Estupro
Aparentemente aterrada, la púber salió del bosque adyacente al río donde pernoctaban sus familiares. La seguía un desconocido de edad madura, quejumbroso y con la entrepierna ensangrentada.
—¡Ese hombre me ultrajó! —exclamaba la físicamente bien dotada muchacha y lo señalaba.
Al escuchar que la casi adolescente acusaba al individuo de haber cometido estupro, un guardia del Escuadrón Turístico fue hacia él: le golpeó la cabeza con la cacha de su arma de reglamento y lo esposó.
—¡Soy inocente! —gritó, adolorido y encorvado, el sospechoso de violación—. Ella me llamó cuando yo buscaba mariposas [las colecciono]. Se había bajado la falda y las pantaletas. Me rogaba que me acercase. Creí que la había mordido alguna alimaña y pensé que necesitaba auxilio. Decidí aproximarme y ella me ordenó que desajustara el cinturón de mi pantalón y que le mostrase el miembro. Al negarme a obedecerle, forcejeó conmigo hasta lograr sacarme el falo: succionándolo, me provocó una erección y —ansiosa— se lo introdujo para castrarme con sus filosos labios vulvares. Examínenla, por favor, ¡háganlo…! ¡No les miento!
Perturbada por todo cuanto sucedía y ante la mirada de los curiosos que se agrupaban en derredor, la madre decidió levantarle la falda a su hija y comprobó que de su cavidad vaginal sobresalían dos testículos.