Logoinvención
El mundo, según lo describen nuestros ojos y tacto, es una realidad: con leyes, y, sin dudas, objetivos. Pero es, quizá por sentencia divina, el más evidente ejemplo de logoinvención. Al principio, quise decir logoinventum. Después, tractatusinventum, pero elegí lo que place y exalta mi vanidad.
Sirva de introducción lo expuesto en el párrafo anterior [y todo cuanto ello suscite en el lector] para dilucidar lo ocurrido al mundo durante la época de Amandio Trejo Monteagudo [ilustre General venezolano, muerto en 1812]. Presidentes de grandes naciones [Rusia, EEUU de Norteamérica, China, Alemania e Inglaterra] habían decidido discutir, súbitamente, la eliminación de todas sus armas a la humanidad lesivas. Luego de un mes, concluyeron que con la Palabra no podrían jamás invertir sus relaciones:
Durante diez años, los jefaturales de las naciones descritas se convocaron para platicar: empero, cada uno culminó, como previeron los nihilistas, en un la firma de lo que definieron Tratado al Desconcierto [documento publicado en The New Times, firmado Josefa MacDonald, periodista, director del influyente diario y nadie supo cómo pudo obtener una copia del secreto y nefasto registro de un papel de trabajo. El Tratado al Desconcierto rigió las estrategias militares de aquellos países, mientras un hombre [Trejo Monteagudo] enseñaba metempsicosis a sus soldados.
En Venezuela hubo un aforismo en cada piedra, un sol en cada habitante y más de una década de veneración a Dios.
Más tarde, cuando el planeta tierra fue exterminado por la fisión nuclear, La Palabra se fosilizó. El curso del tiempo restauró desiertos. De las ya descontaminadas aguas renació la flora, fauna y el «hombre nuevo» que interrogó a quien no podía ver ni palpar: