El idiota
El muchacho caminaba por un hermoso campoverde que lucía un tupido césped, parecido a los destinados para jugar golf.
Había, previamente, visto una gran pancarta que le advertía a los curiosos lo siguiente: Prohibido pisar la grama.
De súbito, salió a su encuentro un enfurecido vigilante: estaba armado con una escopeta recortada y —amenazándolo— le preguntó:
—¿No sabes leer, sopenco?
—Está bien, señor —admitió el joven haber violado la propiedad privada—. No me dispare. Me iré. No la pisaré de nuevo. Lo prometo.
El chico fue a su casa, muy cerca del custodiado campus. Tomó una vara de las usadas para realizar saltos altos en competencias deportivas, regresó y se detuvo a una distancia de quince metros del letrero de advertencia. Respiró profundo, levantó la flexible vara y corrió velozmente. Cuando la clavó con fuerza en la tierra, se impulsó y logró elevarse a cinco metros de altura: en un intento por pasar —vía aérea— el campoverde.
Se escucharon dos detonaciones y el cuerpo cayó en un profundo pozo, que estaba plagado de esqueletos humanos.