LVI

La cacería

Aburrido, Samuel —quien se había ganado un fabuloso premio de lotería— decidió comprar una enorme casa cerca de un bosque: un sitio realmente paradisíaco, para millonarios que evitaban tener contacto con la población vulgar y pobre del país. Por sugerencia de su esposa y dos hijos, decidió adquirir la lujosa residencia. Se dedicaría a la caza de pájaros, fundamentalmente, pero a veces a la pesca (el montañoso lugar tenía un pequeño lago de agua cristalina y pura, plagado de peces).

Antes de instalarse en la hermosa propiedad, se dotó de cuatro modernos y automáticos rifles: abundantes municiones, cañas de pescar y vestimenta especial.

La tarde de un sábado, salió a cazar aves en compañía de su familia. Ese día se desplazaban de un árbol a otro, en cantidades impresionantes.

El cuarteto no tardó en disparar, consecutivamente, contra los pájaros de múltiples especies que pululaban en el bosque. El tiroteo se escuchaba en todas partes, pero negligentes funcionarios policiales rehusaban acudir a la zona para investigar.

La cacería fue exitosa. Al ocaso, padre, hijos y esposa regresaron a la vivienda con no menos de doscientas aves muertas: las cuales amontonaron y trasladaron en un gran saco de lona gruesa que arrastraron por entre la abundante vegetación.

En el terreno frontal de la residencia, montaron una parrillera y se dedicaron a beber cervezas mientras se fotografiaban y filmaban al lado del promontorio de animales muertos. Invitaron a numerosos amigos y amigas para narrarles cómo lograron la proeza de abatir a las víctimas. Compraron más de veinte kilos de carne de res y emprendieron la juerga hasta el amanecer: cuando, finalmente, todos, excepto la familia anfitriona, retornaron hacia la ciudad.

Durante un año, ininterrumpidamente, los sábados repetían las cacerías macabras y las fiestas para celebrar las matanzas. Pero, los pájaros no volvieron al bosque. Las manadas se desplazaban por otros espacios aéreos, muy distantes. Los nuevorricos quisieron sustituir la caza por la pesca, pero igual no hallaron nada en la laguna. A la extraña situación se añadía el hecho que los brazos de los integrantes de la familia comenzaron a transformarse en alas. En pocos días, perdieron los cabellos y la vellosidad de sus cuerpos, que eran reemplazados con plumas. Como sus piernas se convirtieron en patas, comenzaron a volar y posarse sobre los más fuertes ramajes de los gruesos y altísimos árboles. Asustados por la presencia en el cielo de cuatro gigantescos animales voladores con rostro de humanos, los pobladores se organizaron para cazarlos y darles muerte.