—¡Date prisa, el coche saldrá enseguida! —urgió Lilian a su prima.
La muchacha pelirroja seguía siendo una buena amiga para Gloria, quien a menudo se preguntaba cómo ese torbellino seguía siéndole fiel. Desde que ambas estaban en el grado superior, la diferencia de edad tampoco se notaba tanto. Para Gloria, bajar al nivel de Lilian había significado una nueva humillación. En el segundo año que pasó en Oaks Garden la habían colocado en un curso inferior. Sin la ayuda de la señorita Bleachum no conseguía ponerse al nivel de las demás en las disciplinas artísticas. Lilian no tenía problemas en ese punto y regañaba a Gloria por su inseguridad.
—Glory, da totalmente igual lo que el señor Poe o cualquier otro poeta quisieran decir con sus garabatos; seguro que ni ellos mismos lo sabían. Así que invéntate algo, cuanto más raro mejor. En eso nadie puede equivocarse…
Lilian no quería ser artista, pero era despierta y tenía encanto. La señorita Beaver incluso disculpaba que tocara el piano con torpeza cuando la joven le sonreía amablemente y esgrimía una ingeniosa excusa por no haber hecho los ejercicios. En cambio, cuando Gloria se encontraba en alguna situación similar solo conseguía enmudecer, y nadie perdonaba un silencio huraño.
Oaks Garden tenían un convenio con el college de Cambridge que preveía encuentros ocasionales entre las muchachas mayores del internado y los estudiantes más jóvenes del college. Eso sucedía, por supuesto, bajo vigilancia, pero si incluso así dos estudiantes se enamoraban, la relación era, prácticamente siempre, conveniente. En cualquier caso, las muchachas tenían que estar preparadas para su futuro papel en la sociedad, y en ello se incluía el trato más o menos natural con el sexo opuesto. Esa era la razón de que el coche de la escuela transportara a quince excitadas alumnas de los últimos cursos a Cambridge, donde se celebraba la última carrera eliminatoria de la legendaria Boat Race en el río Cam. En realidad, la regata de ochos en la que todos los años competían Oxford y Cambridge, punto culminante de la temporada de remo, se realizaba una semana después en Londres. En su fuero interno, Gloria opinaba que los equipos ya tenían que estar determinados con anterioridad: era imposible que los entrenadores hicieran depender la composición del equipo de una sola carrera eliminatoria, tan próxima al campeonato. Pero en el fondo daba igual. Esa soleada tarde de domingo todos se divertirían. Cualquier oportunidad de dejar el internado era bien recibida.
El jardinero, que en Oaks Garden también trabajaba de cochero, puso al trote los dos pesados caballos de sangre caliente por la carretera que conducía a Cambridge. Gloria se alegró de contemplar la verde frescura de los prados. Se veían caballos, ovejas y vacas aislados, y ella seguía comparando la calidad de esos animales con los que se criaban en Kiward Station. ¡Qué refrescante le resultaba contemplar un paisaje que no estaba recortado por muros y vallas! El parque de Oaks Garden era precioso, pero los ojos de Gloria siempre buscaban el horizonte. El verde de las colinas que rodeaban Cambridge la serenaba y alegraba, aunque todavía seguía esperando que tras los prados asomaran los Alpes Neozelandeses y aun en la actualidad el aire de Inglaterra le parecía menos diáfano, la vista más limitada y la luz del sol más velada que en las llanuras de Canterbury.
Las cocineras de Oaks Garden habían preparado una comida campestre y las dos profesoras que dirigían la excursión vigilaban las cestas como si contuvieran, como mínimo, el tesoro de la nación. También la elección del lugar ideal donde comer junto a la orilla del río parecía ser un asunto de suma importancia. Lilian y sus amigas lo discutían minuciosamente y en voz alta, incluso a veces a gritos…, y Gloria deseaba estar lejos de todo eso. Habría preferido con mucho vagar en solitario junto al Cam en lugar de estar viendo regatas de botes. Así habría contemplado los pájaros y asustado ranas y sapos, que habrían escapado dando un grácil brinco y zambulléndose de cabeza en el agua. Seguía interesándole la historia natural y continuaba dibujando los animales que encontraba en las campiñas inglesas. No obstante, ya no mostraba los dibujos a las profesoras, sino que se los enviaba, como mucho, a la señorita Bleachum a Dunedin. La joven profesora había ocupado allí un puesto en una escuela para niñas y escribía a Gloria con regularidad. Era con ella con quien hacía prudentes proyectos para el período posterior a la escuela. Dunedin tenía una universidad que aceptaba un número limitado de muchachas. Tal vez pudiera seguir allí por fin sus inclinaciones y estudiar una carrera de ciencias naturales. Seguro que tendría que ponerse al día en alguna materia, pero la señorita Bleachum estaba convencida de que le resultaría fácil. Ya hacía tiempo que Gloria había abandonado los sueños de regresar a Kiward Station. Le resultaba demasiado doloroso recordar ese mundo perdido, y pensaba que tampoco allí se sentiría segura. Sus padres la habían arrancado una vez de ese lugar, y no había garantías de que no volvieran a hacerlo.
Lilian y las demás se habían decidido de una vez por un lugar junto al río, más cercano a la meta que a la salida de la carrera. Había triunfado, pues, el grupito de chicas que mostraban más interés por los jóvenes que ya habían competido. Tal vez estuvieran rendidos, pero al menos tendrían tiempo que dedicar a las damiselas. Otras habían objetado que seguramente los remeros buscarían alguna hada madrina antes de empezar la competición, pero se contentaron con la perspectiva de dar un inocente paseo antes de la comida hasta la línea de salida de los participantes.
Lilian y unas cuantas jóvenes más se marcharon enseguida, mientras Gloria se quedaba ayudando a las profesoras a vaciar las cestas de la comida y distribuir los manteles y servilletas sobre la hierba. Después se marcharía sin que nadie se percatara. Ese día sin duda todos los pájaros habían huido del Cam, pero había cerca un bosquecillo y tal vez encontrara allí una ardilla o una marta. En Nueva Zelanda no había ninguno de esos animales y Gloria esperaba entusiasmada que llegara el momento de contemplar esas criaturas para ella exóticas.
Lilian Lambert, por el contrario, seguía encontrando su propia especie más interesante que cualquier otra, fuera cual fuese el continente del que procediera. También a ella le gustaban los animales y habría encontrado los estudios de ciencias naturales más interesantes que las asignaturas de Oaks Garden, pero cuando se trataba de la cuestión «chicos o ardillas» no dudaba en sus prioridades. Y el embarcadero que había delante de los atracaderos de Cambridge era un hervidero de chicos que no estaban nada mal. Todos llevaban el típico pulóver o las camisas del college, y todos estaban musculados gracias a los ejercicios diarios de remo. Al igual que las otras jóvenes, Lilian se asomaba con afectación desde debajo de la sombrilla y osaba sonreír con timidez cuando su mirada se cruzaba fugazmente con la de un joven. De lo contrario, charlaba con tanta despreocupación con sus amigas como si no tuviese el menor interés en el otro sexo, si bien ese día había dedicado horas a arreglarse. Lilian llevaba un vestido verde mate con puntillas marrones en el escote y el dobladillo. Se había dejado el cabello suelto, pero lo llevaba cubierto por un ancho sombrero también de color verde claro, lo cual le permitía prescindir de la sombrilla si así lo deseaba. A mediados de marzo, pese a que la climatología había sido extraordinariamente amable con los jóvenes, una chaqueta habría sido más útil que la protección contra el sol. Sin embargo, la sombrilla era una buena herramienta para coquetear y, en cuanto a la chaqueta, Lilian prefería pasar un poco de frío que ocultar su precioso escote.
Los chicos, a su vez, contemplaban a las muchachas y sabían que al final de la carrera les esperaba una comida campestre que ellas estaban dispuestas a compartir. Así pues, ya ahora era factible proceder a una selección previa. Para la mayoría de los jóvenes esa no era la primera regata y casi todos sabían muy bien que a la salida solo acudían las chicas más atrevidas. Las tímidas esperaban más adelante, junto al río. Así pues, en el inicio de la carrera se podía entablar una breve conversación e incluso coquetear un poco si se era diestro en la materia. Los pocos chicos con hermanas o primas entre las alumnas del internado jugaban con ventaja, claro. Una amiga de Lilian localizó a su hermano y al instante le presentaron a varios estudiantes del college. Ella, por su cuenta, introdujo en el círculo a Lily y las otras chicas, rompiendo de este modo el hielo. Sin embargo, todavía no consiguieron tener una charla animada, en la que habría participado de buen grado la vivaracha Lily. A fin de cuentas, no solo las muchachas, sino también los jóvenes se sentían intimidados, así que unos hablaron del tiempo. —«¡Maravilloso, una auténtica suerte!»— y otros sobre la composición de los equipos. Todavía estaba pendiente designar a uno o dos chicos y los remeros discutían a voz en grito.
—¡Por favor, ese niñato de Ben! Claro que da el pego, pero todavía le quedan tres años para hacerse famoso. El que todavía tiene que participar es Rupert. Es su última oportunidad y para mí también es mejor…
—Ben entrena más…
—¡Ben es un empollón!
Lilian escuchaba aburrida mientras se preguntaba quiénes serían los chicos por los que discutían con tanta vehemencia. Ben parecía más interesante. Se diría que era de los más jóvenes, así que era un buen candidato para Lilian. Los demás chicos de ese grupo tenían al menos dieciséis años, la mayoría diecisiete o dieciocho. La diferencia de edad la asustaba un poco.
Al final, uno de los remeros señaló a Rupert, un muchacho de pelo castaño, alto y rechoncho, que en esos momentos flirteaba con una chica. Lily confirmó al momento que, desde su punto de vista, ese chico no merecía la pena. Ya desde lejos se notaba que era un fanfarrón. Además, sin duda era demasiado mayor. Luego su vista se posó sobre un joven rubio que realizaba estiramientos, apartado de los otros en una cala cubierta de cañas. Le pareció joven y digno de confianza. Se separó del grupo con discreción y se dirigió hacia él, con el corazón palpitante. Por supuesto, se suponía que no debía alejarse de las demás y actuar por su cuenta, pero la cala era un lugar más bonito y tranquilo que el embarcadero. Oyó la pesada respiración del chico e intuyó su fuerte musculatura bajo la fina camisa. Y sin embargo era de complexión esbelta, musculoso pero delgado. Solo los músculos de los brazos y las piernas delataban el duro y prolongado entrenamiento en el banco de remos.
—¿De verdad cree que esto sirve de algo? —preguntó Lilian.
Sobresaltado, el joven dio media vuelta. Por lo visto había estado totalmente ensimismado en la tarea. Lilian contempló su rostro franco y alargado, dominado por unos ojos despiertos de color verde claro. Aunque la tez acaso resultara algo desprovista de color, sus rasgos se perfilaban delicados y los labios eran carnosos, si bien en esos momentos estaban apretados debido a la concentración.
—¿Qué? —preguntó.
—Me refiero al entrenamiento —respondió Lilian—. En fin, lo que ahora ya no sepa tampoco lo aprenderá antes de la carrera.
El joven rio.
—Esto no es un entrenamiento, sino ejercicios de precalentamiento. Así estás preparado en cuanto sales. Los auténticos deportistas lo hacen así.
Lilian esbozó un gesto de indiferencia.
—No entiendo mucho de deporte —admitió—. Pero si es tan conveniente, ¿por qué no lo hacen también los demás?
—Porque prefieren charlar con las chicas —respondió el joven con una expresión desdeñosa en el rostro—. No se toman la competición en serio.
Lilian recordó el comentario del otro chico respecto a que Ben era un empollón.
—¿Es usted Ben? —preguntó.
El joven volvió a reír. Definitivamente, estaba más guapo cuando desaparecía de su rostro esa expresión severa.
—¿Qué le han dicho de mí? —inquirió a su vez—. Deje que adivine: «Ben es un empollón».
Lilian también rio con cierta complicidad. Todavía conservaba esa risa de duendecillo. El joven la contempló con algo de interés.
—Pero no es verdad —observó—. Por lo que veo, Ben está charlando con una chica. ¡Su bote perderá la carrera! —Le guiñó el ojo y movió la sombrilla con coquetería. Sin embargo Ben no pareció darse cuenta: el recuerdo de la carrera volvió a sumergirlo en su mundo.
—De todos modos, da igual, porque seguro que acaban eligiendo a Rupert Landon —señaló—. Lleva años haciendo méritos entre los remeros de los ocho. Aunque siempre que él es timonel perdemos. Ese tipo es un fanfarrón. Se vende bien. Y ahora resulta que en el último curso le van a dar otra oportunidad.
—¿Y no pueden participar los dos? —preguntó Lilian—. Me refiero a que hay ocho sitios, ¿no?
—Pero solo un timonel. Es decir, o Rupert o yo. —Ben reemprendió sus ejercicios de estiramiento.
—El timonel es el que marca el compás, ¿no? —insistió Lilian.
Ben asintió.
—Es el que se ocupa de que los remos se hundan todos al mismo tiempo. Para eso se necesita un buen sentido del ritmo. El de Rupert es algo así como nulo. —Se estiró.
Lilian se encogió de hombros.
—Mala suerte para Cambridge —dijo—. Pero está usted en el primer semestre, ¿verdad? El año que viene podrá ser elegido. —Se sentó en la hierba y observó a Ben mientras este hacía los ejercicios. Sus movimientos eran elásticos, parecidos a los de un bailarín. A Lilian le gustó la imagen.
Ben contrajo el rostro.
—Si es que hay una próxima vez. Pero según el señor Hallows, nuestro profesor de historia, la guerra es inminente.
Lilian lo miró sorprendida. Era la primera vez que oía que fuera a estallar una guerra. La historia que se enseñaba en Oaks Garden concluía con la muerte de la reina Victoria. La guerra estaba relacionada con Florence Nightingale, Kipling escribió algo al respecto; salvo por eso se trataba de una cuestión heroica con caballos y uniformes almidonados.
—¿Con quién? —preguntó asombrada.
Ben hizo un gesto de ignorancia.
—Yo tampoco lo he entendido del todo. Claro que el señor Hallows no está completamente seguro. Pero podría ser. Y en la guerra no se rema.
—Sería una pena, desde luego —opinó Lilian—. ¿Puede usted ganar hoy al menos?
Ben asintió y sus ojos centellearon.
—Hoy mi ocho va contra el suyo.
Lilian sonrió.
—Entonces le deseo mucha suerte. Por cierto, soy Lily, de Oaks Garden, y hemos organizado una comida campestre junto a la meta. ¿Le apetecería venir, incluso aunque no gane?
—Ganaré —afirmó Ben. Con expresión obstinada volvió a sus ejercicios de precalentamiento.
Lily se quedó unos pocos minutos más, pero luego tuvo la sensación de que molestaba.
—¡Hasta luego, entonces! —se despidió.
Ben ni siquiera la oyó.
Lilian siguió la carrera sentada en una manta con Gloria, quien no había podido escapar del área de influencia de las profesoras. La señorita Beaver no cejaba en sus intentos de que hablara sobre la cultura maorí en general y la música de ese pueblo en concreto, asunto del que Gloria no tenía ni la menor idea, y la señorita Barnum necesitaba ayuda para abrir una cesta de comida cuyo cierre, al parecer, se había deformado. Gloria lo solucionó con destreza. Resolvía los problemas técnicos enseguida, aunque solo excepcionalmente la elogiaban por ello. Fuera como fuese, ya podía olvidarse de su paseo para observar la naturaleza. Entretanto, Lilian y las otras muchachas habían regresado, charlaban sin cesar de chicos y se peleaban por ocupar el mejor sitio para ver la carrera.
También Lilian tenía algo que contar. Su nuevo amigo Ben capitaneaba uno de los ocho, y Lilian ya hablaba del gobierno de los botes de remos como si hubiera pasado los tres últimos años en alta mar.
Por fin empezó la carrera y las jóvenes animaron a sus favoritos. A Gloria el resultado le traía sin cuidado, pero enseguida se percató de que en el ocho de Ben reinaba mayor disciplina que en las embarcaciones de sus contrincantes. Los remos golpeaban de forma regular y más deprisa el agua, de ahí que la embarcación se deslizara como un delfín sobre las olas. Además, el timonel parecía ser un buen estratega. Al principio mantuvo el ocho al mismo nivel que sus rivales, pero al llegar al último tercio de la carrera los adelantó con brío. El bote de Ben ganó con una ventaja considerable.
Lilian brincaba de entusiasmo.
—¡Ha ganado! Ahora no les quedará más remedio que dejarle ir a Londres. ¡Tienen que hacerlo! ¡Si no, sería una injusticia!
Gloria se preguntaba cómo, tras pasar cinco años en Oaks Garden, Lilian todavía creía en la justicia. Incluso en el caso de muchachas tan populares como ella, siempre resultaba un misterio el modo en que se adjudicaban las notas y se realizaban las valoraciones críticas. Con los años, la orientación «creativa y artística» de la escuela había cobrado mayor relevancia aún si cabe, y muchas profesoras eran algo maniáticas y valoraban los trabajos a partir de criterios indefinidos.
En cualquier caso, el genial timonel Ben no tuvo suerte ese día. Parecía deprimido cuando se dirigía lentamente hacia las muchachas.
Lilian lo miró con el semblante resplandeciente, decidida a salir a su encuentro. A fin de cuentas no parecía haberle causado una impresión tan fuerte, pues el joven se había concentrado más en la carrera que en la conversación con ella. Sin embargo, algo en el duendecillo pelirrojo debía de haberlo cautivado… O tal vez necesitara simplemente un hombro sobre el que llorar.
—Ya le dije que nombrarían a Rupert —anunció, y Lilian creyó ver un asomo de lágrimas en los expresivos ojos del muchacho—. No importa que yo haya ganado. Y exactamente igual es…
Lilian lo miró compasiva.
—Pero la carrera ha sido fantástica. Y si ahora Cambridge pierde en Londres todo el mundo sabrá por qué —lo consoló—. Venga, coma algo. ¡Estos muslitos de pollo están muy ricos y puede cogerlos con los dedos! Y eso es vino de uva espina del huerto. Bueno, más que vino es zumo, ¡pero está muy rico!
Lilian sirvió al chico con toda naturalidad al tiempo que reía. Gloria se preguntaba cómo era capaz de charlar con él tan despreocupadamente. Aunque Ben no la intimidaba demasiado —sin duda era más joven—, no habría sabido de qué hablar con él.
—¿Qué tal el college? —preguntó por el contrario Lilian, y encima con la boca llena—. ¿De verdad es tan difícil? Todos dicen que hay que ser pero que muy listo para entrar en Cambridge…
Ben puso los ojos en blanco.
—A veces solo se trata de llevar el apellido adecuado —respondió—. Si el padre y el abuelo estudiaron en Cambridge todo resulta más fácil.
—¿Y? —inquirió Lilian—. ¿Estudiaron? ¿Su padre y su abuelo? Y por cierto, ¿qué está estudiando usted?
—¡No tiene usted en absoluto el aspecto de estudiante! —se inmiscuyó Hazel, la amiga de Lilian. Dado que hasta el momento no había conseguido que ningún chico se sentara en su manta, estaba deseosa de participar de la conquista de Lilian. Aunque no había sido demasiado hábil. Ben de inmediato se ruborizó.
—Me salté un par de cursos escolares —admitió, dirigiendo a Lilian una sonrisa torcida—. Lo dicho, soy un empollón… Y entonces Cambridge me ofreció una beca. Literatura, lenguas e historia inglesa. Mis padres no están demasiado entusiasmados.
—¡Pues es la mar de tonto por parte de sus padres! —exclamó Lilian sin pensárselo dos veces, lo que a ojos vistas le llegó a Ben al corazón pero provocó que la señorita Beaver amonestara con severidad a la muchacha.
El muchacho, que de repente se había convertido en el centro de atención femenina, carraspeó.
—Yo… Bueno…, tengo que volver… Me refiero a que he de reunirme con mis amigos. Pero quizá…, ¿desearía usted, señorita Lilian, acompañarme un trecho? Solo hasta los embarcaderos, claro…
Lily resplandeció.
—¡Encantada! —respondió. Hizo el gesto de levantarse, pero en el último momento cambió de parecer. Con una expresión dulce en el rostro, tendió la mano a Ben para que él la ayudara a erguirse y, grácilmente, abandonó la manta—. Enseguida vuelvo —se despidió de la señorita Beaver, Hazel y de una Gloria totalmente indiferente. Se echó al hombro la sombrilla adornada de encajes y se alejó de allí contoneándose.
Ben suspiró aliviado. ¿Y ahora qué había de hacer con esa chica? Imposible llevarla con los muchachos alborotadores e impertinentes cuyo ocho él había conducido a la victoria. Era más que posible que alguno de ellos se la arrebatara.
Por fortuna, en cuanto perdieron de vista a las profesoras, Lilian se metió en el bosquecillo.
—Venga por aquí, hay sombra. Qué día tan caluroso, ¿verdad?
Lo último era verdad hasta cierto punto —para ser marzo, hacía un día bonito, pero en general se agradecía más la calidez del débil sol primaveral que las sombras refrescantes—, sin embargo, Ben estuvo totalmente de acuerdo. A continuación recorrieron un sendero del bosque y ambos se sintieron libres como hacía tiempo no se sentían. Ben no experimentaba la sensación de tener que hablar a la fuerza. Se encontraba extraordinariamente bien con esa joven tan guapa y sonriente al lado. De todos modos, era imposible hacerla callar. Con su voz clara y cantarina, Lilian le habló de Oaks Garden y de que ella también había sido una de las alumnas más jóvenes al llegar.
—Me enviaron con mi prima Gloria. Sus padres querían que estudiara en el internado a toda costa, pero ella es tímida y nosotros vivimos muy lejos. Por eso me enviaron con ella, para que no se sintiera del todo sola. Pero es inevitable, algunas personas siempre se sienten solas…
Ben asintió lleno de comprensión. Lilian parecía entender de forma instintiva el modo en que él se sentía: solo. Si con sus compañeros de escuela había tenido pocas cosas en común, la distancia con los alumnos del college, mucho mayores, era abismal. Ben tenía la suerte de que la materia de estudio le resultaba fácil y le gustaba, aunque no le fascinaba la geología, como a su padre, ni tampoco la economía, disciplina que prefería su madre. Ben se veía más bien como poeta. Y se sorprendió a sí mismo confesándolo por vez primera a alguien. Lilian escuchaba cautivada.
—¿Se sabe algún poema de memoria? —preguntó con curiosidad—. Por favor, ¡recite uno!
Ben se ruborizó.
—No sé, nunca antes… No, no lo haría bien. Me olvidaría de las palabras…
Lilian fingió enfado.
—¡Qué va! Si realmente quiere ser poeta, tendrá que dar clases en la universidad. Ahí no se quedará sin saber qué decir. ¡Adelante!
A Ben todavía se le agolpó más sangre en el rostro cuando, con la mirada baja, recitó.
—«Si fueras una rosa, por el rocío a ti me acercaría. Si en la tempestad fueras hoja, con el viento para ti cantaría. Te reconocería fueras lo que fueses, y versos te escribiré, hasta que en un sueño me beses».
—¡Oh, qué bonito! —gimió Lilian—. ¡Y qué emotivo!
El joven la miró temeroso, pero no descubrió burla ninguna en su rostro, en esos momentos soñador.
—¡Qué bien suena!
Ben asintió. Le brillaban los ojos.
Lilian pareció despertar de su sueño.
—¡Pero acaba de tutearme! —añadió pícaramente—. ¿Cuántos años tiene en realidad?
Ben volvió a enrojecer.
—Casi quince —respondió.
Lilian sonrió.
—¡Yo también! ¡Es una señal!
Ben así lo pensaba también.
—Es una señal. ¿Quiere… quieres… volver a verme?
Lilian bajó la vista púdicamente.
—Tendría que ser en secreto —respondió titubeante—. Vosotros quizá podáis salir del college, pero yo…
—¿No conoces alguna forma? —preguntó Ben con timidez—. Quiero decir que si no hay forma… Podría recogerte el sábado y decir que soy un primo tuyo o algo así.
Lilian rio.
—Nadie se lo creería.
Pensó si tenía que contarle que procedía de Nueva Zelanda, pero de momento se abstuvo. No tenía ganas de ponerse a hablar de minas de carbón y de oro, pesca de ballenas, cría de ovejas y otros lugares comunes que siempre salían a relucir cuando se mencionaba su país. Sobre todo no le apetecía hablar de su parentesco con Kura-maro-tini. Al igual que Gloria, también Lilian había descubierto largo tiempo atrás que la mención de esa celebridad reducía cualquier interés por su propia persona. Se había acostumbrado a evitar con habilidad el tema, algo que Gloria nunca había conseguido.
—Pero se me ocurre una manera, no te preocupes. Si desde el portal de nuestra escuela giras hacia el sur y caminas un kilómetro junto a la valla, llegas a un roble enorme. Las ramas pasan por encima de la cerca y se puede trepar por ellas fácilmente. Me esperas ahí. Me ayudarás a bajar —añadió, coqueta—. ¡Pero no tienes que mirar por debajo de la falda!
Ben volvió a ruborizarse, pero no cabía duda de que estaba fascinado.
—Iré —dijo él sin aliento—. Pero tardaré un poco. Primero tengo que ir a Londres, seguro que me llevan como reserva…
Lilian estuvo conforme.
—Puedo esperar —asintió con gravedad, considerando que eso era especialmente romántico—. Pero ahora será mejor que volvamos. Hazel me echará en falta y con la envidia que tenía seguro que le hace notar a la señorita Beaver que me estoy retrasando. —Dio media vuelta con determinación, pero Ben la retuvo.
—Espera un momento. Sé que no suele hacerse, pero… Tengo que mirarte una vez más a los ojos. He estado intentándolo toda la tarde, pero no quería quedarme mirando fijamente y no he podido distinguirlos bien. ¿Son verdes o castaños?
Ben puso las manos torpemente sobre los hombros de la joven y la acercó un poco hacia sí. Nunca le habría confesado que llevaba gafas.
Lily sonrió y deslizó el ancho sombrero hacia atrás.
—A veces son verdes, a veces castaños, moteados en cierto modo, como los huevos de paloma. Cuando estoy contenta, están verdes; cuando estoy triste, castaños…
—¿Y cuando estás enamorada…? —preguntó Ben.
Esta cuestión habría de quedar para otro momento, porque Lilian cerró los ojos cuando él la besó.