LXII

Contrito

Cumplidos veinte años de mandato tiránico, El Incorruptible ordenó la secreta excavación de una fosa de cinco metros cúbicos en el centro de la capital de la nación. El pueblo al cual gobernaba despóticamente, y al que afirmaba amar, ya se sublevaba frente a sus crueles edictos.

Cuando hubo concluido el arduo y de moderna ingeniería construcción, El Incorruptible convocó al vulgo a congregarse alrededor de la fosa. Masivamente, quienes se creían vejados por el jefatural acudieron al bien planificado espectáculo mediante el cual El Incorruptible se zumbaría al foso que sería su «morada última». Una pesada y enorme tapa de acero sellaría, para siempre, su elegida sepultura.

Un trampolín móvil le sirvió para lanzarse a lo profundo de la fosa. El pueblo ovacionó su «acto de contrición». Previamente, El Incorruptible había oficiado que se repartiese abundante heroica [poderoso y de estado licor] al pueblo. La celebración inició de inmediato.

A una distancia de 8 kilómetros, en una zona costera de «seguridad militar», un artillado y lujoso buque recogió a un misterioso personaje que salió de un iluminado ducto que desembocaba en piedemar.