LXXIV

El General

Desde cuando estudiaba bachillerato, un ambicioso hombre [ya ascendido a General] estuvo dispuesto a realizar lo que fuere con el fin de merecer el mando nacional. Logró la máxima jerarquía militar y, sin embargo, todavía recibía órdenes. Solía releer, con pasión, El Oráculo del Tirano. Especialmente una de las aseveraciones de su autor, Deifobos: «Sólo si ejecutas actos criminales e infundes terror a las personas, podrías ejercer poder sobre ellas e imponerles tu antojo».

Una noche extrajo —ilegalmente— un lote de armas de guerra de la Séptima Brigada. Las ocultó en el portamaletas de su vehículo y salió a la calle para reclutar adolescentes agresivos, capaces de participar en una acción insurreccional. El momento de iniciar la lucha por la Presidencia había llegado. Fue repentinamente interceptado por un grupo de niños que, apuntándolo con pistolas, lo obligaron a bajar de su máquina de rodamiento. Lo arrodillaron a empujones, lo insultaron, le rasgaron el uniforme, le desprendieron las charreteras, le dieron puntapiés y le golpearon sucesivas veces la cabeza con las cachas. Luego lo despojaron de sus documentos personales, de su dinero y prendas de oro. Abordaron el automóvil y huyeron a gran velocidad, dejándolo muy lesionado.

Fue auxiliado por un taxista que lo trasladó a la Séptima Brigada. Al llegar, advirtió que los soldados portaban nueva vestimenta. Colocándose las charreteras que recogió del lugar donde fue asaltado, se identificó como General. Si no se marchaba de inmediato, los muchachos le dijeron —sin ambages— que lo ajusticiarían.

—Tenemos una nueva Constitución Nacional —le informaron mostrándole El Oráculo del Tirano—. Llévese una.