La Segunda Guerra Mundial representó, tal vez, la gran línea divisoria del siglo XX. Su legado fue copioso y generalizado. La «guerra caliente» entre los Aliados y el Eje quedó reemplazada por la rivalidad entre los aliados más poderosos: Estados Unidos y la Unión Soviética. Las superpotencias tenían armas nucleares, alcance global y redes de alianzas que les conferían la autoridad de imperios. La «guerra fría» entre estas potencias condicionó el restablecimiento después del conflicto mundial y la política mundial en general durante cuatro décadas. El ascenso y la caída de la política de la Guerra Fría constituyen un tema crucial de la historia del siglo XX; es una de las dos direcciones históricas que seguiremos aquí.
Mientras la guerra fría pareció concentrar la vida política, cultural y económica del mundo alrededor de los polos gemelos de las superpotencias, el otro tema clave de finales del siglo XX guarda relación con los efectos descentralizadores de la globalización. Ésta comenzó con la desmembración de los viejos imperios coloniales europeos y la aparición de países nuevos. Asimismo, emergieron otras formas de política y de protesta basadas en movimientos sociales femeninos, «minorías» étnicas y pueblos sin voz política durante la era del imperialismo. Los imperios de Europa occidental no fueron los únicos que se derrumbaron. Con el fin de la Guerra Fría, el imperio no oficial de la Unión Soviética también se desmoronó, lo que trajo como consecuencia naciones y esperanzas nuevas. Tras estos acontecimientos, Estados Unidos pareció quedarse como la única potencia líder mundial, pero el resto del mundo no se limitó a transformarse en parte del imperio estadounidense por defecto o por consentimiento a ser «americanizado» en los términos fijados por Estados Unidos. A medida que el siglo XX llegó a su fin, se hizo patente que Occidente operaba en una red mucho más estrecha de civilizaciones mundiales. Esta última sección se centra en las circunstancias que dieron lugar a este mundo «globalizado».