XIX

Elefantiásica

Con apenas diecisiete años, Evelin Asturias iniciaba sus estudios de Ingeniería en la Universidad Central de Caracas. Durante un acto cultural organizado por la Sociedad de Estudiantes Universitarios (SEU), la chica conoció a José Buitrago: un joven que cursaba el segundo año de la carrera de Medicina y era propietario de una motocicleta de fabricación norteamericana.

Con frecuencia, se veían en el cafetín de la Facultad de Ingeniería para platicar. Un viernes, Buitrago la invitó a un paseo por Playa «La Cangreja». La recogería el sábado siguiente, a las 9 a. m., frente a la residencia de la familia Asturias.

José la buscó y emprendió un velocísimo recorrido hacia la citada playa, por una autopista muy amplia pero peligrosa. Cuando alcanzó los ciento sesenta kilómetros por hora, un vehículo deportivo —que adelante se desplazaba a menor velocidad— cambió torpemente de canal y provocó que Buitrago lo esquivara y perdiese el control de la motocicleta.

Gracias a la pericia del motorizado, se salvaron de estrellarse contra una gandola. Sin embargo, la máquina derrapó por un poco profundo barranco y terminó fuera de la autopista (en el fondo de un matorral). La muchacha quedó tirada encima de un árbol caído, inconsciente. Su amigo se incorporó y la auxilió. Preocupado, advirtió que Evelin había perdido toda su dentadura y exhibía un hematoma en el lado izquierdo de su cabeza.

Días después, los padres de la chica, que tenían bienes de fortuna, no soportaron el persistente sufrimiento de su hija a causa del afeamiento de su rostro por la pérdida de los dientes.

Vendieron una de las casas que alquilaban a turistas y viajaron con ella para Alemania, donde un afamado odontólogo elaboraba prótesis dentales a base de marfil.

Evelin se sintió feliz con su nueva, costosísima y perfecta dentadura. Luego de un mes, regresaron a Venezuela. Sus padres retomaron sus actividades habituales y la muchacha reinició sus estudios universitarios.

Semanas más tarde, los compañeros de estudio de la Asturias notaron que su nariz se transformaba en una prominente y elástica trompa, aparte de lo cual las orejas le crecían. A sus amigas, especialmente, les fascinaron los cambios que se sucedían en el rostro de Evelin: quien, de nuevo desconsolada, lloraba frente a sus padres por lo que creía una terrible desgracia en su breve vida.

Pero, repentinamente, la Sociedad de Estudiantes Universitarios la sorprendió eligiéndola reina de la institución académica. Por otra parte, un grupo de profesores —durante lustros dedicados a la investigación en el campo de la genética— la persuadió de permitir que fuese miniaturizada en un novedoso proceso de «clonación» de especies únicas (que, gracias a los efectos de la publicidad, venderían por sumas insospechadas).

Con capital y apoyo científico de los investigadores de la Universidad Central, Evelin Asturias fundó una clínica que se especializaba en transformar —físicamente— a las mujeres y los hombres que anhelaban lucir elefantiásicos: boga que en siete años acabaría y, con ella, la existencia —por linchamiento— de la joven ingeniera.