XVI

Los azotes que liberan de sufrimientos

Los hombres nacimos libres para serlo, pero fundamos sociedades que nos esclavizarían —murmuró el individuo que recibía el décimo de los cincuenta azotes que les daría un soldado de El Gobernante, por haber exigido que le respetaran sus Derechos Humanos.

—El castigo templa el espíritu de quien lo recibe —repetía el fustigador.

Pásame tu látigo y, aparte de fuerte, te haré libre —prometió el adolorido y ensangrentado penitente—. Te golpearé con él hasta que nada de ti quede: será el fin de tus sufrimientos.

El ejecutor fue cautivado por las palabras de la víctima y detuvo los azotes. Poco tiempo después, en acto público, los restos de ambos fueron cremados en la Plaza del «Prócer Independentista».