XXXIX

Duelo enrarecido

El hombre miró hacia el final de la «calle ciega». Luego condujo su mano derecha hasta un poco más abajo de su cintura, donde tenía una pistola. Estaba extremadamente nervioso.

Minutos después estiró los dedos y, con el pulgar, tocó la cacha dorada de su arma. Numerosos curiosos lo observaban, sin emitir ruidos ni pronunciar palabras. Súbitamente, desenfundó y disparó. Pedazos de su sien impactaron contra las paredes de una de las edificaciones.