XIX

El heredero

Empobrecido, un ex-gerente de institución bancaria [acostumbrado a la «buena vida»] se vio repentinamente durmiendo en una zona boscosa adyacente a una pujante capital.

Se bañaba en un riacho, defecaba entre los matorrales y se alimentaba de cuanto podía atrapar con sus manos [ratones, gusanos e iguanas].

Encendía una fogata y, sobre un pedazo de carrocería de vehículo, cocinaba lo que cazaba].

Aun cuando rehusaba ir al Centro Público de Correos [CPC], para que ningún conocido lo descubriera en situación de miseria extrema, en ocasiones lo hacía.

Todavía mantenía su apartado postal.

Una tarde lluviosa fue y halló, en su casilla, un notariado documento. Se trataba de la notificación de una herencia, que, presuroso, leyó:

En este día, fecha y hora.

República Imperial

[Ciudad Capital Suprema]

Notaría Principal

Señor German De Ars,

[Con el registro de la Cédula de Identidad]

En horas de Despacho del día y la hora que este documento registra en el encabezado, su tío Nicolás De Ars, aun vivo, firmó el legado de una herencia para usted, bajo las condiciones que se enumeran:

  1. El primer millón de próceres imperiales le será desembolsado, en el Banco Transnacional, sólo si se amputa las dos piernas en presencia de testigos enviados por la institución financiera.
  2. Si hubiere cumplido con lo dispuesto en el «Numeral Primero», la mencionada institución bancaria tiene el mandato de desembolsar a su favor la cantidad adicional de dos millones de próceres imperiales: irrecusablemente, a cambio de que se ampute ambos brazos en presencia de testigos enviados por la institución financiera
  3. Una vez que mi amado sobrino Germán De Ars haya cumplido con lo establecido en el «Numeral Segundo», deberá extirparse los ojos. Recibiría, a cambio, los tres últimos millones que le he condicionalmente depositado.

Germán, que portaba un maletín, guardó la propuesta. Al salir del Centro Público de Correos, se topó con un viejo amigo. Le rogó que le diera —en calidad de «préstamo»— dos mil próceres imperiales.

Al recibir el dinero, se disculpó por despedirse de prisa y caminó hacia una oficina de comunicaciones. Se introdujo en una de las cabinas e hizo una llamada telefónica.

Días más tarde, la Policía Imperial encontró, en una lujosa residencia de una urbanización exclusiva para gente pudiente, un pedazo de hombre: le faltaban los brazos, las piernas, los ojos y el cerebro.