La celebración
—¿Qué opina de mi desempeño como magistrado? —preguntó Axel Davicenso a su padre, mientras celebraba su primer año de mandato nacional y le extendió una copa de vino para que brindara con él.
—Cuando todavía no gobierna, nada ni nadie impide a un hombre plagarse de virtudes —le respondió el viejo Davicenso y rechazó el ofrecimiento de su hijo.
—Antes que primer magistrado nacional, soy su primogénito. Usted me debe respeto y lealtad…
—Pero, a mi condición de padre le precede mi formación fundamentada en los «principios éticos» que —erróneamente— creí haberte transmitido.
Sin vacilaciones y frente a decenas de invitados especiales, dos de los numerosos custodias del jefatural esposaron a Davicenso padre y lo hostigaron golpeándole fuertemente las costillas y cabeza con las empuñaduras de sus fusiles de moderno formato.
—¿Por qué permites que tus cubrevidas me lesionen? —ofuscado, emplazó Davicenso a su pariente.
—De la nada no descendí y de mi fuente proceden todos mis actos —conjeturó el joven e impetuoso Presidente.
—Exijo se me respeten mis «Derechos Civiles, que son humanos» —comenzó a gritar el indignado Señor Davicenso.
—Sin investidura política o militar, resulta espuria y caricaturesca toda exigencia de respeto por los «Derechos Civiles» o «Humanos» —prosiguió Axel y, con una réplica de la espada del «Libertador de Naciones», estocó la garganta de su padre.