Parto
La noche del viernes —cuando bebía vino en su estudio— Román oyó quejidos. Provenían de la habitación principal: ahí, dos horas antes, había dejado a su esposa. Varias lagartijas recorrían las paredes y la biblioteca. El reproductor de música difundía Let It Be (Beatles). A través de una ventanilla barroca, vio el bosque de pino.
Regresó al recinto matrimonial, miró el abultado vientre de Alicia e interrogó:
—¿Es el momento?
—No sé, querido —sin levantarse de la cama, replicó ella.
—Cambia tu vestido. Iremos a la Clínica Maternidad.
En pocos minutos, ambos estuvieron listos. Luego, el hombre ayudaba a su mujer a caminar. En el garaje, una docena de gatos dormía encima del automóvil (Volvo, 1985). Abrió el portón (pintadas de gris, rejas de acero inoxidable) y, sin darse cuenta, se halló en el interior del carro. Con ansiedad y en velocidad neutral, aceleró.
Arrancó. Segundos después, se detuvo y retrocedió hasta su casa. Su compañera lo escrutó e indagó:
—¿Olvidaste algo?
—Sí —parco, respondió su cónyuge.
—¿Puedes decirme qué cosa?
Intentó (mentir) hablar. Sin embargo, descendió y corrió hacia la vivienda. Más tarde, salió aferrado a un maletín negro (forjado con cuero de chivo). Pájaros nocturnos sobrevolaban el poste del alumbrado frontal a su casa, escupían el bombillo y escapaban.
Por fin, partió. Las luces del vehículo fallaban. A causa de los fortísimos dolores, la mujer lloró.
—Ten paciencia —la consolaba Román—. Pronto llegaremos. Todo sucederá perfectamente.
Ya calmada, la chica quiso abrir el maletín de su marido. Empero, él lo impidió separándole la mano con la suya.
—¿Qué ocurre? —consternada, lo inquirió.
—Explícate…
Una vez más, Román ayudó a su pareja a deambular. En la recepción, una enfermera trajo una camilla. La pulcritud del local era excesiva. La subieron e introdujeron a la sala de partos. Sentado en una butaca, el futuro padre esperaría. De improviso, surgieron tres aves (al parecer, las mismas de la víspera). Le orinaron la cabeza y escaparon. A carcajadas, los espectadores reían.
Sin soltar el maletín, Román secó su rostro con un pañuelo. Ante la actitud severa del infortunado, la gente cortó la risa.
El obstetra apresuró sus movimientos. Pidió un instrumentista, un anestesiólogo, dos enfermeras y un médico auxiliar. Se preparaba contra una probable complicación. Los signos de la paciente no eran buenos. Anexo a la Sala de Partos, estaba disponible un super equipado quirófano.
No fue necesario operar. Con las piernas estiradas, Alicia gritó y una criatura asomó su nariz por entre los labios vulvares. Después la cabeza. Abruptamente y sin un esterilizado traje, Román apareció en el lugar. Padre e hijo cruzaron hostiles miradas. El pequeño, quien no terminaba de nacer, sacó de la recién rota placenta una enorme daga (de bronce y casera elaboración). Por su parte, Román extrajo de su maletín una filosa hachuela. Al unísono, gritaron y sus cabezas cayeron simultáneamente al piso.