Solución extrajudicial
Macedonio Matera se desplazaba hacia su casa campestre cuando se detuvo para auxiliar a una dama —hermosa, alta y bien vestida— cuyo vehículo se había accidentado en la solitaria carretera.
El hombre, dedicado a la compra y venta de bienes inmuebles, quedó impactado por la belleza de la señora: que, rápido, se identificó:
—Soy Luzmarina Santos de Ramiral, empresaria, y tengo una vivienda en la montaña. El motor de mi automóvil no enciende. Necesito que alguien me lleve hacia la más cercana parada de autobús o taxi. ¿Puede usted, señor?
El hombre la invitó a subir a su máquina de rodamiento y, en vez de llevarla a buscar un transporte público, la raptó. La condujo a su casa campestre en la cual la violó, consecutivamente, hasta las 7 a. m. Cuando la dejó abandonada en el mismo lugar donde la halló.
Golpeada salvajemente por Macedonio Matera, esta vez fue auxiliada por un grupo de policías que cumplía con uno de los patrullajes rutinarios en la zona. Por petición suya, la mujer fue dejada en una clínica privada de la ciudad. Quedó hospitalizada. Los policías notificaron la novedad a su esposo, el General —retirado— Arturo Ramiral Bolívar: descendiente directo del prócer máximo de la guerra independentista. El esposo acudió al centro médico y conversó, durante tres horas, con la afectada: quien le informó sobre las características físicas del delincuente y de la vivienda en la cual el tipejo la mantuvo plagiada. Días después, gracias a un «retrato hablado» hecho por los dibujantes de la Comandancia de Policía, el General ubicó al agresor de su cónyuge. Le pidió a los uniformados que le dejaran resolver —personalmente— el asunto. Ellos lo complacieron y —tras prometerle que no intervendrían— le regalaron un arma no registrada y sin seriales perceptibles, de las que obtienen en los procedimientos de requisa o decomiso.
En un paraje solitario, una tarde Arturo Ramiral Bolívar interceptó el vehículo del violador. Apuntándolo en la cabeza con la pistola que le habían obsequiado los funcionarios, lo obligó a descender del vehículo.
—¡Dime tu nombre! —le gritó el militar y le ordenó que se acostara boca abajo sobre el pavimento.
—No me dispare, por favor, señor —rogaba el raptor—. ¿Por qué me detiene?
—¿¡Violaste mi esposa!? ¡Responde la verdad!
—Lo hice, es cierto. Pero, no me asesine. Estoy dispuesto a firmar mi confesión ante usted y los detectives. Lléveme a la Comandancia General del Centro de Investigaciones Criminalísticas. No me dispare, se lo suplico.
El General abrió la maletera de su vehículo y extrajo una caja de cartón, rigurosamente sellada con una cinta plástica. Se acercó al violador y se la colocó encima de su espalda, sin dejar de apuntarlo. Se introdujo de nuevo en su máquina de rodamiento, que permanecía prendida, y partió velozmente. Sorprendido, Macedonio Matera agarró el paquete y se levantó. Lo abrió y advirtió que contenía una gran cantidad de dinero en próceres impresos norteamericanos, de alta denominación.