Príncipe seductor
París Uribe, seducida por el recién llegado Príncipe Juan de Fosilpaís, quiso ser soberbiamente sincera con quien rápido le pidió falotrarla.
Primero se quitó la blusa, empero, antes de hacerlo, le dijo al eminente joven:
—Le advierto que tengo purulentas llagas en mis mamas…
Seguidamente, mientras se despojaba de su sensual y ajustadísima falda, reveló al Príncipe que padecía de sífilis y que tenía visibles varios chancros.
El fosilpaisiano, quien se había mantenido callado, la observó morbosamente acomodarse en una de las camas de la suite con las piernas explayadas. Apretándose sus senos con ambas manos para darles una excitante apariencia, lo desafiaba.
La dama Uribe reía alocadamente y él, exento de su dentadura, también pretendió carcajearse y comenzó a desvestirse. Cuando estuvo igual desnudo, ella descubrió que su seductor tenía prótesis por brazos y piernas. Además, una gruesa, larga y oxidada cabilla por pene.
—Desde mi pubertad, me jactaba de no temerle a las mujeres y perdí mi miembro original —al fin habló el adinerado visitante—. Tampoco me asustaba ir al odontólogo ni sacar los brazos por las ventanas de las máquinas de rodamiento.