Acto de magia
El aprendiz de mago miró, fija y progresivamente, a cada uno de los cincuenta espectadores que le pagaron y esperaban ejecutase el «acto de prestidigitación» mediante el cual desaparecería una montaña de dos mil metros de altura.
Había contratado los servicios de un minicóptero para que dejase caer un manto de lona sobre la superficie de la rocosa montaña. Apareció el ruidoso aparato volador y su piloto creyó realizar, eficientemente, su trabajo.
La cruz y el epitafio del infortunado ilusionista fueron colocados por el alcalde del poblado, luego de un emotivo discurso. Empero, previamente prometió multar y revocarle la franquicia oficial de operaciones a la empresa de minicópteros que envió —erróneamente— a un apagafuegos forestales.
—Nada tan de prisa nos convierte en virtuosos más que la sepultura —sentenció el político y dio por terminada la ceremonia.