XX

Escatófagos

Aleph, prometido de Daleh, temprano lo supo: quien pronto sería su esposa deseaba mantenerse inamovible en una cama, en posición rigurosamente horizontal [«por principios», según ella].

—Acepto que nos casemos, pero ya estás informado sobre mi mayor propósito existencial —le dijo ella la víspera de la boda—. En nuestra alcoba, anexa a la cama, debes colocar una mesa llena de frascos con huevos de codornices «a la vinagreta», un barril de vino tinto y un envase grande de agua mineral. No harás lo que mi anterior y fugaz compañero, quien afirmaba que me amaba: pero terminó abandonándome antes de que cumpliésemos la primera semana de matrimonio.

Pasaban los días de la «luna de miel» y ninguno quería levantarse de la cama: ni para ducharse, orinar, excretar o preparar alimentos. Sólo consumían los huevos «a la vinagreta», el vino y agua que podían alcanzar fácilmente. La horizontalidad parecía un principio inquebrantable.

Al cabo de una semana, a causa de la inevitable expulsión de materia fecal y orines sobre el colchón, comenzaron a ser hostigados por mosquitos, moscas, cucarachas y gusanos.

—Levántate, Aleph —le suplicó la mujer—. Luego aseas el piso, te bañas y te pones ropa para salir. Quiero que vayas a un almacén para que compres un colchón nuevo. Y víveres en el supermercado de los chinos.

—No haré lo que me pides, porque adhiero al Principio de Horizontalidad que me enseñaste —expresó el esposo, sin mover siquiera las manos.

—Pero, mi amor: nos pudriremos. Además, nos arriesgamos a morir de sed o inanición. Se agotan las provisiones.

—Lo siento, Daleh: no puedo violentar los pactos prenupciales.

—Nos devorarán los gusanos, las cucarachas y ratas. Además, no soporto tanta pestilencia.

—En hedores comulgan los seres humanos con los irracionales. Seremos útiles para las alimañas come carroña y heces, que son especies superiores a la nuestra.

—Eres un cínico, loco y estúpido.

Con una sierra portátil, un plumífero hombre abrió un boquete a la metálica puerta principal de la residencia. Lo acompañaban diez criaturas más, idénticas: brazos y piernas emplumadas, cabeza de cuervo.

Al verlos dentro de la alcoba, Daleh gritó aterrada: «¡nos atacan unos monstruos!».

—Despídete del mundo, son Escatófagos —con voz apagada y resignado a ser devorado, la corrigió Aleph.