XV

La perversa

Luego de discutir fuertemente con su hermano Antonio por la herencia de su recién fallecido padre, Virginia buscó a un ex funcionario de la Policía Científica (experto en balimetría, destituido por «corrupto») para que la asesorara en el manejo de una pistola automática.

Ella le preguntó cómo podía lograr que una bala rebotase en una pared y se dirigiese, con exactitud, hacia determinado lugar. Al hombre le extrañó la interrogante y, por ello, le pidió dinero extra por informarle y adiestrarla.

Por un lapso de tres meses, fue entrenada para que utilizara, con destreza, el arma [marca Anderson, de fabricación norteamericana] que su extinto ascendiente guardaba en el escritorio de su despacho jurídico residencial.

Un sábado organizó una «parrillada» en la casa paterna, que ocupaba con Antonio. Invitó a todas sus tías, tíos, primas y primos. A su hermano lo convenció, con actitudes que reflejaban un falso cariño, para que estuviese presente.

Durante la realización de la fiesta, cuando todos sus familiares se hallaban un poco ebrios, extrajo la Anderson y juguetonamente anunció que asistía —por divertimento— a uno de los clubes de tiro de la ciudad.

—¡Que dispare la prima, que lo haga ya y derribe a un pájaro! —coreaban algunos de los invitados.

Virginia movió rápidamente su mano derecha, con la cual empuñaba la pistola, y se escuchó una fortísima detonación. La bala chocó contra uno de los macizos bloques de la pared del traspatio. Antonio, que bebía una cerveza junto a una de sus primas, de pie y bajo un árbol de aguacate, cayó abatido.