Prefacio

Desde los años veinte, los estudios en torno a la civilización occidental han tenido un lugar privilegiado en la programación de las universidades e institutos americanos. El concepto de «civilización occidental» es un tema que todavía hoy día continúa siendo polémico y que hay que evitar. Sin embargo, parece apropiado que comencemos definiendo nuestros términos. ¿Cómo podemos, los autores, concebir nuestra asignatura?

Durante la mayor parte del siglo XX, civilización «occidental» significó «la civilización del occidente de Europa», con la que se relacionó de una manera arbitraria a la más temprana historia del Antiguo Oriente Próximo. De este modo, la civilización occidental se hizo presente por primera vez en Sumeria, se extendió por Egipto y floreció más tarde en Grecia. Desde aquí conquistó Roma, para luego progresar por Francia, Alemania, Inglaterra y España, donde sus conquistadores la transfirieron más tarde a las Américas a partir del año 1492. Como un tren que atraviesa las estaciones, la civilización occidental se concibió para recoger «carga» en cada una de sus paradas, pero conservando siempre el mismo motor y los mismos vagones.

Esta visión de la civilización occidental no fue apodíctica, sino que a menudo proliferaron determinadas teorías opuestas a ella. De acuerdo con este supuesto, los poderes imperiales europeos proyectaron su dominio en todo el mundo entre 1800 y 1950, como culminación de un proceso de varios miles de años de desarrollo que los historiadores han descrito. También es previsible que la dominación europea en todo el mundo durante los siglos XIX y XX reflejara y demostrara la superioridad de la civilización occidental sobre África, Asia y las civilizaciones indígenas americanas conquistadas durante el apogeo de su expansión imperial.

Hoy en día, los historiadores saben muy bien que un relato de estas características deja muchas cosas sin describir y que mitiga el uso de la fuerza y del fraude que tuvo lugar durante la expansión europea. Un relato así ignora el empaque, el dinamismo y la humanidad de las culturas que margina. Si omitimos la importancia trascendental que tienen el islam y Bizancio, transmitiremos una concepción engañosa y errónea sobre el desarrollo de la civilización europea. También daremos pie a malentendidos sobre las civilizaciones occidentales creadas en el norte y el sur de América a partir del año 1492, que fueron culturas criollas y no simplemente culturas europeas implantadas en otras tierras. Esto no supone pensar que los estudios en torno a las civilizaciones occidentales deban dejar paso a los estudios sobre las civilizaciones del mundo. Supone simplemente impulsar el estudio del desarrollo histórico de Occidente que requiere de nuestra parte situar la investigación en un contexto geográfico y cultural más amplio. Por otro lado, es claro que, despojada de triunfalismo, la historia de la civilización occidental se presenta mucho más atractiva.

En este libro sostendremos que el Occidente no puede ser entendido como una única cultura histórica. Más aún, han existido distintas civilizaciones occidentales cuyos rasgos más notables han cambiado con el paso del tiempo. De ahí que queramos pedir al lector una atención seria y concienzuda hacia nuestro trabajo Las civilizaciones occidentales. Por nuestra parte, consideraremos «occidente» como un diseñador geográfico respecto de las principales civilizaciones que se desarrollaron dentro y en la periferia del mar Mediterráneo entre los años 3500 a. E. C. («antes de la Era Común» equivalente al calendario cristiano a. C., «antes de Cristo») y 500 E. C. («Era Común», equivalente al calendario cristiano A. D., Anno Domini, «el Año del Señor»). También consideraremos «occidente» las civilizaciones mediterráneas que emergieron en los siglos siguientes a 500 E. C., como el mundo greco-romano de la antigüedad, dividido en islámico, bizantino y los reinos cristianos latinos. La interdependencia y las influencias mutuas de estas tres civilizaciones occidentales serán un tema que se repita a lo largo del libro.