El suspendido puente
En un inmenso y suspendido puente, donde decenas de familias se divertían lanzando piedras hacia las olas de un mar agitado y plagado de tiburones, apareció un enfurecido hombre. Empuñaba una hoz en cada mano.
Sin pronunciar palabras y enfurecido, hábilmente le segó la cabeza a veinte niños. A causa del sudor que —a chorros— emanaba su cuerpo, despertó [encadenado por los pies y las manos] en su cama.