XXXIII

Lesivos

La Corte Internacional de Naciones, cuya sede cambiaba cada año de país, fue esa vez convocada por la República de Huestes. Tres generales, acusados de «Crímenes Lesivos la Humanidad», eran llevados a juicio. Quienes conformaban el importante Tribunal ordenaron a un funcionario judicial que leyese las expresiones que cada uno de los señalados tuvo como slogan, durante cada uno de sus períodos de mando en sus respectivas naciones.

El relator designado se colocó frente a los maleantes de la política, que sentados y atados a tres sillas ostentaban extremo temor. Detrás estaban las «escabinadas», de igual número y procedentes de los países donde (según actos conclusivos) se habían cometido las gravísimas violaciones a los Derechos Humanos. Fuera del Tribunal esperaban, hambrientos de muerte, distintos grupos de linchadores profesionales.

Con endurecido rostro, el funcionario judicial explicó que El «Comandante» Octavio gobernó durante ocho años, y solía expresar el siguiente lema:

[…] «Si amas a los desposeídos, apresúrate a matar a los niños: evitarás que en el futuro se alisten en regimientos capaces de subvertir nuestro mando, representativo del pueblo redimido».

Luego el relator indicó que el «Comandante» Gustavo ejerció el poder por siete años y difundía lo que transcribo:

[…] «Si amas la paz del liberado pueblo, aborta hoy la idea según la cual antes de dos décadas los niños conformen ejércitos rebeldes. La patria nació primero que nuestros descendientes».

Prosiguió con su parlamento para formular que el último de los acusados, el «Comandante» Alberto, solía difundir esto:

[…] «De prisa y sanguinariamente, abate sin excepciones a los recién nacidos: porque mañana podrían atentar contra la estabilidad del gobierno de quienes fuimos humillados. También a los intelectuales, maestros, docentes universitarios y obreros que luzcan opositores».

Conforme al Código Penal Internacional, a los tres se les permitió decir algo «en descargo» de sus culpas o «en su defensa» (pero no se les permitió ser representados por legos de la justicia).

El relator otorgó el «Derecho de la Palabra» a Octavio:

—Nada hice que no fuere por los marginados de mi país. Si mi espada se manchó de sangre, mi conciencia se plagó de gloria. Deben absolverme.

Ahora, escuchen al «Comandante Gustavo»:

—Mi patria exigía que yo extirpara, mediante mis soldados, a esas criaturitas de nuestra especie porque son tumoraciones malignas en plena gestación. Si ustedes me condenan, estarían contraviniendo que fui inspirado por las ansias de libertad del vulgo soberano que me dio licencia para actuar con armas letales. Ningún libertador es culpable porque no se guía por su antojo más que por la Soberanía del Pueblo.

Cuando se le concedió su «Derecho a la Defensa», el «Comandante Alberto» rehusó pronunciar palabras. Sacó su «Chequera Infinita», emitida por el Imperial and Universal Bank y firmó tantos recibos como países integraban la Corte Internacional de Naciones. Se los entregó al relator, para que anunciase su distribución correspondiente.

Una de las «escabinadas», en representación de las juradas, procedió a sentenciar sólo a Octavio y Gustavo. Respecto a Hugo, expuso:

[…] «Humilla a un hombre su condición de pobre, pero, el poder del mando en perjuicio de la política y el presupuesto de su país que pudiera con artificios merecer, y su capacidad extorsiva sobre las naciones amigas, lo convierten en una letal arma al servicio de quienes padecen penuria. Nada es ni será sin la Capitulación de la Justicia frente al instrumento del Chantaje». Finalmente, las turbas de linchadores jugaron fútbol con las cabezas de Octavio y Gustavo.