XVI

La perezosa

Nada hizo Elatus que, en nuestra realidad y tiempo, no formara parte de su rutina hogareña: se levantó [6 a. m.], preparó café, leche en polvo, horneó envueltos de trigo con queso y leyó varias páginas de un libro de Filosofía.

Al cabo de tres horas, emplazó a Fallax [su compañera] para que despertara, comiera envueltos de trigo e ingiriera [con leche] la correspondiente píldora antivástago de cada mañana. Pero, ella no reaccionó.

Al mediodía, Elatus preparó arroz y pollo a la plancha. Cuando estuvo listo y en voz baja, instó a Fallax —de nuevo— a incorporarse en la cama. Le dijo que le traería el almuerzo. Empero, ni siquiera parpadeó. Se mantuvo casi completamente oculta [era habitual en ella] bajo la cobija.

Al oscurecer, otra vez el joven hombre intentó —en vano— despertar a la chica. Él decidió comer lo sobrante del almuerzo y fue a dormir junto a ella, a quien palpó helada. El cansancio lo abatió. Soñó que trabajaba en un viñedo, como catador, y libaba similar a un dipsomaníaco.

Transcurrió la noche y Elatus abrió sus ojos a la hora exacta. El hedor que expelía el Ser Físico de Fallax era insoportable, pero le restó importancia. Realizó su rutina. Esta vez, trató de quitarle la cobija y la vio hinchada. Numerosos gusanos salían de sus visibles y pestilentes entrañas.

Algunos vecinos tocaron el timbre de su apartamento, interrumpiéndolo. Elatus abrió, diligente, y, cortésmente, les preguntó qué deseaban.

—De su apartamento sale un olor nauseabundo, Señor Propietario —le informó el Presidente de la Junta de Condominio—. ¿Tiene usted exceso de basura acumulada en el interior?

—Nada importante, Jefe —respondió—. «El concubinato o matrimonio es el acuerdo íntimo entre un hombre y otro, una mujer y otra, o un varón y una hembra: para compartir gastos, malos humores y hedores en el lecho donde conviven».