Las civilizaciones clásicas de Grecia y Roma dominaron el mundo mediterráneo desde el siglo VI a. J.C. hasta el siglo VI de nuestra era. Ambas se inspiraron abundantemente en las tradiciones y logros de Oriente Próximo, pero cada una representó una innovación definida de ese mundo anterior. Sin embargo, Grecia y Roma juntas constituyeron el semillero a partir del cual se desarrollarían todas las civilizaciones occidentales posteriores.

La civilización griega comenzó a cobrar forma en el siglo VIII a. J.C. en las ciudades-estado guerreras, particularistas y ferozmente independientes que prosperaron en torno a los mares Egeo y Adriático, pero no se convirtió en la moneda cultural común de los mundos del Mediterráneo y Oriente Próximo hasta el término del siglo IV a. J.C., cuando las conquistas de Alejandro Magno crearon un imperio que se extendía desde Grecia, atravesaba Persia y llegaba hasta la India y Egipto.

En el centro de Italia, la ciudad de Roma fue ampliando lentamente su dominio por la península. En los dos últimos siglos a. J.C., expandió su poderío por todo el mundo mediterráneo y Europa occidental. A finales del primer siglo de nuestra era ya había construido un imperio aún mayor que el de Alejandro. En un triunfo extraordinario de organización, disciplina y adaptabilidad cultural, los romanos mantuvieron ese imperio prácticamente intacto durante los siguientes cuatrocientos años.