Era casi la hora de cenar cuando levantamos nuestra sesión conspiratoria, y regresé a mi habitación. Parecía haberse restablecido la disciplina normal. Tanto Miss Brush como Mrs. Fogarty andaban de aquí para allá, muy atareadas, como si el día y la noche hubiesen sumado sus fuerzas a fin de disipar las nubes del alboroto. Los enfermos estaban todavía haciendo conjeturas descabelladas con respecto al supuesto incendio, llegando algunos a declarar que a estas horas del salón de actos sólo debía quedar un montón de pavesas, pero su saludable apetito les indujo a aparecer puntualmente a la hora de cenar.
Clarke estaba parado junto a la puerta del comedor, vistiendo una chaqueta blanca como los demás empleados. Cuando me vio me sonrió y susurró:
—El patrón dice que el negocio tiene que seguir como siempre esta noche.
—¿Algo nuevo?
—Nada. Están examinando el salón de actos y han analizado el bisturí. Green tenía razón. No hay más impresiones digitales que las de Miss Brush y algunas de Miss Pattison.
—¿Cómo está Miss Pattison? —pregunté ansiosamente.
—Muy bien —dijo con simpatía—. Está en su habitación, y Lenz todavía no ha dejado que nuestro jefe la hable.
Me metí la mano en el bolsillo y saqué el pañuelo manchado de sangre.
—He encontrado esto —le dije tranquilamente.
Lo tomó y lo examinó.
—Hay tres cajones llenos de Johnny Walker en mi apartamento —seguí diciéndole—, y no los voy a necesitar cuando salga. Son suyos si descubre a quién pertenece ese pañuelo.
Me miró dubitativamente.
—No hace falta que le oculte nada a Green —agregué—, pero no se lo diga hasta que le avise.
Clarke asintió con la cabeza y se guardó el pañuelo en un bolsillo.
—Encantado, lo haré esta noche. ¿Algo más?
—Sí, tengo esperanzas de que habrá revelaciones sensacionales más tarde. Si le pido que vigile a determinada persona, ¿me hará el favor de adherírsele como una sanguijuela mientras voy a ver a Green?
—Por tres cajones de whisky —dijo Clarke alegremente— me pasaría la noche vigilando al mismo Lenz. —Iba a alejarse cuando pareció ocurrírsele una idea repentina—. Escuche, Mr. Duluth —dijo vacilante—. Esa revelación sensacional suya será mejor que la haga temprano. El doctor Eismann va a venir a las diez de la noche, y después se van a llevar a Miss Pattison.
—¡Cómo! ¿Se la van a llevar del sanatorio?
—Eso es lo que Green está proyectando en este momento.
Debió de adivinar mis sentimientos por la expresión de mi cara, porque agregó algo turbado:
—Tal vez pudiera conseguir que la viera un par de minutos.
Clarke era uno de esos hombres con quienes es tan raro encontrarse que uno se olvida de que existen. Son los que a uno le devuelven la fe en la generosidad innata de la humanidad en general y de la policía en particular.
—Va absolutamente en contra del reglamento —me explicó—, pero Mrs. Dell es una buena compañera.
—Oiga —le dije con voz entrecortada—, alguien debería regalarle una aureola de oro.
Me hizo una amplia sonrisa.
—Con tres cajones de whisky me basta por el momento.
Me dijo que le siguiera a una distancia discreta y me llevó por pasadizos nuevos, de cuya existencia nunca había sabido.
Las mujeres estaban cenando, de modo que su pabellón se encontraba prácticamente desierto. Pero mi conciencia intranquila poblaba los corredores de horripilantes monstruos femeninos que podían saltarme encima en cualquier momento y detenerme por este pecado, que era el peor de cuantos uno podía cometer dentro del sanatorio. Instantáneamente Clarke me hizo señas de que entrara en un lavabo, y allí me quedé escondido, conteniendo la respiración, mientras unos tacones de funcionaría pasaban ruidosamente delante de la puerta cerrada. Fueron los momentos más angustiosos de mi vida.
Pero por fin llegamos a nuestro destino con burlonas precauciones. Clarke me instaló en la habitación de guardia mientras iba a regatear con Mrs. Dell. Por supuesto, Iris estaba encerrada, y tenía que conseguir la llave.
La deprimente espera me pareció una eternidad, pero por fin reapareció.
—Sólo tres minutos —me susurró—, y si viene Moreno, escóndase debajo de la cama, o si no dice Mrs. Dell que habrá un par de asesinatos más.
Abrió la puerta y, sonriéndome, volvió a cerrarla después que entré.
Iris estaba sentada junto a la ventana contemplando el sombrío paisaje nocturno del parque. Cuando me vio se levantó, avanzó unos pasos impulsivamente hacia mí y luego se detuvo.
—¡Usted…! —susurró.
El corazón me latía tan fuerte que me pareció que tenía que oírse en cualquier punto del edificio. Traté de decirle algo, pero no pude pronunciar palabra. Sólo sabía que la quería y que estaba ante mí.
Entonces dio un par de pasos más, y un segundo más tarde, no sé cómo, la tenía entre mis brazos. Ninguno de los dos habló. Sólo nos aferramos el uno al otro como si fuéramos mudos.
Y así transcurrió el primero de mis tres preciosos minutos.
Por fin Iris se apartó y pude verle la cara. Me sorprendió y encantó ver que la desconsolada tristeza había abandonado sus ojos. Ahora brillaban con una viva y sana indignación.
—¿Sabe qué es lo que piensa hacer la policía conmigo? —me preguntó de repente.
Vacilé y sentí que sus dedos me apretaban más fuertemente el brazo.
—Tiene que decírmelo. Nadie quiere contarme nada. Mrs. Dell me trata como a una criatura, y me responde con evasivas. Tengo que saber la verdad.
Su voz revelaba una nueva e impaciente determinación que me alegraba inefablemente.
—Han ido a buscar a una persona para que le hable —le dije veladamente—. Va a venir a las diez de esta noche.
—¿Quiere decir un psiquiatra de la policía?
—Bueno…, éste…
—¡Conque realmente sospechan de mí! —Iris sacudió la erguida cabeza, indignada, y una vez más brilló la ira en sus ojos. Por fin se encogió levemente de hombros—. En realidad no se les puede echar la culpa. Ahí estaba el bisturí… ¡y me porté tan tontamente! Pero parecía ser una horrible pesadilla. No sabía ni lo que había hecho.
—Claro, querida.
—Pero ahora sé —dijo repentinamente—. Ahora comprendo que era una trampa para enredarme. Por eso me asustaron con esas voces. Trataron de que estuviera tan desorientada y deprimida que… cuando realmente ocurriera, estuviera lo bastante loca como para cargar con la culpa. Casi obtuvieron éxito, pero no del todo.
Torció la cabeza hacia otro lado, y, cuando volvió a hablar, su voz estaba perfectamente tranquila.
—Creerá que es lo más absurdo de todo, pero no sé por qué ahora puedo verlo bien claro: veo lo tonta que he sido, afligiéndome por cosas que en rigor eran insignificantes. Algo me ha pasado hoy. Sé que estoy en peligro. Tal vez la policía me saque de aquí, tal vez me encarcele y…
—¡Eso no! —interrumpí sintiéndome absurdamente temerario—. No soy un atleta lo bastante fuerte como para raptarla deslizándome por el canalón de la fachada, pero voy a remover cielo, tierra y el sanatorio, para que ese hombre no la examine.
—Que venga —dijo Iris con una lenta sonrisa—; que vengan todos. Estoy dispuesta a pelear. No sé si Lenz considerará que es un eficaz procedimiento psiquiátrico, pero lo que necesitaba para despertar de mi letargo era una sacudida y estoy agradecida, sean cuales fueren las consecuencias.
Nos quedamos inmóviles y mudos sonriéndonos. Nunca me había imaginado que los acontecimientos se iban a enredar de esa forma. Parecía demasiado bonito para ser cierto.
—¡Eres un ángel! —le dije en secreto—. Lucha con alma y vida. Por mi parte tengo organizado un pequeño ataque de mi propia invención para esta noche. Entre los dos les venceremos.
—¿Tú y yo? —dijo Iris bajo—. ¿Qué puede ser más descabellado?
Estaba muy cerca de mí. Sus labios, cálidos y suaves, se unieron a los míos. Era la primera vez que la besaba de verdad.
Cuando se alejó seguía mirándome y sonriendo.
—A propósito —dijo—, nunca oí bien tu nombre.
—Peter —dije—. Peter Duluth.
—¡Peter Duluth! —y me miró sin comprender—. De modo que eres Peter Duluth, y lo que me dijiste sobre el teatro…
—… era perfectamente lógico —interrumpí—. Desde el primer momento te dije que no estaba chiflado. Por lo menos, no tanto como parecía.
Permaneció inmóvil un momento, siempre mirándome. Gradualmente se le borró la sonrisa de los labios, y una leve expresión de miedo apareció en sus ojos.
—Harás lo que puedas, ¿verdad, Peter? —preguntó suplicando—. Estoy tratando de hacer bien mi papel de valiente heroína, pero no va a ser agradable si… si me llevan lejos de aquí.
Esas palabras me trajeron bruscamente a la tierra, haciéndome recordar que, a pesar del aparente milagro del restablecimiento de Iris, la situación seguía siendo tan seria como antes. Estaba a punto de tranquilizarla, de decirle que todo se iba a arreglar, cuando se abrió de golpe la puerta y entró Mrs. Dell con la cena en una bandeja.
Me regañó elocuente y severamente y también regañó al ausente Clarke. Se regañó a sí misma, regañó al doctor Moreno y a los demás empleados del sanatorio. Pero no regañó a Iris. En realidad, la trató tan amablemente como si hubiese sido su propia hija.
La hubiera besado.
Llegué muy tarde a la cena, a pesar de lo cual conseguí acercarme a Clarke y darle las gracias en cuanto entré en el comedor.
—No le dé importancia, Mr. Duluth —murmuró sonriente—, le vi pasarlas muy mal hace dos años, y no quisiera verle otra vez angustiado. Me pareció que le iba a gustar estar un par de minutos con ella antes que se la llevaran.
¡Antes que se la llevaran! Ahora que estaba en el mundo de la cruda realidad, comiendo mi ración de guiso de hígado, que se enfriaba rápidamente, comprendí lo horriblemente cerca de la crisis que estábamos. Una vez que la policía concentrara su atención en Iris, no trabajarían casi nada en otras direcciones y, si mi excelente opinión de nuestro adversario no era errónea, aprovecharía ese tiempo para borrar sus rastros y desaparecer. Parecía que la situación iba a empeorar notablemente, salvo que el descabellado plan de Geddes triunfara.
Cuando después del guiso me sirvieron un artístico postre a base de helado, descubrí una novedad fundamental en mi fuero interno: si algo le ocurriera a Iris, todo habría terminado para mí. En tal caso, Clarke nunca recibiría los tres cajones de whisky. Mi costosa cura sería desperdiciada y la última etapa de Peter Duluth resultaría infinitamente peor que la primera.