VI

La fuga del millonario

Designados mediante sorteo realizado con el Registro de Votantes del Consejo Nacional Electoral [CNE], los jurados habían decidido sobre las imputaciones en perjuicio de Peter Pigmaleón por «Conspiración» y «agavillamiento» para Cometer «Magnicidio» y «Rebelión». Millonario empresario, soltero, sin ascendientes o vástagos, famoso por oponerse al Gobierno Patriótico, escuchó —nervioso— su sentencia:

—Lo condeno a veinte años de encierro en la Penitenciaría «Costa Flamencos» —le anunció el Juez—. No podrá solicitar medidas cautelares sustitutivas: ni de «Presentación Semanal», «Casa por Cárcel», «Reparación Económica a favor de República» o «Trabajos Comunitarios».

Las facciones de Peter endurecieron. Su defensor privado palmeó su espalda, sucesivamente, para consolarlo y expresarle sus lamentaciones.

Ya es cosa juzgada, amigo —le murmuró Kidio Durán Monteverde al oído—. Personalmente, les advierto que, si prosiguimos con nuestros convenios económicos, Señor, estaré atento para que se le respeten sus Derechos Constitucionales.

—Mi riqueza no me salvará de ser violado, ni agredido por reos y carceleros —presa del pánico, musitó Pigmaleón—. En este país las penitenciarías son hospicios para la tortura, el vejamen y el crimen.

—Si acepta que continúe auxiliándolo, lograré que su dinero sirva para amortiguar las penurias del encierro que sufrirá.

Cuatro funcionarios de la Policía Política Patriótica [PPP], trajeados de negro, con armas de guerra y cabezas ocultas con pasamontañas rojos, les interrumpieron la plática. Esposaron al convicto y lo trasladaron —en un vehículo rústico de la Fuerza Armada Nacional [FAN]— hacia la penitenciaría.

Allá fue alojado en un calabozo pequeño, en el Sector de Aislados e Incomunicados. Tenía excretor y ducha, una cómoda cama, una modesta biblioteca y computadora. El equipado ambiente lo tranquilizó un poco.

—No se preocupe, Señor Peter —le dio esperanzas el custodia—. El Doctor Durán Monteverde me dijo que usted posee muchos bienes inmuebles y una gran cuenta bancaria. Lo ayudaremos a salir de aquí.

—Pero ¿cómo? —lo interrogó Pigmaleón, de súbito aterrado.

Pronto expulsó abundante y líquida materia fecal.

—Cálmese. Tenga quietud y paciencia. Comprobará que no le miento. Dúchese. Ensució sus pantalones y el piso. Limpie el lugar y lave su ropa. Hay dos clases de jabones en el baño, uno en pasta para el cuerpo y otro en polvo para telas.

Por instrucciones del Presidente del Gobierno Patriótico, no recibiría alimentos especiales o visitas de ninguna persona del exterior: ni de periodistas, abogados, médicos, sacerdotes, amigos, familiares. Ninguna de las prohibiciones fue acatada por los carceleros del Sector de Aislados e Incomunicados. Le llevaban comida «a la carta», cigarrillos, licores y prostitutas.

Una mañana apareció en su celda el Doctor Kidio Durán Monteverde. Lo persuadió de firmarle un poder que lo autorizaba a retirar, en su nombre, ciertas cantidades de dinero para pagar los sobornos y sus privilegios carcelarios. Su libertad era posible, pero reclamaba importantes costos.

A partir de ese encuentro, todas las noches un enfermero le inyectaba una dosis de algo que rehusaba especificarle. Al principio, Peter opuso resistencia. Empero, su custodia de mayor confianza lo convenció de no impedir la aplicación de lo que denominaba «Tratamiento Científico».

Tres meses más tarde, comenzó a experimentar mutaciones: le crecieron los senos, sus caderas se ensancharon, se abultaron y redondearon sus nalgas, su falo se redujo notablemente hasta extinguirse, perdió vellosidad en los brazos, desaparecieron su barba y bigotes.

Los carceleros tuvieron que proveerlo de uniformes más anchos, para que nadie percibiera sus transformaciones físicas. Además, evitaban que se mezclara con otros presos: excepto aquellos que eran igual inyectados con propósitos todavía no explícitos.

Al cumplir seis meses de confinamiento, fue notificado que ese era el Día Mundial del Preso. Hubo una fiesta en la Penitenciaría «Costa Flamencos». Numerosos familiares e invitados oficiales parecían disfrutar de los espectáculos teatrales, bailes, lecturas de cuentos y poemas que les ofrecían los condenados.

A Peter Pigmaleón y sus similares les llevaron vestidos de mujer, pelucas y cosméticos. Culminadas las actividades organizadas por la Dirección del Penal, pudo fácilmente salir con el grupo de visitantes [madres, padres, hermanos, tíos, hijos, sobrinos y amigos de quienes purgaban condena].

En la calle lo esperaba Durán Monteverde, con un automóvil deportivo [último modelo]. Abordó la máquina de rodamiento y, cuando transitaban rumbo a la ciudad, fue sorprendido por una insólita propuesta matrimonial de parte de su abogado. Se sintió momentáneamente ofuscado, luego expresó indignación.

Ya no es quien cree —lo emplazó Kidio—. Si no acepta casarse conmigo, será imposible que disponga —legalmente— de su fortuna y bienes inmuebles. Me firmó un poder y el único autorizado para retirar su dinero o vender sus propiedades soy yo. En mi chaqueta oculto su nueva documentación: ahora su nombre es Patricia Pigmaleón. Usted es su hermana heredera, gracias a la institucionalización del fraude en la Oficina de Identificación y Extranjería [OIE].

—En estos momentos, en la Penitenciaría habrán advertido mi fuga —todavía perturbado, pronunció Peter.

—Se produjo un incendio en su calabozo. Me llamaron al teléfono celular cuando lo esperaba, y me confirmaron el suceso. Sólo hallarán parte de su dentadura y fragmentos de huesos de vaca. Está virtualmente muerto.

Pigmaleón recordó que una tarde vino a su cubículo un odontólogo a examinarlo. Le hizo un registro fotográfico-panorámico a su cavidad bucal, para de inmediato proceder a extraerle varias muelas y dientes que —supuestamente— no podían repararse. El abogado expresó su ultimátum:

—Le daré su nueva y forjada credencial de ciudadanía sólo si me firma, adelantado, la repartición equitativa de su dinero y edificaciones. Para no suscitar comentarios malsanos ni peligrosas sospechas, debemos formalizar nuestra unión. Pero, le prometo que no transcurrirá un año sin que diligenciemos el divorcio. Calle mientras viva, también yo.