III

Salida honrosa

—Por haberme indebidamente apropiado de dineros del Tesoro Nacional y en descargo de mi culpa, me cortaré la mano izquierda —anunció, avergonzado, el Ministro de las Finanzas Públicas Abel Hidroito ante el Comisario Contralor Supremo y los demás integrantes del Poder Ejecutivo.

Con un fortísimo y preciso golpe de hacha que —sin vacilación— se infligió, separó su mano del brazo.

Trémula y sangrante, quedó encima de la Mesa Redonda para Reuniones. En actitud respetuosa y de admiración, uno de sus colegas se quitó su cinturón y se lo extendió para que se hiciera un torniquete y detuviese la hemorragia.

En silencio, todos esperaban que igual hablase el Presidente de la República: también imputado por haberse agavillado con Hidroito para cometer el mismo crimen contra la República.

—En pro de mi preservación física, declino y abandono esta Junta de Idiotas —adujo, cínicamente, Séptimo Toro.

Luego abrió su sobretodo de piel de cocodrilo, lo explayó y advirtió a los presentes que su chaleco antibalas reglamentario estaba cubierto con explosivos de gran poder destructivo y prosiguió con su discurso:

—Bastará que alguno de ustedes intente impedir mi huida para que desaparezca el Palacio de Gobierno, las casas y edificaciones en un radio de dos kilómetros cuadrados.