Misántropo
Puntualmente, el «Superintendente de la República» llegó al Palacio de las Convenciones: lugar donde lo esperaban distinguidos representantes de todos los sectores de la sociedad y medio centenar de comunicadores sociales. De pie, hombres y mujeres lo recibieron en riguroso silencio.
El excelentísimo Don Ferula Castillo vino oculto en un novedoso chaleco antibalas y casco protector.
No confiaba en nadie. Cuando veía su rostro reflejado en un vidrioreflejo, instintivamente llevaba su mano derecha a la funda de su arma.
—Soy un homófobo —confesó, sin sentarse—. Ustedes están vivos porque mi antojo lo dicta. Y jamás me arrepiento de mis crímenes: los que acometo con mis manos y los que ordeno que se ejecuten.
Casi simultáneamente, los espejos que recubrían el interior del recinto estallaron en miles de pedazos.