POST-FACTUM

Desde mi iniciación, por necesidad psíquica y propensión hacia los quehaceres intelectuales, he permanecido como un escritor en «situación de irreverencia». Por ello, nunca podría imponerme una prolongada tregua en mi oficio de hacedor de ficciones. A la edad de 60 años, intentaré suspender mi producción de relatos breves: que no por «desencanto» o «castración», obviamente, sino a causa de mis tribulaciones. Lo que imagino y narro suele perturbarme, transferirme hacia ámbitos casi indescriptibles que [estoy persuadido] existen paralelos a nuestra realidad.

En el 2013, me despido del «cuento» con Absurdos. Una muy meditada antología máxima que, sin dudas, exhibe un gran parentesco con mis anteriores y publicados títulos: en lo macabro, esquizoide, escabroso sexual, atroz, religioso y, por supuesto, en el tono filosófico.

Confieso haber «cometido literatura». Pero, ya en mi «edad (obscura) madura», no rogaré absolución o doctorado oficial a los pontífices de claustrofalaz ni a quien, por antojo contracorriente, me leyó, lo hace hoy o hará. En descargo de mi renuncia al cuento, la novela y el ensayo estarán entre mis avocamientos futuros.

Sé que, mediante mis narraciones, develo la conciencia lúcida e igual la atrofiada de la especie: a la cual, infaustamente, pertenezco. Empero, sugiero a los críticos e investigadores que enfrenten o desechen (de acuerdo con su sabiduría, gustos o caradurismo personal) mis «invenciones». Ellos, añado, no deberían conformar pelotones de mercenarios de la escritura al servicio de fusilamientos o consagraciones de textos leídos o presentados en los conciliábulos. Los libros son los objetos de la resistencia del juicio ante un entorno social irredento: no admiten ser corrompidos para que alcancen «plusvalía económica o académica».

(ALBERTO JIMÉNEZ URE).