wiremu sonrió dolido.

—¡Vigila tu mana! —advirtió.

Después de toda una jornada en la que por fortuna no llovió, llegaron a Kiward Station ya de noche. Los hombres habían abierto los establos a las ovejas, Elaine incluso había sacado a los caballos de las cuadras y se había alegrado de que se desfogaran en el corral. Ese día todo estaba preparado. Al final, Lilian y Elaine salieron al encuentro de los rebaños.

Gloria se quedó perpleja cuando vio llegar a su prima.

—¿No habías desaparecido en Auckland? —preguntó mirando a Lilian.

El duendecillo pelirrojo apenas había cambiado en los últimos años. Por supuesto que había crecido, pero conservaba su risa pícara y despreocupada.

—¡Tú eras la desaparecida! —replicó Lily—. ¡Yo solo me he casado!

También ella observaba a Gloria, pero veía a otra muchacha distinta de la niña regordeta, pusilánime y enfurruñada de Oaks Garden. Gloria se sentaba con seguridad sobre la grupa. Tenía el rostro enrojecido y con los signos de la fatiga producida por la aventura, pero Lilian pocas veces había visto un semblante más atractivo. Tenía que recordarlo para su próxima novela… Una muchacha que recorre medio mundo en busca de su amor. Una nueva edición de Jackaroe. Si bien presentía vagamente que Gloria nunca le contaría toda su historia.

Lilian le habló complacida de su vida en Auckland y de su bebé, y Elaine le contó cómo estaban las cosas en Kiward Station. Jack y Gloria se miraban en silencio y de vez en cuando contemplaban con orgullo a los animales que los precedían. Cuando por fin alcanzaron la granja, los hombres ya los esperaban para distribuir las ovejas y los caballos. Maaka estaba ahí para coordinarlo todo, pero los trabajadores que habían estado participando en el rescate de los rebaños solo tenían ojos para Gloria. Y ella miraba a Jack.

—Bien, muchachos —dijo el hombre—. Es agradable estar de vuelta. Podemos felicitarnos por ello, Paora, Anaru, Willings, Beales. Ha sido un trabajo excelente. Creo que hablaremos con la jefa sobre una pequeña gratificación.

Jack miró a Gloria y esta sonrió.

—Supongo que habéis vaciado los cobertizos de esquileo para las ovejas madre. A los carneros los llevamos más lejos, al pastizal que hay detrás de Bol’s Creek. ¡Y no quiero volver a oír ni palabra de tapu! Si sigue sin llover, mañana llevaremos las ovejas que han parido al Anillo de los Guerreros de Piedra…

Jack repartió relajado las indicaciones, mientras Gloria y algunos de los hombres ya silbaban a los perros pastores para que separasen los rebaños.

—Maaka, ¿te encargas tú de controlar? Quiero saludar a mi madre. Además, por lo que parece toda la familia está en casa.

—Un baño también sería una buena idea —intervino Gloria, mientras desmontaba—. Llevo los caballos al establo, Jack. Ve a casa tranquilo y quítate el frío de encima.

La joven conducía a Ceredwen y Anwyl hacía el edificio de los establos cuando Gwyneira abrió desde el interior la puerta de las cuadras. En realidad, Jack había supuesto que encontraría a su madre en la casa, ya que cuando tenían visita pocas veces disponía de tiempo para supervisar los establos. Gwyneira llevaba un viejo traje de montar, su cabello blanco y rizado seguía siendo igual de rebelde que en otros tiempos, y hacía años que Jack no veía en su rostro un resplandor tan juvenil.

—¡Jack, Gloria! —Gwyneira corrió hacia ellos y los abrazó al mismo tiempo. No tuvo en cuenta el hecho de que Gloria se tensaba y Jack la abrazaba solo por cortesía. Todo esto cambiaría, tenían tiempo. La importancia que pudiera tener su actitud empalidecería ante lo que acontecía en el establo, algo que para Gwyneira, pese a los años, todavía era un milagro.

»¡Entrad, alguien quiere saludaros! —anunció, y tiró de su hijo y su bisnieta hacia el box de Princess—. ¡Acaba de nacer! —Gwyneira señaló el establo, y los recién llegados se apiñaron delante.

Junto a la yegua poni había un pequeño semental de color chocolate. Un diminuto lunar blanco se hallaba entre sus ollares y una estrella en la frente.

Gloria levantó la vista hacia Jack.

—El potro que me prometiste.

Jack asintió.

—Debía esperar tu regreso.

—¡Jack!

Tim Lambert no había salido de casa para saludar a los héroes del momento. Al atardecer bajaban las temperaturas y el ambiente era menos acogedor; además, en Kiward Station solía llover más de lo que convenía a sus huesos. Esa enorme casa señorial tampoco acababa de calentarse. En el fondo solo llegaría a ser acogedora si se contase con mucho más personal del que disponía Gwyneira. Tim ansiaba regresar a su pequeña y cómoda casa de Greymouth y, en realidad, también a su despacho. Tenía ganas de volver a ver los montones de carbón y las torres de transporte. Ya había tenido ovejas más que suficientes para varios años.

Qué fue lo que retuvo a Jack y Gloria dos horas más tras su llegada a la granja en los establos fue un misterio para él. Incluso Maaka, que había supervisado las ovejas después, ya había entrado y estaba sentado algo encogido junto a Tim al lado de la chimenea. No obstante, por fin aparecieron los dos, ambos sucios y con el cabello revuelto, pero con una expresión de manifiesta felicidad en sus semblantes. Maaka sirvió un whisky a su amigo. Como todos los maoríes, no tenía el menor inconveniente en tomarse el tiempo que fuese necesario en los saludos. Tim, sin embargo, fue directo al grano.

—Tenemos que hablar urgentemente, Jack. Esos cobertizos de esquileo…, y el personal que tienes. He pedido a tu capataz que…

Jack lo detuvo sonriendo.

—Luego, Tim… y Maaka. Por favor. Y ahora no quiero ningún whisky. Necesito un baño y comer algo… Pero cenaremos todos juntos, ¿no? Luego hablamos.

Maaka hizo un gesto afirmativo.

—Cuando quieras —respondió—. Ahora que has vuelto.

Pocas veces había albergado Kiward Station tantos comensales juntos como esa noche. Tim y Elaine, Lilian y Ben, Caleb, además de Maaka y su algo intimidada esposa. Era evidente que Wainarama se sentía algo incómoda entre todos esos pakeha, pero sus modales en la mesa eran impecables. Jack saludó a Roly con un afecto desacostumbrado y se sentó junto a Gloria. Gwyneira, con su tataranieto en las rodillas, resplandecía de dicha ante toda la familia. El pequeño Galahad manchaba de babas el vestido más bonito de Gwyneira y la despeinaba, pero ese tipo de cosas nunca habían molestado a la anciana, que contemplaba a Gloria complacida. La joven, vestida con la falda pantalón que su bisabuela le había comprado en Dunedin, suscitó la admiración de Lilian.

—Te sienta bien. Pero también te quedará de maravilla la última tendencia en vestidos. Te enseñaré las revistas…

Gloria y Jack callaban, como casi siempre, pero no era un silencio que provocara incomodidad. A ninguno parecía importarle tener tanta compañía. Cuando empezaron a hablar sobre el potro de Princess, intervino Lilian refiriéndose a Vicky.

—Desafortunadamente tuve que dejarla en Greymouth. Pese a que habría sido mucho más romántico huir a caballo… En cualquier caso me gustaría tenerla conmigo en casa. ¿Papá, se podrán llevar caballos en el transbordador? ¿O se marearán?

Para inmensa sorpresa de Gwyneira, Jack intervino en la conversación. En voz baja, como si ya no estuviera acostumbrado a hablar, se refirió a los animales del ejército de caballería durante la travesía por mar hacia Alejandría.

—Una vez al día los barcos daban media vuelta y avanzaban a contraviento para aliviar el calor. Y entonces pensé que no había que hacerlo. A los caballos no se les ha perdido nada en el mar…, y en la guerra aún menos…

—A lo mejor volvemos a mudarnos a la isla Sur —apuntó Lilian—. A mí me da igual dónde tenga que escribir, y Ben puede escoger. La Universidad de Dunedin estaría más que encantada de contratarlo… —Lilian dirigió a su marido una mirada llena de orgullo.

Tim puso los ojos en blanco, pero Elaine lo miró y lo reprendió con un movimiento de cabeza.

Gwyneira sonreía feliz.

Más tarde se reunieron todos en el salón. Tim y Maaka plantearon a Jack y Gloria sus propuestas de rehabilitación de la granja, sin darse cuenta de que los dos casi se estaban durmiendo de cansancio. Después del frío de la montaña, el fuego de la chimenea producía el efecto de un somnífero.

Lilian entabló conversación con la esposa de Maaka y confirmó que todavía sería más hermosa cuando saliera de su reserva. Gloria se percató con una mezcla de satisfacción y asombro de que, pese a todo, Jack no ponía especial interés en la chica maorí. Ben Biller, por su parte, tampoco reaccionó demasiado. Volvía a estar inmerso en una discusión con su padre, aunque esta vez la disputa giraba en torno a la cuestión de qué significado tenía realmente la derrota de Maui frente a la diosa de la muerte. ¿Se trataba solo de una traición de unos supuestos amigos o de la fatalidad de ser mortal? Ben basaba sus argumentos en los apuntes de Charlotte, mientras que Caleb se fundamentaba en las tallas de la isla Norte.

Ambos agitaban emocionados en el aire las pruebas de sus teorías y Jack reconoció alarmado la última carpeta de Charlotte en la mano de Ben. Se le encogió el corazón. Era inconcebible que los dibujos de Gloria hubieran ido a parar a manos de ese extraño. Nadie debería haberlos visto… ¿Por qué no los había escondido en lugar de limitarse a dejarlos en la carpeta?

Ben Biller se percató de su mirada asustada y la interpretó como una señal de desaprobación.

—Le pido mis disculpas, señor McKenzie, no queríamos coger los escritos sin su autorización, pero su madre ha tenido la amabilidad…

Gloria despertó de la somnolencia que le habían provocado las explicaciones de Tim. Hasta el momento había hecho caso omiso de la conversación de Ben y Caleb, pero en ese momento prestó atención.

Jack dirigió la mirada a Gwyneira. Ella levantó los ojos y descubrió el espanto en el rostro de Gloria.

—Por favor, acercaos un momento los dos —susurró Gwyneira—. No tenéis que decir nada. Solo quiero abrazaros, ahora que volvéis a estar aquí.