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El debate

En Costa de los Cisnes, estaban en ciernes las elecciones presidenciales. Finalmente, entre un centenar de postulados para conducir al país, quedaron dos: Josué Mieres (del partido Alianza Civilizadora) y Jhavé Sierralta (del grupo político Acción Soberana).

La Asociación Nacional de Medios de Comunicación les propuso un debate televisivo e informático, que fuese difundido también por todas las radioemisoras y empresas multimedia. Ambos aceptaron.

Llegó el momento del «gran debate». El gobierno decretó «día de asueto nacional general» en la república. Al mediodía, exactamente, inició la discusión entre los candidatos presidenciales bajo el arbitraje de un moderador que vestía un manteo. Por consenso entre ambos contendientes, Josué Mieres iniciaría su parlamento que no debía exceder el minuto:

—Mi proyecto gubernamental tiene siete fundamentales (propósitos) vertientes —rigurosamente trajeado de negro y sin ambages, expuso—: Creación Masiva de Empleos, Comedores Populares, Prevención de Crímenes, Respeto por los Derechos Humanos, Educación y Salud eficientes.

—Mi plan de gobierno proyecta repartir, gratuitamente, pertrechos bélicos —en tono amenazante, replicó Jhavé Sierralta, que lucía botas, camisa y pantalón verdeamarillos y empuñaba una pistola automática—: modernas y letales armas de guerra, municiones, uniformes militares. También construiré, en cada ciudad de más de quinientos mil habitantes, hornos crematorios para incinerar a quienes se opongan a mis ideales.

Indignado por la propuesta gubernamental de su rival, Mieres declaró que no continuaría el debate con alguien que se presentaba insólitamente armado y cuyas palabras eran las de un desquiciado.

Cuando salió de la central de televisión, vio las calles plagadas de cadáveres: tanquetas blindadas y numerosos civiles encapuchados que blandían fusiles.

—Gobierna el corajudo que acecha y arrebata, impone y ordena mediante la fuerza intimidadora —en el umbral del establecimiento televisivo, le advirtió uno de los milicianos—. En cambio, quien debate siempre concede que podría no tener la razón.

Ulterior a su discernimiento, procedió a ejecutar al candidato de la Alianza Civilizadora.

—No vine aquí a participar en la simulación de un debate espurio ni a discutir con difuntos —dilucidó Jhavé Sierralta, quien se había mantenido en el podium frente a las cámaras de televisión—. […] Tampoco a elogiar la convocatoria de elecciones presidenciales, porque en mi nombre y por mi voluntad mi arma y las de mis seguidores deciden…