El proxeneta
Enamoró y persuadió a una hermosa e inteligente chica universitaria para que se casara con él. Le prometió adorarla para siempre, cuidarla, satisfacer todas sus necesidades básicas y hasta las suntuosas. Ella aceptó su propuesta matrimonial y oficializaron su unión.
A los pocos meses de convivencia, el hombre se declaró en «bancarrota». Bajo «amenaza de muerte», obligó a su esposa abandonar los estudios y prostituirse para que trajese al hogar suficientes procerimpresos y poder mantener su respetable status social. Intimidada, todas las noches ella salía de la residencia y recorría las calles en busca de clientes sexuales. Y poco antes de cada amanecer retornaba junto a su marido que, feliz, administraba el billetardo que —riesgosamente— ganaba la mujer.
Durante una de sus dos noches semanales de asueto laboral, la cónyuge pidió a su esposo le hiciera el amor: empero, presa de la ira, el tipejo la despreció y la golpeó con fiereza mientras le repetía que no falotraba a putas. Le puso una soga al cuello y la tiró por el balcón del apartamento. Minutos después, se ausentó.
A la mañana siguiente los vecinos notificaron a la Policía Científica [PC] que en uno de los balcones, desnudo, colgaba el cadáver de una vecina, y que exhibía un cartel con la siguiente leyenda:
—Con mi suicidio no mereceré que se me indulte por mi inmoralidad y traición.