La criatura ramacefálica
—Entranfe, la praxis personal de la violencia es la máxima afirmación de la Naturaleza Humana —formuló El Ajusticiador a su víctima, cuando la tenía en decúbito—. Empero, para ti es, en este instante, una de las causas por las cuales se puede morir bajo protesta. Te vejo persuadido, filosóficamente, que gentuza como tu (racial, intelectual y económicamente inferior a quienes gobernamos) no merece estar en la este mundo. Mediante la violencia nosotros logramos el poder del mando político, religioso y financiero de nuestra república y por virtud de ella le conferimos dignidad. Tomo venganza contra tu hoy indefensa raza porque en el pasado la mía fue igualmente vejada.
La mujer, de origen caucásico, estaba desnuda y aterrada. Su blanquísima tez contrastaba con la piel notablemente obscura de El Ajusticiador que le había sometido con la punta de una lanza de fabricación rústica.
—Si planea tomarme sexualmente, Señor, quíteme primero la vida —le rogó la chica al victimario—. Ya muerta, usted lograría falotrarme pero no estaría violándome. Quedaría moralmente absuelto y yo no tendría que experimentar, ahora, la más cruel de las humillaciones.
El indivisible empujó fuertemente su puntiaguda lanza y la encarnó en la espalda de la dama, para atravesar e inmovilizar su cuerpo. Luego procedió a violarla con algo que pendía de su entrepierna, más parecido a un enorme hongo que al pene de un hombre.
El Ajusticiador la creyó muerta y partió de lugar, dejándola estacada contra la arcillosa tierra, al pie de un promontorio de rocas. Minutos después, a ella le sobrevinieron los dolores de parto y eyectó una criatura ramacefálica.