XVII

Cabezas parabólicas

En un inmenso y suspendido puente, donde decenas de familias se divertían lanzando piedras hacia las olas de un mar agitado y plagado de tiburones, apareció un hombre acompañado de un grupo de liceístas. Empuñaba una hoz en cada mano.

Sin pronunciar palabras, hábilmente le segó las cabezas a los veinte adolescentes de los cuales era responsable. A causa del sudor que —a chorros— emanaba su cuerpo, despertó encadenado a una cama de hospital.

—Ayer decapitó a todos sus alumnos del Tercer Año de Bachillerato —murmuró la enfermera que cumplió la guardia nocturna a su reemplazo de la mañana—. Durante una clase de Ecología que recibían en el Viaducto de las Orquídeas, lo hizo. Luego lanzó las cabezas al mar e implantó antenas parabólicas a los cuerpos, que dijo haber alevosamente fabricado en su casa.

—Pero ¿con qué propósito cometió esos abominables crímenes? —perpleja, interrogó la recién llegada.

El nacimiento del Genio comienza con la abolición de la Ética —las interrumpió un psiquiatra que irrumpió en el recinto, encargado por la Dirección del Hospital para evaluar al docente.