La médica misericordiosa
Numerosas personas entraban y salían de la Pizzería «Vista hermosa» cuando un desconocido, malvestido y pestilente, se aproximó a la mesa donde Edmundo y su novia Esmeralda bebían —plácidamente— cervezas para mitigar el excesivo calor que los ofuscaba.
—Señor y Señorita, apiádense de mi —dijo el pútrido individuo, tez arcillosa y enclenque, desde dos metros de distancia de la pareja y reverenció—. Observen mi mano izquierda, por favor: está engangrenada. Mañana me la amputarán, según decisión del médico que me atiende en el hospital y que me «permisó» para pedir dinero en la calle. Lo necesito para pagarle al cirujano y comprar los costosos antibióticos que me «recipetará».
Esmeralda frunció el entrecejo, se levantó de la cómoda butaca donde se había apostado y abrió su bolso. Rápido, extrajo de su interior una filosa hacha. Caminó hacia el estupefacto intruso y ejecutó un fuerte movimiento marcial mediante el cual le segó la mano.
—Ahora estás en deuda con mi novia, también galena, empero misericordiosa —le advirtió Edmundo al abatido que, aparencialmente presa de un intenso dolor, se retorcía en el piso. Vete, de prisa, antes que ella de nuevo se exaspere y prosiga su misericordiosa tarea.
El hombre se incorporó y corrió con rumbo impreciso, entre asombrados curiosos que veían cómo el resto de su bien maquillada prótesis se desprendía de su hombro.