8

Roly O’Brien se trasladó aliviado —si bien con cierta vergüenza de acabar ejerciendo de nuevo de enfermero— a la brigada de asistentes sanitarios del comandante Beeston. Allí sus resultados fueron excelentes.

—¡Ha vuelto usted a rendirme un servicio impagable! —exclamó satisfecho el comandante cuando Jack y él se encontraron en la playa una cálida tarde de julio—. El soldado O’Brien vale por dos.

El médico se dejó caer en la arena caliente. Paddy jugaba con las olas y alrededor reinaba la atmósfera de una excursión. Hacía semanas que en el frente reinaba la calma, era evidente que los turcos habían decidido limitarse a esperar. En la playa de Galípoli el enemigo no emprendía ninguna acción, por lo cual las fuerzas de combate que estaban ahí estacionadas no podían ser utilizadas en ningún lugar.

Jack hizo un gesto de rechazo.

—Sabía que Roly se desenvolvería bien, pero me hizo usted un favor enorme. A cambio de eso sería capaz de sacarle a su perrito del agua. Ya se ha acostumbrado también al ruido de los cañonazos…

Beeston se encogió de hombros.

—Apenas si se oye nada. Pero no es bueno que esto se prolongue. Estamos aquí para conquistar el acceso a Constantinopla, no para saltar olas —declaró señalando a unos soldados jóvenes que se divertían en el agua.

—¿Cree que van a atacarnos? —preguntó Jack, alarmado. Seguía cavando trincheras con sus hombres, ampliando sobre todo la red por el flanco norte de la línea de fuego. A Jack esto le confundía un poco, pues el entorno era allí extremadamente difícil, pedregoso e irregular. Un ataque solo sería factible con graves pérdidas. Por otra parte, los turcos nunca contarían con que sucediera allí…

—Sin duda. También han de llegar refuerzos, otras brigadas de sanitarios. Se calcula que se producirá un enorme derramamiento de sangre…

El comandante Beeston acarició a su perro.

—A veces me pregunto qué estoy haciendo aquí…

Jack no respondió, pero en el fondo opinaba que los médicos eran quienes tenían los motivos más justificados para estar en el frente. Aliviaban los dolores de los heridos. Para qué, de todos modos, iba uno a que le hiriesen… Ya hacía tiempo que se arrepentía de la decisión que había tomado en su día, aunque había conseguido alcanzar su objetivo: ya no pensaba día y noche en Charlotte. Las pesadillas en las que iba aniquilando turcos sin cesar y vadeaba en la sangre de las trincheras habían sustituido los sueños agridulces de su esposa, y durante el combate sus pensamientos se concentraban en sobrevivir. Tal vez la guerra no le había enseñado a olvidar a los muertos, pero sí a dejarlos en paz. Ya era lo bastante malo que ellos lo visitaran en sus pesadillas.

Para distraer sus pensamientos, ardía en deseos, como todos los hombres, de recibir cartas del hogar, del contacto con los vivos y de algo de normalidad. Jack se ponía contento como un niño cuando su madre le escribía y le hablaba de Kiward Station. También Elizabeth Greenwood le escribía de vez en cuando alguna carta, al igual que Elaine Lambert. Pero de Gloria no llegaba ninguna noticia, algo que a Jack lo inquietaba cada vez más. De acuerdo, el correo tardaba mucho hasta Estados Unidos y luego las cartas pasaban por una agencia que a su vez las enviaba a los músicos. Pero entretanto ya había transcurrido más de medio año desde que le había enviado a la joven los primeros saludos e impresiones sobre Egipto. Hacía tiempo que debería haber contestado.

Jack se sentía solo desde que habían destinado a Roly a la playa. No acababa de establecer relaciones con los demás hombres de su pelotón. Era un superior respetado, pero entre los soldados y su sargento no podía establecerse una verdadera amistad. Tras la batalla en las trincheras habían vuelto a ascender a Jack, así que casi siempre pasaba las noches solo, sintiendo que su existencia carecía de sentido. Las salidas a la playa ofrecían un cambio gratificante. Allí, donde los hombres jugaban como niños, podía olvidarse de la guerra. ¿Durante cuánto tiempo todavía? El comandante Beeston no había hecho más que confirmar lo que Jack llevaba tiempo sospechando.

En los días posteriores se sucedieron también las señales que anunciaban la proximidad de la ofensiva. No solo porque llegaban nuevas tropas y todas cavaban y reforzaban trincheras y búnkeres, sino también porque se instalaron cisternas y se almacenó agua. Los hombres se quejaban porque tenían que hacerlo solos. Y sin embargo había animales de carga: un par de cañoneros indios tenían mulos que transportaban y movilizaban las armas. También las tropas de rescate del hospital de campaña trabajaban en parte con acémilas, pero ninguno de esos animales se destinó al frente.

—El enemigo advertiría que estamos preparando algo —explicaba Jack pacientemente—. Por eso excavamos durante la noche. Venga, chicos, por nuestro propio interés tenemos que sorprender a esos tipos. Entre nuestras trincheras y las suyas hay casi catorce metros. Tendremos que recorrer esa distancia…

El 5 de agosto ordenaron a Jack y al resto de los suboficiales que asistieran a una presentación sobre los planes estratégicos. El comandante Hollander explicó de forma sucinta la estrategia del ataque planeado.

—Soldados, mañana empezamos una ofensiva. El objetivo es que los turcos retrocedan hasta Constantinopla, y esta vez lo conseguiremos. ¡Un brindis por las gallardas tropas de Australia y Nueva Zelanda! Atacaremos en todo el frente.

Jack y los otros hombres corearon los vítores y la mayoría parecía igual de eufórica que el comandante. No era extraño, pues muchos eran recién llegados y no habían conocido el ataque de los turcos en mayo.

—Pero, señor, cuando salgamos de las trincheras, nos matarán a tiros como si fuéramos conejos —objetó otro veterano, planteando lo que Jack estaba cavilando.

—¿Percibo cierta cobardía, cabo? —preguntó el comandante—. ¿Tiene miedo a la muerte, soldado?

—Al menos no tengo intención de suicidarme… —murmuró el hombre, aunque tan bajo que solo lo oyeron los que estaban a su lado.

—Nuestro objetivo para romper el frente es el flanco izquierdo. Ahí las distancias entre las trincheras son cortas y pasaremos por encima de los turcos. Para confundirlos, mañana empezaremos con un ataque simulado. Iremos a Lone Pine…

Los hombres llamaban Lone Pine a una estación de combate turca muy fuerte. Ahí el sistema de trincheras de los adversarios era extensísimo, el enemigo tenía sitio suficiente para reunir a sus tropas.

—El objetivo consiste en concentrar allí a las tropas enemigas, con lo cual actuaremos con mayor facilidad en el flanco norte. En lo que respecta a nuestro regimiento, formará parte de la segunda oleada de ataque. En cualquier caso espero que apoyen a los camaradas de Lone Pine y mantengan bien ocupado al enemigo desde sus posiciones. El ataque propiamente dicho se producirá por la tarde, a las cinco y media, anunciado por tres silbidos y en tres oleadas. ¡Qué Dios nos acompañe!

¡A Dios qué más le daba el camino hacia Constantinopla!

Jack apenas consiguió contestar al saludo. Camino de su refugio, al atravesar la playa, se encontró con Roly.

—Señor Jack, ¿ya se ha enterado? ¡Mañana atacamos! —Roly se pegó a los talones de su protector. Desde que casi le había salvado la vida con el traslado se sentía muy apegado a él y ardía en deseos de compartir las pretendidas novedades. Era evidente que las primeras en conocer los planes de ataque habían sido las tropas de sanitarios. Por supuesto, estas tenían que prepararse más.

—Solo Jack —corrigió el mayor como de costumbre—. Sí, acaban de comunicárnoslo… Alégrate de no tener que salir.

Roly contrajo el rostro en una mueca.

—Sí tengo que salir, estoy con el destacamento de rescate. Así que quizá nos veamos mañana… ¿O será pasado mañana?

—Nosotros estamos en el flanco norte, Roly. Es decir, que nos conceden un día de gracia. Pero ¿cómo es que te envían con los de rescate? ¿Has hecho algo?

Roly rio, despreocupado y seguro de sí mismo. Sabía con certeza que el comandante Beeston lo apreciaba.

—Qué va, señor Jack. Lo que ocurre es que el refuerzo para el hospital ha llegado hoy mismo. El comandante se ha puesto como un basilisco. Acaban de salir de los barcos y ya están en combate, pero no tienen ni idea. Así que los retendrá en el hospital y todos nosotros hemos de salir. Pero no me importa, señor Jack, porque no tendré que meterme en las trincheras…

—En tierra de nadie es mucho más peligroso —objetó Jack—. Será horrible, Roly. Como en mayo, solo que esta vez correremos al descubierto y jugaremos a dar tiros.

—¡Pero nosotros llevamos el brazalete blanco! —respondió Roly, como si eso lo convirtiera en invulnerable—. ¡Saldré adelante, señor Jack!

Jack solo podía desearle suerte. Al día siguiente no consiguió ni pensar en su amigo. El ruido en el área de Lone Pine era infernal. Cuando Jack sostenía el periscopio en el borde de la trinchera, veía caer a los soldados. Los turcos disparaban con toda su potencia de fuego a lo largo de todo el frente, al tiempo que Jack y sus hombres contestaban ese fuego enconado con la esperanza de fatigar al enemigo.

—Si conseguimos cansarlos hoy, mañana tendremos mejores oportunidades —afirmaba Jack a sus hombres. Los más jóvenes asentían ilusionados, mientras que los mayores fruncían el ceño.

—¡Los remplazarán! —señaló un soldado de primera.

Jack prefirió no hacer comentarios.

El 7 de agosto fue otro día de pleno verano, con un sol resplandeciente, en la costa turca. El mar estaba en calma y era de un azul profundo, la maleza en las faldas de las montañas había palidecido y en tierra de nadie, entre los frentes, la sangre se secaba. Mientras Jack comía sin ganas las gachas de avena y meditaba sobre la conveniencia de acabarse la ración de alcohol que prudentemente ya se había repartido o si era mejor esperar a sobrevivir y celebrarlo después de la batalla, pasó Roly por su lado.

—¡Traigo el correo! —exclamó, y lanzó a Jack un montón de cartas para sus hombres—. Saber algo de sus amores levantará el ánimo de los soldados, han dicho por ahí. ¡Mary también me ha escrito!

Jack clasificó el correo y encontró una carta de Kiward Station. De Gloria seguía sin haber nada.

—¿Cómo fue ayer? —preguntó en voz baja.

El rostro de Roly empalideció.

—Horroroso. Tantos muertos… Los turcos lanzan bombas y disparan proyectiles de metralla. Despedazan a los hombres, señor Jack. En el hospital se pasan el día amputando. Cuando queda suficiente para poder cortar. Y las trincheras de los turcos están en parte cubiertas, tenga cuidado, señor Jack. Hay que saltar por encima y desde detrás, en las trincheras de comunicación… Ya sé que no soy muy listo, señor Jack. Un simple soldado raso de nuevo, ya no un soldado de primera… Y los hombres que toman las decisiones son generales, como mínimo. Pero es imposible que lo consigamos, señor Jack. ¡Ni con cien mil hombres!

Jack hizo un gesto de resignación.

—Haremos lo que podamos, Roly —dijo animoso.

Roly se lo quedó mirando como si su amigo no estuviera en sus cabales.

—Y moriremos para nada —concluyó con serenidad.

«Queridísimo Jack…».

En cuanto Roly se hubo ido Jack abrió la carta de Gwyneira, pensando que tal vez sería la última carta. Era una sensación especial, pero se dio la satisfacción de escuchar mentalmente la voz de su madre. Aun más, por cuanto Gwyneira escribía con más vivacidad que de costumbre. No era una escritora dotada, pero esta vez la pluma se veía empujada por unos intensos sentimientos.

Cuentas que el frente está tranquilo y yo solo rezo para que siga así. Cada vez que recibo una carta tuya suspiro aliviada, aunque sé que el correo tarda a veces semanas en llegar. Tienes que permanecer con vida, Jack, te añoro muchísimo. Aún más por cuanto nuestras esperanzas de que Gloria regrese por fin a casa no van a cumplirse tan pronto o al menos tan fácilmente. Ayer me llamó Kura-maro-tini. Sí, en efecto, ella misma cogió el teléfono, y estaba hecha una furia.

Al parecer, Gloria desapareció del hotel de San Francisco. Ya han descartado que se trate de un secuestro, pues se llevó los documentos de viaje. Además no reservó ningún pasaje de barco a su nombre, por lo que no hay pruebas de que haya abandonado América. Aun así, Kura supone que en los próximos días aparecerá por aquí. No sé lo que se imagina, pero me hace prácticamente responsable de la huida de Gloria. Vaya, como si yo le hubiera enviado uno de esos modernos aeroplanos o hubiera recurrido a los servicios de un mago. Kura está totalmente fuera de sí, habló sin pausa de lo desagradecida que es la muchacha. Por otra parte, renegó de sus escasas aptitudes para hacer algo útil en su compañía. Es para mí un misterio por qué no envió entonces por las buenas a la niña a casa. Sea como fuere, Gloria ha desaparecido y yo me muero de angustia. ¡Si al menos tuviera la esperanza de que pronto regresarás a casa!

Por la granja no tienes que preocuparte, todo marcha bien bajo la vigilancia de Maaka. Los precios de la carne y la lana son altos, la guerra parece dar beneficios. Pero pienso en ti y en todos los demás para quienes la guerra solo significa sangre y muerte.

Cuídate, Jack. Te necesito.

Tu madre,

GWYNEIRA MCKENZIE

Jack hundió la cabeza entre las manos. Y ahora Gloria. Siempre perdía lo que amaba…

Cuando finalmente sonaron los primeros silbidos dando la señal de combate, Jack no sintió el menor temor. Vio y oyó saltar fuera de las trincheras a los primeros atacantes, que fueron alcanzados por las balas apenas asomaron la cabeza por el parapeto. Solo unos pocos corrieron por tierra de nadie, pero ninguno alcanzó las trincheras rivales.

Siguió la segunda oleada de ataque.

Jack dejó de pensar, saltó con brío de la trinchera y corrió, corrió, corrió… De pronto vio que casi lo había conseguido…

Algo le impactó con toda su fuerza en el pecho. Quería cogerlo y sacarlo… Notó la humedad de la sangre… Era extraño, no le dolía nada, pero no conseguía avanzar. Se sentía terriblemente débil…

Jack cayó al suelo e intentó comprender qué le sucedía. Sentía el calor del sol, veía un cielo de un azul radiante… Las manos ya no le obedecían, no querían palpar de dónde provenía la sangre… Arañó el duro suelo…

Por encima de él pasaba corriendo la tercera oleada de ataque. Estaban luchado en las trincheras turcas… Jack miró el sol. Parecía estar enrojeciendo, todo adquiría una luz irreal…

Y luego surgió un rostro… Un rostro redondo, jovial y de expresión preocupada, rodeado por unos rizos impregnados de sudor.

—Señor Jack…

—Solo Jack… —susurró, paladeando el sabor de la sangre. Pensó que iba a toser. Y luego ya no sintió nada más.