La juerga vecinal
El vehículo de grandes llantas envistió contra la casa de la «Esquina Norte» (calle 5) y, luego de pasar por encima a un gato y un «canino guardián», derribó la pared lateral de una de las habitaciones donde reposaba la venerable tía abuela. El indivisible que manejaba y la señora murieron instantáneamente.
Un tropel de mocosuelos corrió hacia el lugar y tomó la cabeza del gato que, tras ser arrastrado por la «máquina de rodamiento», quedó decapitado. Querían jugar football y no tenían una pelota a su alcance. Felices, comenzaron a patearla e improvisaron dos equipos rivales frente a una de las viviendas: donde sus familiares, que libaban similar a los dipsomaníacos y escuchaban piezas clásicas de Mozart, habían encendido troncos secos y les colocaron una «malla de cabillas».
Uno de los ebrios del «convite» se aproximó a la residencia impactada y recogió al perro raza Porcus Gigantic, tirándolo sin desollarlo ni vacilación en la parrillera. En pocos minutos, los vecinos desvalijaban al rústico y saqueaban la residencia de la «grandeva víctima»: a quien, repentinamente, dos motorizados sacaron de la habitación. La ataron con una soga y arrastraron por la avenida principal, con destino incierto.
Cuando sólo quedó la carrocería del «todoterreno», siete cuervos descendieron y comenzaron a comerse al conductor (para las aves de rapiña, sus entrañas fueron perceptibles a gran distancia). Pero, un grupo de niñas les disputó (con amolados cuchillos) los trozos del fallecido y no identificado sujeto. Uno de los habitantes del lugar, atribulado, llamó a la policía de municipio. Sin percatarse que, atraídos por el olor a carne ahumada, hacía rato que habían salido de sus patrullas incorporándose a la «juerga» ajena. Bienvenidos por los escandalosos, pidieron porciones de la carne del perro.
Casi al amanecer, cuando los funcionarios de Investigaciones Científicas del Crimen (ICC) aparecieron con sus «furgonetas forenses», caía una finísima llovizna sobre la urbanización. En el sitio del accidente hallaron promontorios de borrachos inmóviles, apilados unos encima de los otros, pestilentes, empapados de baratas bebidas alcohólicas, orines y excrementos. Uno de los detectives, de aspecto «alienígena», examinó la escena y sacó un arma automática. Descargó la cacerina de treinta proyectiles contra los dormidos al azar, y el estrépito despertó a la mayoría de los vecinos.
—Recojan a los dados de baja que hoy mantendrán ocupados a los médicos de la morgue —ordenó el agente—. Conforme a su pericia, cada cual a su ocupación.