La súplica del atropellado
—Socórrame, Señor, no me dije morir —suplicó el atropellado a su victimario, aprisionado bajo una de las llantas de la máquina de rodamiento—. La Vida sólo me ha deparado infortunios.
—Tranquilo, descansará en paz y será bienaventurado —le prometió el conductor, quien, luego de abordarlo de nuevo, retrocedió y adelantó sucesivamente el vehículo.