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Cuando volvimos al pabellón 2, y Miss Brush se las arregló para que nos cambiáramos de calcetines, jugué una partida de billar con Geddes. Cuando terminábamos Jo Fogarty apareció para llevarme a la sesión de ejercicios, previa a mi almuerzo.

Al empezar a trabajar, en la sala de fisioterapia, se puso a hablar de Geddes y de lo agradable que era. Dijo que le gustaban los ingleses y que Geddes era un inglés típico. Había estado en Londres en 1929, cuando venció al campeón de lucha, y dijo que todos se parecían a Geddes. Luego hizo comentarios sobre los demás hombres internados; por uno u otro motivo ninguno le gustaba. Fenwick era flácido y blando como una niña; Billy Trent estaba demasiado envuelto en músculos y era difícil de manejar.

Los músculos siempre le hacían derivar hacia su tema favorito, o sea hacia sí mismo. Con perdonable orgullo monologó sobre su propia fuerza y su superioridad como luchador sobre cualquiera de los simuladores hechos famosos a base de publicidad, que eran una vergüenza para la profesión. También me contó muchas cosas sobre sus aventuras con inglesas, pero no le hacía ningún caso. En general le encontraba divertido, pero en esos momentos sólo podía pensar en la muchacha de los ojos tristes y el gorro ruso. En cuanto pude conseguirlo sin faltar a la educación, hice que habláramos de ella. Fogarty, con su cara simpática de bulldog, me sonrió comprensivamente.

—Sí —dijo—, ésa sí que es una chica estupenda.

—¿Cómo se llama?

—Pattison. Iris Pattison. Es del barrio aristocrático de Park Avenue. El padre se arruinó y se suicidó tirándose desde un tejado. La muchacha le vio saltar y eso le produjo una profunda impresión. Luego, cuando descubrió que sólo le quedaban unas migajas de su fortuna y que el novio la había plantado, enloqueció. La trajeron aquí, y aquí ha estado desde entonces.

Hubo una pausa mientras me aporreaba la espalda; luego pregunté:

—¿En qué consiste su locura?

—Nunca pesco esos nombres difíciles que usan aquí. Es algo como melancolía.

—¿Melancolía?

—Sí. Casi siempre está sentada sin hacer nada. Miss Dell, la encargada del pabellón de mujeres, dice que es impresionante. Esa muchacha a veces no pronuncia una sílaba durante semanas.

Pobre Iris. Me inspiró una lástima muy grande. Y de repente me di cuenta que era la primera vez que tenía lástima de alguien, salvo de mí mismo, desde que había muerto Magdalena. Tal vez estaba mejorando.

—¿Pero oyó lo que dijo hoy, Fogarty? —insistí—. ¿Qué quiso decir con eso de que Laribee había matado a su padre?

Ahora Fogarty me había envuelto en una toalla caliente y me frotaba vigorosamente el torso.

—Tal vez esté chiflada, pero eso que dijo es bastante cuerdo. Laribee y su padre habían entrado en el mismo negocio de acciones. Laribee escamoteó su capital mientras todavía se ganaba algo, dejando que los demás soportaran la caída. A causa de eso se suicidó el viejo Pattison.

Me estaba poniendo el albornoz cuando Fogarty dijo alegremente:

—¿Sabe, Mr. Duluth, que para ser un hombre que ha bebido como una esponja durante años, tiene un físico envidiable?

Le agradecí el dudoso cumplido y replicó:

—¿Qué le parece si le enseño un poco de lucha? Tal vez cuando salga pueda pagármelo con algún favor, y hacerme entrar en alguna sala de espectáculos. Ahí es donde debería estar.

Parecía un arreglo poco ventajoso para mí, pero di mi conformidad, y Fogarty comenzó a iniciarme en los misterios de la lucha. Me había retorcido en una postura rara, haciéndome tener las manos detrás de la nuca, cuando se oyeron pasos en el corredor.

La puerta estaba abierta, y no estábamos lejos de ella. Me sentí bastante ridículo cuando apareció Miss Brush. Humillaba mi vanidad masculina que me viera indefenso en manos de un gorila como Fogarty.

Pero ella no parecía interpretarlo de la misma forma. Se detuvo y observó con interés. Luego me obsequió con esa sonrisa luminosa y fija, tan suya.

—Conque está aprendiendo a luchar, Mr. Duluth. La próxima vez que se porte mal va a ser más difícil de manejar.

Nunca me había sentido tan fácil de manejar, pero agregó de repente:

—¿Por qué no me enseña esa llave a mí, Jo? Mi jiu-jitsu está algo olvidado, y la próxima vez que tenga que enfrentarme al Mr. Duluth quiero que sea en igualdad de condiciones.

Fogarty me soltó como si fuera un hierro caliente, y sonrió beatíficamente. Me imagino que le atraía tanto como a cualquiera de nosotros la idea de retozar un poco con Miss Brush.

Con toda calma ella cruzó hasta donde él estaba y se prestó a que la maltratara. Era una mujer admirable. Lo tomaba con tanta tranquilidad como si le estuvieran enseñando a hacer punto. A veces me preguntaba si sabía el efecto que producía a los hombres. Si no lo sabía, era más tonta de lo que yo creía.

Ella y Fogarty estaban en medio de una especie de abrazo loco, cuando hubo una conmoción violenta en el pasillo.

—¡Saque esas…!

Miré hacia la puerta a tiempo de ver una silueta varonil, envuelta en un albornoz azul, que entraba de un brinco. Saltó sobre Fogarty y empezó a pegarle con ambos puños. Durante algunos segundos no distinguí nada en aquella confusión. Luego ese bólido humano de pecho y piernas desnudos tomó claramente la forma del joven Billy Trent.

El muchacho estaba fuera de sí y su fuerza parecía casi sobrehumana. Miss Brush se separó tambaleándose hacia un lado, y la masa informe cayó al suelo con Billy Trent encima. Con el rubio cabello enmarañado, el tórax descubierto y los ojos fulgurantes, era el hombre salvaje ideal, tal como le conciben los directores cinematográficos.

—Va a dejarla en paz, ¿sabe? —sus palabras brotaban rápidas, entrecortadas—. No va a hacer daño a Miss Brush. Nadie le va a lastimar. Y si no la deja en paz…

Fogarty intentó oponer una débil resistencia profesional contra esos brazos jóvenes que le castigaban, pero le habían tomado desprevenido, y sus tan decantados músculos parecían asombrosamente ineficaces ahora que Billy había logrado agarrarle la garganta.

Por primera vez desde que la conocía, Miss Brush había perdido su magnífica compostura, agitada, exclamando:

—No es nada, Billy. No me hacía daño. Le pedí que lo hiciera…

Yo hacía muy mal el papel de árbitro. Tenía la impresión que debía hacer algo, pero me había puesto a temblar como durante mis antiguos ataques.

No sé lo que hubiera pasado si el doctor Moreno no hubiese entrado en aquel momento. Aunque tenía la espalda hacia la puerta, intuí su presencia en cuanto cruzó el umbral. Irradiaba algo así como un aire de innata autoridad. Le apretó el hombro a Trent y dijo muy suavemente:

—Será mejor que le suelte, Billy.

El muchacho levantó la vista hasta los ojos negros del médico y pareció no poder retirarla como si estuviera hipnotizado. Lentamente, sus dedos soltaron la garganta de Fogarty.

—¡Pero le estaba haciendo daño a Miss Brush! Trató de lastimarla…

—No es cierto. Se equivocó. No era nada.

Trent se apartó de Fogarty, y el enfermero, avergonzado, se puso torpemente de pie. Bill también se había incorporado, y se ató el cordón de su albornoz dirigiendo una mirada confusa y casi tímida a Miss Brush.

—Lamento lo ocurrido —murmuró. Luego exhibió los dientes en una deslumbrante sonrisa—. Disculpen. Parece que no pude con mi genio. Fue una tontería. Cualquiera hubiera creído que estaba loco o algo por el estilo.

Murmuró una torpe petición de disculpas a Fogarty y luego, ruborizándose como un colegial, salió rápidamente de la sala.

—No pasó nada —empezó a explicar confusamente Fogarty tan pronto como se cerró la puerta—. Miss Brush quería que le enseñara un par de llaves de lucha.

—No se moleste en darme explicaciones —le interrumpió fríamente el doctor Moreno—. Será mejor que vaya a cambiarse. —Me miró a mí—: Usted también, Mr. Duluth…; es casi la hora de almorzar.

Fogarty se alejó con la cabeza gacha y murmurando algo sobre que le habían dado golpes bajos. El doctor Moreno y yo nos quedamos allí un momento mientras Miss Brush se pasaba la mano por el pelo en un intento de ordenárselo un poco. Luego me retiré rápidamente.

Corrí demasiado, pues llegué a mi habitación antes de darme cuenta de que había olvidado la toalla. En realidad no era necesario que fuera a recuperarla, pero parecía una buena excusa y tenía curiosidad por saber si produciría algún resultado.

La puerta de la sala de fisioterapia estaba cerrada cuando llegué. Iba a abrirla cuando oí la voz del doctor Moreno, fuerte y enojada.

—Es igual que yo, pobre muchacho. No puede soportar que otro hombre te toque.

Debo confesar que cometí la indelicadeza de no moverme, pero habían bajado la voz, y sólo alcancé a oír frases sueltas. Eso sí, oí que el doctor Moreno mencionaba a Laribee. Entonces Miss Brush se rio burlonamente.

—Me veo como la loba de Wall Street —dijo.

Entonces abrí la puerta. Estaban de pie, muy cerca el uno del otro; el doctor Moreno con los puños apretados, Miss Brush tranquila y angelical, pero con la mandíbula ligeramente desafiante.

En cuanto me vieron, la tensión se aflojó. Los ojos del doctor Moreno se achicaron, y Miss Brush adoptó la sonrisa especialmente reservada a los enfermos.

—Disculpen —murmuré atolondradamente—. He olvidado mis… zapatillas…, quiero decir… mi toalla.