Moralejas
Albert, banquero de oficio, caminaba por un sendero desconocido que estaba plagado de plántulas al pie de las cuales había numerosas y amarillentas hojas, también flores sin orden esparcidas. Súbita e inexplicablemente, apareció ante él una mujer metálica.
—¿Crees que vivir es más difícil que estar muerto? —le preguntó.
—No sé quién o qué cosa es usted, pero le responderé —perplejo, replicó Albert—. Me parece que vivir es muy complicado. Mi percepción de la idea de la muerte está relacionada con el descanso eterno.
—¿Eres valiente? A riesgo de ser abatido, ¿enfrentarías a un delincuente que —con una poderosa arma de fuego— haya asesinado a tu esposa e hijos?
—No soy un cobarde. Si un criminal hiciese a mi familia lo que usted dice, yo lo encararía.
—Entonces, no eres un hombre valiente.
El hombre meditó sobre las palabras de la mujer de metal, que no le concedió tiempo para contestar. Ella prosiguió con su interrogatorio:
—¿Puede alguien ser simultáneamente pobre y sabio?
—Si podría una persona económicamente infortunada ostentar una gran inteligencia —se apresuró a responder el banquero.
—¿Necesita ser talentoso quien desee enriquecerse?
—Por supuesto.
¿Es un hombre superior a otro cuando tiene bienes de fortuna?
—No lo dudo.
—Entonces, ningún sabio es pobre.
Molesto, el sujeto dio la espalda a su interlocutora para intentar salir de esa ruta. Pero, segundos después se arrepintió y regresó ante la insólita persona para inquirirla:
—¿Aceptas que nada que no haya sido previamente captado por tus sentidos puede existir para ti?
—Tiene fundamento lo que afirmas —admitió la fémina.
Sin importarle atropellarla con su cuerpo, Albert emprendió de nuevo su camino. Las calles y edificaciones que tanto conocía retornaron mientras él se tomaba una cerveza en lata.